El Bosque

Parte 10

VARIOS SIGLOS ANTES...


Un grupo de niños jugaba en el linde del bosque cerca de su pequeño pueblo, las personas disfrutaban pasar tiempo bajo la sombra de los frondosos árboles, la vegetación les proveía una fuente constante de presas para cazar, bayas, setas y numerosas plantas medicinales. No le temían a las sombras que se deslizaban por la noche entre los árboles, aun no tenían razones para temer, pero pronto las tendrían...
Siempre pasaba lo mismo, como un eterno ciclo condenado a repetirse una y otra vez.
El pueblo era apenas considerado como tal, más bien parecía una pequeña hilera de casuchas desvencijadas que apenas protegían a sus moradores de las inclemencias del tiempo. Estaban alejados de las guerras, al igual que de cualquier ruta comercial remotamente conocida. Vivían libres de ataduras a cualquier reino, aunque la pobreza fuera el precio que debían pagar por esa libertad. Muchos años podían pasar y los pobladores seguían siendo los mismos, familias que generación tras generación nacían, crecían y morían sin conocer más que el bosque y los montes a su alrededor.
Uno podría decir que su ignoracia del mundo exterior era auténtica felicidad, no sabían de hambrunas, alianzas, guerras por religion, poder o tierras. Compartían entre ellos lo poco que tenían y carecían de cualquier ambición. Tambien desconocían los terrores que se escondían justo enfrente de ellos, oculto por un velo de misterio que una vez revelado cambiaría sus pacificas vidas para siempre...
Con el paso de las décadas algunos cuantos extranjeros comenzaron a asentarse a las orillas del pueblo, gente desterrada de reinos vecinos o que escapaba de su vida anterior llegó buscando una segunda oportunidad, expandiendo el lugar a casi el triple de su tamaño original. Nunca se supo a ciencia cierta de donde llegaron los extranjeros, pero su presencia despertó el interés de un terrible mal que residía en el bosque, una maldad tan antigua que su existencia precedía a la de los hombres y había esperado demasiado por ese día.
El bosque comenzó a llenarse de voces, susurros que parecían leer el corazón de las personas y murmuraban a su oido sus peores temores.Nadie se atrevía a hablar del tema, la mayoría creía haber imaginado todo, mientras que los demás temían ser acusados de practicar brujería o padecer de locura, ambos destinos que no sólo ponían en peligro su lugar en la aldea, sino que tambien hacían peligrar sus vidas y las de sus familiares más cercanos. Así que soportaban las voces en silencio, esperando que ignorarlas ayudara a que desaparecieran.
-Ella no te ama-Susurraba la voz a un granjero despues de pelear con su esposa- Ella nunca te amó.
-No puedes confiar en él-Decía a la esposa aquel insidioso murmullo.-Él quiere abandonarte.
Provocaba conflictos y empeoraba cualquier malentendido haciendo que se convirtiera en una encarnizada pelea.La confianza que existía entre vecinos comenzó a desaparecer, las voces llegaban a confundirse con sus propios pensamientos y como es bien sabido no existe nada más peligroso que una idea.
Los extranjeros culpaban del cambio a los residentes originales, pues a ellos no les constaba que el fenómeno no existiera antes de su llegada. Mientras que los aldeanos culpaban a los recien llegados afirmando que las voces comenzaron  poco tiempo después de que comenzaron a mudarse al antes apacible pueblo. La verdad era que ninguno tenía la razón, pero nunca se atrevieron a considerar que su problema en realidad siempre había estado ahí, acechándolos desde el bosque, listo para alimentarse del conflicto, el miedo y la sangre... Era semejante a un terrible depredador y estaba dispuesto a atacar.
Las sombras se volvieron aterradoras, nadie se atrevía a salir de noche, excepto unos cuantos insensatos que se sentían extrañamente atraidos al bosque, pasaban las noches vagando entre los árboles sin encontrarse entre sí y al amanecer se sentían revitalizados e incapaces de recordar con claridad qué habían hecho durante la noche. Esta rara epidemia de sonambulismo hizo que los más suceptibles comenzaran a temer a una enfermedad desconocida e insistian en que debían conseguir ayuda, pero ¿De quién? ¿Un sacerdote? ¿Un exorcista? ¿Un médico? ¿O un verdugo?. Estando tan lejos del mundo era dificil conseguir el apoyo de cualquiera de los anteriores. 
Los que vagaban por el bosque no confiaban en sí mismos después de horas de seguir caminos que no llevaban a ningún lado, después de dar vueltas por varias horas descubrían que jamás se movieron del mismo lugar, no podían abandonar el poblado, eran prisioneros de fuerzas que no lograban comprender y que se aseguraban de negar su existencia a cada ocasión posible.
Era una situación insoportable para todos, hasta que una joven ofreció entrar a la arboleda y apaciguar a los espíritus. Ella parecía la imagen de la inocencia, apenas tenia quince años, demasiado joven para estar casada pero demasiado grande para carecer de pretendientes. Sus increibles ojos azules asemejaban espejos cristalinos, algo en el bosque la llamaba, algo que nadie más sentía y no lograba explicar. 
-Será peligroso-Dijo su padre con una mirada de preocupación capaz de conmover a cualquiera pero su hija estaba determinada- Debe existir otra manera...
-Tengo que hacerlo-Respondía cada vez que alguien intentaba desanimarla
Sentía que las cosas podrían empeorar si ignoraba sus instintos más fuertes.




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