Nos reunimos en el aeropuerto con el resto del equipo, Luisa y Fabián, sus técnicos y Morgan, su socio a quien conocían desde la universidad, un biólogo casi tan aburrido como ellos; su idea de diversión era recitar la tabla periódica y los nombres científicos de especies endémicas. Miré mi pasaporte, próximamente tendría un nuevo sello aunque llevaba años que no se veía vacío. De seguro muchas personas desearían viajar tanto y quizás esas personas nunca fueron arrastradas por sus padres de un destino al siguiente.
A veces envidiaba a los demás chicos, anhelaba una vida normal y un lugar al cual llamar hogar. Odiaba cambiar de escuela cada ciclo escolar, al igual que de casa y vecindario. Nunca tuve muchos amigos o un novio porque odiaba las despedidas, dejar a las personas atrás me resultaba doloroso y si estaba siempre sola no debía extrañar a nadie. Desde pequeña aprendí a disfrutar la soledad aunque deseaba mucho más...
Las tediosas horas de espera antes de abordar el vuelo pasaron lentamente, cada minuto se sentía como una hora entera. Me gustaría decir que estaba acostumbrada, pero mi gran debilidad siempre había sido el aburrimiento. Buscaba entretenerme observando a las fastidiosas personas que arrastraban su equipaje de un lado al otro, pidiendo instrucciones o sólo matando el tiempo, su incesante plática trivial o sus pequeños dramas a la hora de la despedida. Con mis padres tan ocupados fue sencillo alejarme sin ser notada, caminé sin rumbo entre el mar de gente preguntándome cómo sería escapar y tomar un avión sin nada más que mi mochila al hombro y dejando que por una vez el destino me guiara a una gran aventura.
-¡Laura, ya es hora de registrarnos!-Gritó mi padre, caminando con prisa y apenas evadiendo a las personas y sus voluminosas maletas.- ¿Dónde estabas?
-Por ahí-Respondí con la mayor indiferencia posible, renunciando a mi gran escape.
-Hija, sé que este viaje no fue tu decisión-Dijo él, deteniéndose ante mí por un momento con una expresión de gran preocupación en su pálido rostro- Te prometo que si te comportas éste será tu último viaje con nosotros, solo debes alejarte de los problemas por un año...
Asentí segura de que podía hacerlo: alejarme de los problemas durante un año entero ¿Fácil, verdad?
Desde mi infancia demostré ser un pequeño imán de problemas, en la primaria pasaba más tiempo en la enfermería o la oficina de la directora. Mi ley favorita era la de Murphy, todo lo que podía salir mal salía mal, describía a la perfección mi existencia, ya fuera por mala suerte o que quedarme quieta me resultaba imposible, pero siempre me las arreglaba para causar todo tipo de conflictos.
Abordamos el avión sin mayor incidente, después de todo no llevábamos nada sospechoso o ilegal en el equipaje y pronto nos encontrábamos en el aire, tan alto que desde las ventanillas únicamente se veían pequeñas nubes blancas a la distancia. Sentía una extraña clase de libertad al estar tan lejos de edificios y calles, sólo cielos azules alrededor...
Después de varios minutos me quedé dormida, no era de esas personas que soñaran muy seguido, o al menos rara vez recordaba mis sueños, mas ese día fue diferente. Soñé que corría en medio de un bosque pero por más que corría los árboles se seguían viendo iguales y sentía una terrible necesidad de alejarme, de salir de aquel lugar aunque desconocía la razón, temía mirar atrás y ver que alguien o algo me perseguía como un depredador caza a su presa. Entonces, justo antes de despertar tropecé con una raíz y vi mis temblorosas manos cubiertas de sangre. Abrí los ojos, seguía en el avión. Me concentré en controlar mi respiración, no quería que los demás preguntaran si todo estaba bien. Cuando me logré serenar un poco miré al asiento del lado, Luisa dormía con la cabeza volteada hacia el pasillo y los demás jugaban a adivinar con pequeños papelitos pegados en la frente.
Usualmente me molestaba sentirme invisible pero en ese momento me sentí aliviada de pasar desapercibida.
El sueño me tomó por sorpresa y no podía alejarlo de mi mente, el pánico se había sentido tan real y sin importar cuántas veces lavara mis manos aún las recordaba llenas de sangre. Mis padres preguntaron un par de veces si estaba bien pero pude fingir que todo era culpa de la turbulencia que experimentó el avión al descender, además una simple pesadilla no era razón para alarmarlos a todos. En el asiento del lado Luisa permaneció dormida durante el resto del vuelo y Fabián tuvo que despertarla a la hora del aterrizaje. Nunca me llevé bien con ellos, ambos tenían más de veinte años y se sentían demasiado adultos como para interactuar conmigo, creía que estaban demasiado ocupados negando la atracción que sentía el uno por el otro como para hacer nuevos amigos.