El Bosque

Parte 4

Desperté sobresaltada cuando sentí una mano en mi hombro, provocando que intentara apartarme arrastrándome por el suelo, algo imposible gracias al inmenso árbol a mis espaldas. Ante mí estaba un chico, más o menos de veinte años de edad. Era ese tipo de persona que esperarías ver en una revista o protagonizando una película de moda. Tenía la piel blanca como las nubes en el cielo y ojos tan azules cual zafiros, delgados labios, alto y delgado. Por un momento olvide lo improbable que era encontrar a otro ser humano tan lejos de la civilización, en especial si ese ser humano resultaba ser increíblemente guapo.

-Lo lamento, no quería espantarte-Dijo con una voz grave y aun así agradable.-Comenzará a llover en cualquier momento, deberías regresar al pueblo.

-No vivo en el pueblo, estoy quedándome en la casa del señor Richardson.-Expliqué acomodando mi cabello.

-¿En serio? Entonces me he alejado más tiempo del que quería... Soy Demian, su nieto. Y tú... eres muy joven para ser una científica.

-Los científicos son mis padres, yo soy Laura.

Me levanté, sacudiendo la tierra de mi pantalón. Ya de pie pude notar que no era mucho más alto que yo, sólo media cabeza. Aun así era el chico más apuesto que había conocido, su sola presencia logró que olvidara el bosque, los problemas familiares e incluso las nubes negras que cubrían el cielo amenazando con desatar una terrible tempestad. Debía regresar pronto si no quería terminar empapada y temblando de frío. Sentía la necesidad de decir algo, cualquier cosa para asegurarme de que él era real y no un sueño.

-¿Vas a regresar a casa del señor Richardson?-Pregunté, deseando tener una pregunta más interesante para hacerle.

-No, quizás vaya en un par de días. No me gustan mucho las visitas…

Sonó un fuerte trueno, recordándonos la tormenta que se aproximaba con rapidez, robándonos aquel extraño encuentro en el bosque.

-Será mejor que regreses. Fue un placer conocerte, Laura. -Se despidió con una sonrisa honesta que llegaba a sus ojos, dándoles un especial brillo.

-El gusto es mio-Respondí, sintiendo una sonrisa involuntaria formarse en mi rostro.

Caminé de regreso a la cabaña, los demás aun no regresaban cuando comenzó a llover con fuerza, se veía como si una cortina de agua cubriera el bosque, oscureció en cuestión de minutos y comencé a temer que se hubieran perdido en el terreno poco familiar cuando vi con alivio el brillo de las linternas acercarse zigzagueando entre los árboles. Corrí al sótano para recibirlos ahí, evitando que enlodaran la casa del señor Richardson, a quien no había visto desde que me dejó entrar a la casa con su usual expresión de cascarrabias. Todos estaban empapados de pies a cabeza, temblando cual gelatina mal cuajada, entraron al estacionamiento quitándose sus chamarras que se volvieron muy pesadas con el agua, por un momento agradecí haberme quedado aparte y haber encontrado a Demian, sino quizás aún estaría perdida en la lluvia, tropezándome en el lodo y sin linterna para guiarme.

-¿Están bien?-Pregunté notando que mi padre se veía más pálido de lo usual.

-Sí, sólo necesitamos cambiarnos estas ropas y quizás un café para revivir.

Los dos técnicos desaparecieron monopolizando el baño y yo entendí la indirecta de subir a la cocina a hacer café. Sabía que mi padre no podía sobrevivir sin su sana dosis de café, su único "vicio" aparte del trabajo. Con manos firmes llené la jarra metálica de agua y la puse en la hornilla. Sabía manejarme bastante bien en la cocina, aun cuando estábamos en la ciudad mis padres estaban bastante ausentes y tuve que aprender a cocinar cuando la comida en lata me resultó demasiado insoportable. Como buen adolescente me gustaba ser independiente, además preparar mi propia comida me resultaba relajante, en especial cuando era más pequeña y odiaba estar sola en la casa, le temía a las sombras, los extraños y los ruidos raros que se escuchaban desde la calle. Tenía una imaginación demasiado activa, capaz de inventar un aterrador monstruo con cada pequeño sonido.

Papá rara vez lucía tan agotado, podía apostar a que él y Morgan se adentraron demasiado en la arboleda, olvidándose de preocupaciones al reencontrarse con su elemento, incluso olvidaron el clima o la tormenta que comenzaba a tomar fuerza sobre sus cabezas. Lo había visto antes, cuando tenían un propósito descuidaban todo lo demás; familias, horarios, e incluso su propia salud; como evidenciaban en aquel momento, estaban calados hasta los huesos, con el riesgo de un resfriado y aun así sus ojos brillaban llenos de emoción que no se molestaban por contener.




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