Apenas vi el bosque cualquier sensación de paz que hubiera sentido el día anterior se evaporó como agua en el desierto. Era un lugar aterrador, sólo se veían arboles altos y secos hasta donde alcanzaba la vista. Me provocaba una extraña sensación, sentía un fuerte impulso de huir de aquel lugar y nunca mirar atrás. No se escuchaba ningún ruido aparte de nuestras respiraciones y el viento arrastrándose entre las secas ramas. Miré en todas direcciones esperando encontrar algo que justificara mi temor, pero lo único inusual era el ecosistema muerto que se extendía ante mis ojos. El sol parecía brillar menos ahí, también el cielo se veía diferente, había cambiado el azul por un tono gris enfermizo. Por primera vez el grupo de científicos estaba callado, todos estaban sumidos en la gravedad del momento y lo inhóspito del bosque, era como una visita al cementerio.
Había visto antes otros bosques con problemas de larvas, tala ilegal e incluso con suelos contaminados por empresas irresponsables que creían que un entorno salvaje era buen lugar para depositar sus desechos , pero ninguno lucía tan terrible como ése, los arboles ni siquiera tenían una solitaria hoja y eso era poco común en pleno verano. Quería escapar, pero al mismo tiempo algo me llamaba a internarme por aquellos estrechos senderos, era similar al llamado de una sirena y de hecho comencé a moverme en esa dirección sin estar consciente del movimiento.
-Vamos, nos están esperando-Dijo papá rompiendo el hechizo con su grave voz que transmitía liderazgo - No quiero que estemos afuera después de que oscurezca. Recuerden que podría haber peligros desconocidos en el bosque.
-Tranquilo Rafael, no vamos a hacer una tontería-Respondió Morgan con una sonrisa condescendiente.
A unos metros del bosque había una pequeña cabaña de madera. Salía humo de la chimenea y las ventanas estaban tapadas con madera, el sueño de cualquier pirómano: un bosque que básicamente era una gran pila de yesca y una linda casita para comenzar su gran incendio. Fabián y Rafael se adelantaron a la casa para saludar a nuestro misterioso anfitrión. Había escuchado poco de él, solo que era el antiguo guardabosques, decían que amaba la soledad y vivía ahí confinado con su nieto, un joven de mi edad que de seguro disfrutaba de la soledad tanto como su abuelo. Intentaba no juzgar, pero me parecía muy raro que alguien quisiera vivir ahí, alejado de todo y todos, sin nada que hacer.
Abrió un señor de avanzada edad, de descuidado cabello grisáceo y piel tan blanca que parecía hecho de nieve. Usaba un pesado bastón negro para apoyarse y sus ojos azules me recordaban al cielo cuando las nubes desaparecían después de una gran tormenta. No alcancé a escuchar lo que dijeron, pero el desconocido hizo señas para que pasáramos. Seguí a mis padres al interior, a una pequeña sala donde nuestro anfitrión esperaba con el ceño fruncido. El lugar no estaba muy iluminado y los sillones comenzaban a lucir descoloridos al igual que las cortinas, dando al lugar un aspecto de abandono. Había cajas de cartón recargadas contra las paredes, como si alguien se hubiera olvidado de desempacar o de tirar el contenido.
Me senté en una esquina del sillón, entre la pared y mi madre quien estaba más silenciosa de lo usual.
-Hija, él es el señor Richardson, el dueño de la casa.-Dijo Rafael, no me había dado cuenta de que ya había presentado a todos los demás-Ella es mi hija, Laura.
-Mucho gusto, Laura. ¿Vienes a ayudar a tus padres?-Preguntó el señor, sus ojos fijos en mí con una expresión de recelo.
-Vengo a acompañarlos y si es posible a ayudar, señor-Respondí con rapidez. Aquel hombre me recordaba al director de la preparatoria, un tipo cascarrabias y amargado a quien nunca se veía sonreír.
-Muy bien, es excelente que los jóvenes convivan con la naturaleza-Dijo ahora dirigiéndose a los demás-Mi nieto está aquí, ¿Saben? Aunque quizás no lo vean mucho, le gusta internarse en el bosque y acampar.
-Esperamos conocerlo pronto-Intervino Luisa, con una sonrisa digna de comercial de pasta de dientes.
A continuación nos guio a la cochera, que funcionaría como laboratorio y nos mostró el sótano, un cuarto oscuro y lleno de humedad que recordaba más bien a una cueva que a una habitación. Estuve tentada a escapar cuando mi padre informó que ahí dormiríamos todos en las bolsas de dormir. Pensé en recamar pero no serviría de nada, tendría que soportar el frío, oscuridad y humedad o enfrentarme al bosque. Comprobé que la electricidad estaba confinada a la planta baja de la casa antes de apropiarme de una linda esquina del sótano para dormir. Me sentía sola en medio de hectáreas de árboles muertos.
-Mañana vamos a explorar un poco-Comentó mi padre mientras me ofrecía una barrita de avena-¿Quieres acompañarnos?