Esa noche no pude dormir, cada vez que lo intentaba recordaba el incidente en el bosque o el pleito con Luisa. Necesitaba ese tiempo para planear, debía convencer a mi enemiga de que había vencido, que estaba dispuesta a aceptar la derrota, así bajaría la guardia y dejaría de considerarme como una amenaza. Pasé la noche imaginando miles de escenarios improbables donde quizás lograría vengarme. En ese momento deseé desaparecer, cuando alguien me preguntaba qué súper poder me gustaría tener, me apresuraba a responder que la invisibilidad; así nadie te molesta, nadie te compara, estás a salvo de miradas, insultos y golpes.
Los demás estaban profundamente dormidos cuando un extraño impulso me hizo levantarme y salir de la casa. El aire me invitaba a internarme en el bosque, caminando entre los arboles sin ninguna preocupación, no más reglas para seguir, no más venganzas que planear... Sólo la promesa de libertad, aunque sentía nervios, una insistente ansiedad que aceleraba mi corazón y me urgía a regresar al interior.
Permanecí inmóvil en la puerta por varios minutos, a esa hora de la madrugada el bosque semejaba sombras danzantes, bailaban bajo las brillantes estrellas una danza ancestral, cuyo ritmo desconocíamos los seres humanos, los complicados pasos vetados para nuestra condición de seres que pretenden existir separados de la naturaleza, siempre negándola sin lograr destruirla por completo. El frío me hizo reaccionar y rápido volví al interior, cuidando que la puerta no hiciera ruido al cerrarla. Me confundían las emociones tan opuestas que ese lugar me provocaba. Silenciosamente regresé al sótano con la extraña sensación de que alguien o algo me seguía, varias veces volteé pero no pude distinguir nada en la oscuridad.
"Estas volviéndote loca" Susurré mientras bajaba las escaleras.
Fingí dormir cuando los demás se levantaron pero pronto descubrí que no podía evitar el destino así, el día había amanecido lluvioso y los científicos decidieron quedarse a trabajar en el improvisado laboratorio. Mis padres susurraban preocupados por el impredecible clima, afuera llovía a cantaros, como si toda la lluvia del mundo se hubiera concentrado en ese preciso lugar. Era aburrido, no había muchas cosas para hacer y evitar a Luisa era más difícil cuando estábamos encerradas en la misma cabaña. Afortunadamente el día pasó libre de incidentes, confirmándome que sería el primer ser humano en morir por culpa del aburrimiento. Prefería mil veces la clase de matemáticas en vez de pasar el tiempo sentada en una esquina, viendo como Morgan y papá acomodaban sus instrumentos una y otra vez. ¿Cuantas formas diferentes existen para acomodar los matraces? Aparentemente muchas.
-No está lista...
Esas palabras se escucharon con gran claridad a pesar de los murmullos de los biólogos, el estruendo del aguacero y la música de mis audífonos. Quité la música para escuchar mejor. Lo peor es que parecían provenir del exterior, era una voz familiar y a la vez desconocida, me resultó imposible definir si se trataba de un hombre o una mujer pero era suave y melodiosa como música, una hermosa canción dulce e irresistible. Miré alrededor, nadie más daba señales de haberla escuchado, todos estaban presentes aunque absortos en sus respectivas labores así que no podía tratarse de una broma. Intenté relajarme cuando volví a escucharlo...
-No, no está lista, pero pronto... muy pronto...
Entonces la voz desapareció, nunca había escuchado algo semejante y ni siquiera estaba segura de sí fue real o un simple producto de la imaginación. Esa voz... ¿Por qué me resultaba tan conocida?
-¿Laura?-Preguntó papá interrumpiendo mi descenso a la locura- ¿Estás bien? Te ves un poco pálida.
-Sólo necesito un poco de aire.-Respondí antes de encerrarme en el baño y salpicar agua helada en mi rostro.
Él tenía razón, lucía demasiado pálida, casi del mismo color que las paredes que me rodeaban. Mis manos temblaban sin ninguna razón y el silencio en el baño resultaba insoportable, era casi una presencia opresiva que amenazaba con asfixiarme. ¿Acaso estaba enferma? Rara vez me enfermaba, de hecho era la chica más saludable en cada lugar que visitaba, quizás por fin mi sistema inmunológico decidió fallar o quizás comí algo malo. No saber me hacía sentir peor aún.
Al salir encontré a mi padre con una expresión de preocupación en el rostro, tenía el ceño fruncido y sus ojos brillaban como si buscara una solución a una situación difícil. Sabía que algo estaba mal pero no era mi intención causarle problemas, a veces prefería que me ignoraran en vez de preocuparse. Siempre fui el tipo de persona que prefiere sufrir en silencio y a espaldas de los demás. Me apresuré a fingir una sonrisa y asegurarle que todo estaba bien. Él sonrió a medias antes de regresar a la cochera. Suspiré decidiendo que era una buena idea ir a la cocina. Ahí las ventanas estaban abiertas de par en par, permitiendo que el viento frío e impregnado de humedad circulara por la casa haciendo que los papeles sobre la mesa se cayeran al suelo y los focos se mecieran de un lado al otro..