Tras un desayuno que consistía en un deprimente sándwich sin mayonesa y café tibio, los tres científicos volvieron a salir, dejándome con los técnicos que se quedarían para acomodar el equipo en el estacionamiento. Aburrido, pero podría ser peor. Al inicio estaba determinada a no ayudarles, después de todo tanto Luisa como Fabián recibían un sueldo a cambio de su trabajo mientras que yo tendría suerte si me daban las gracias al final del día, no tardé mucho en notar que ambos técnicos estaban más ocupados en hacerse ojitos que en sacar el equipo de la camioneta y acomodarlo en el improvisado laboratorio. Entonces comencé a llevar las cosas de un lado al otro, estaba demasiado aburrida e incluso esa simple y tediosa actividad era más interesante que mi plan de mirar el techo hasta el anochecer.
Mi mente divagaba a ratos, recordando ojos azules capaces de brillar como estrellas en la noche y una sonrisa que deseaba ver una y otra vez. El señor Richardson hizo acto de presencia a media mañana, recordándonos que debíamos dejar la cocina limpia. Los tortolitos aceptaron la tarea, aunque en realidad sólo buscaban pasar el resto de la mañana solos. Resoplé apartando un mechón de cabello de mi rostro, ahora debía desempacar todo sola, justo la situación que había intentado evitar.
Moví todas las cajas a la cochera antes del mediodía, aunque era difícil decir la hora usando el sol como referencia, el cielo estaba totalmente cubierto por nubes que abarcaban todo el espectro de gris a negro. Luisa y Fabián no regresaron así que comencé a desempacar el frágil equipo, limpiando los matraces, lentes de microscopio y demás materiales. Comencé a preguntarme que estaría haciendo en ese momento si siguiera en casa, quizás estaría en la escuela o haciendo la tarea. Si no tenía nada mejor que hacer tal vez estaría escuchando música en mi escondite bajo la cama o viendo alguna película vieja. Extrañaba mi hogar y mi rutina diaria.
Entré a la casa sin intención de seguir ayudando, que los técnicos hicieran su trabajo o se enfrentaran al enojo de sus jefes, me tenía sin cuidado. Temía encontrar al señor Richardson así que rápido me preparé una torta de carne antes de salir corriendo al bosque. El clima no había mejorado pero era mejor que seguir mirando las mismas paredes de madera como si fueran lo más interesante del universo, quizás encontraría las respuestas a la existencia si me concentraba mucho en el patrón de humedad que comenzaba a marcarse en la madera. Caminé sin rumbo intentando no alejarme demasiado, nadie sabía que había salido, eso significaba que tardarían mucho tiempo en buscarme si me perdía. No me gustaba depender de los demás, de hecho esperaba poder conseguir un empleo cuando regresáramos a casa, no tenía que ser algo importante, sólo algo que me ayudara a sentir que mi vida tenía algún sentido más allá de pasar materias que no me interesaban.
-Hey, Laura, ¿Tus padres te dieron permiso de alejarte?-Preguntó Luisa mientras se acercaba caminando a gran velocidad, su compañero unos pasos atrás de ella.- ¡Regresa a la casa en este instante! Si te pierdes van a culparnos a nosotros...
-Entonces tendré que hacer un gran esfuerzo y no perderme-Respondí, honestamente, Luisa apenas y podía con su trabajo y además quería jugar a la niñera súper responsable.
-No es gracioso, eres muy irresponsable, podrías causarnos problemas a todos.
- Puedo cuidarme sola-Dije retrocediendo un poco
-Creo que tus padres no opinan lo mismo... -Intervino Fabián, siempre dispuesto a aliarse con Luisa aunque ella actuara de manera irracional.
Sentí vergüenza y dolor con ese último argumento, porque tenía razón, era la pura verdad. Contuve las lágrimas de enojo que lastimaban mis ojos como si estuvieran hechas de ácido. No se me ocurría una buena respuesta, opté entonces por ignorarlos y continuar mi paseo, era temprano, no iba a sentarme en mi cama esperando el atardecer. Los escuche gritar un par de veces e incluso amenazaron con acusarme con mis padres, ¿Acaso eran niños de cinco años? Nadie dijo que debía obedecerles, nadie dijo que no podía salir de la casa, de hecho no estaba rompiendo ninguna regla por primera vez en mucho tiempo. Me molestaba que Luisa se creyera con derecho de darme órdenes, algún día perdería el control y le regalaría un puño en medio de la cara.
Necesitaba alejarme antes de arruinar todo, el problema es que siempre había alguien como Luisa, arrogante y que se siente con el derecho de mandar al mundo, esas personas me desesperaban, razón por la cual siempre terminaba en la oficina del director sin importar cuántas veces me cambiaran de escuela. No importa dónde, siempre existe una persona dispuesta a pisotearte. Luisa era peor porque llevaba más de seis años trabajando con mis padres y no daba señales de querer cambiar su situación laboral. Debía soportarla, su forma de ignorarme enfrente de los adultos e intentar mandar cuando éstos se ausentaban.