Aquella noche no pude dormir, la sola idea de quedarme quieta en la oscuridad era suficiente para hacer que quisiera seguir trabajando en el laboratorio. Cerca de la madrugada se detuvo la cacofonía de voces que intentaba convencerme de que debía quedarme en el bosque "Este es tu hogar" repetían, "Nunca tendrás que estar sola otra vez" y "Puedes confiar en mí".
-¿Laura?-Dijo mi madre sacándome de mis pensamientos, recordándome que ya había amanecido y tenía ojeras de las que un panda se enorgullecería.-¿Está todo bien?
-Si, yo sólo... perdí la noción del tiempo-Me apresuré a mentir, acomodando los frascos de muestras en la repisa.
-Tu padre y yo hemos estado platicando, la verdad es que nos gustaría dedicarle más tiempo a este proyeco y el señor Richardson no tiene objeciones.
-¿Qué quieres decir?
-Nuestra estancia aquí va a prolongarse.
Sentí el miedo invadir mi mente y acomodarse como un nudo en mi garganta. ¿Más tiempo ahí? Lo único que me mantenía cuerda era saber que en menos de un año estaría de regreso en mi casa, lejos de bosques aterradores y demás misterios de la naturaleza. No sabía qué decir, sentía la necesidad de decir algo; advertirles que ese lugar no era lo que ellos creían, que nuestras vidas corrían peligro... Lo unico que pude hacer fue mirarla en silencio.
-Sé que no es lo que acordamos contigo, pero siento que estar lejos de la ciudad podría ser bueno para tí.-Continuó ella, era obvio que no esperaba una respuesta.
Sentí como si el bosque se cerrara a mi alrededor, semejante a una trampa invisible, o un laberinto interminable. ¿Los habrían convencido las voces de quedarse? Ni siquiera sabía si ellos escuchaban algo anormal, o si estaban tan ensimismados en su proyecto que eran capaces de ignorar cualquier cosa.
-Espero que puedas entenderlo y actuar con madurez. Para nosotros es importante tu apoyo, hija.-Concluyó mamá.
-¿Cuánto tiempo nos quedaríamos?
-Aún no estamos seguros. ¿Vas a estar bien?
Asentí, no quería decepcionarla y no tenía sentido oponerme cuando era evidente que la decisión de quedarnos no dependía de mí, que tal vez ni siquiera me habían considerado a la hora de decidirlo .Apenas vio mi respuesta se retiró, yo la seguí hasta la sala, desde donde ví a los científicos internarse en la arboleda, me tuve que detener en seco cuando noté que unas cuantas hojas habían comenzado a aparecer en aquellas ramas. Nadie más pareció notarlo...
Por alguna razón lo sentí casi como un mal indicio, esas hojas habían aparecido de la noche a la mañana por arte de magia, su tono rojizo me provocaba escalofríos...
Me preparé una taza de café para mantenerme despierta, aunque mis nervios eran suficiente para eso, cada ruido, cada sombra, cada pequeño susurro de las voces bastaba para provocar que el miedo regresara, más fuerte y abrumador cada vez. Comenzaba a creer que me volvería loca cuando el señor Richardson bajó por las escaleras y se sentó en el sillón, un grueso libro en sus manos y una expresión de cansancio que igualaba la mía.
Éramos victimas del mismo mal...
Él no me saludó, ni siquiera volteó a mirarme, sólo tomó el libro y comenzó a leer. Se trataba de una novela un tanto desgastada, el título se había borrado de la portada y el lomo estaba tan gastado que comenzaba a descoserse en ambos extremos. Pasaron varios minutos así, el silencio roto únicamente por el sonido de las páginas pasando y el viento que agitaba las ramas con sus escasas hojas.
-¿Señor Richardson?-Me atreví a preguntar. -¿Está bien?
Sus manos temblaron, pero no apartó la mirada de su lectura a pesar de que el libro se movía volviendo la actividad imposible. Antes no había notado lo infeliz que lucía al estar ahí sentado, pero aun si no lo demostraba mucho, ahora podía ver ciertas cosas, como la forma en que sus manos se tensaban al sujetar el libro, la tristeza que se veía reflejada en su mirada y la forma en que parecía extrañamente ausente. ¿Cómo no lo noté antes? ¿De verdad estaba tan enfrascada en mis problemas que no me fijé en que alguien más sufría?
-Señor Richardson...-Volví a intentarlo.-Sé que no puede responder, pero... Necesito saber que está bien, sólo usted puede entenderme y entender todo lo que está pasando. No me deje sola... por favor.
Sentí lagrimas derramarse por mis mejillas ante mi admisión de vulnerabilidad, necesitaba que alguien comprendiera lo que estaba pasando, un padre que me escuchara con atencion, una madre que me acompañara en mis momentos de mayor temor, una amiga que buscara llenar mis días de alegría en lugar de angustia y miedo. No tenía nada de eso, estaba sola, aterrada y sola.
Nadie más que él podría entenderme, pero estaba preso en su propia mente por el mismo ente que buscaba enloquecerme.
Me levanté, sintiéndome patética por aquel momento de debilidad, pero justo cuando iba a retirarme Richardson dijo algo, una frase que se quedaría en mi mente por mucho tiempo y con la cual lo recordaría por el resto de mi vida.
-Quédate, yo tampoco quiero estar solo...
No dijo nada más, yo tampoco quise romper el silencio. Afuera el viento había llenado el cielo de nubes negras como la noche y comenzaba una terrible tempestad, los caminos se llenaron de fango y el suelo se cubrió de profundos charcos. Normalmente me asustaría la posibilidad de una tormenta, en especial después de todas las extrañas experiencias que había vivido ahí. La tranquila presencia de nuestro anfitrión funcionó mejor que cualquier remedio para los nervios, estuve en paz casi por primera vez desde mi llegada al bosque.
Me preguntaba si se trataría solamente de la paz antes de la verdadera tormenta.
De algo estaba segura.
Los momentos de paz no duraban mucho en el bosque...