El bosque.

Capítulo 2: El umbral.

El aire en el claro era denso, vibrante con una energía desconocida. El canto de Fátima, o de lo que fuera que la poseía, resonaba en el pecho del Detective Basilio Román, un sonido que era a la vez hermoso y aterrador. Las figuras translúcidas danzaban alrededor del viejo roble, apenas visibles, como remolinos de niebla con forma humana, atrayendo la mirada de los tres. Eran los "espíritus" de las leyendas, o una ilusión demasiado convincente.
Miguel intentó dar un paso hacia su hija, pero una fuerza invisible lo detuvo, como si el propio aire se hubiera solidificado. "¡Fátima! ¡Hija, vuelve!", gritó, su voz desgarrada por la desesperación.
Los ojos de Fátima, esos orbes verde esmeralda, se abrieron de repente, fijándose en Miguel. Una sonrisa extraña, casi de conocimiento antiguo, apareció en sus labios. No era la sonrisa de la Fátima que él conocía. Luego, con una gracia antinatural, levantó una mano hacia el cielo nocturno. Al hacerlo, el Luminaria Noctis que rodeaba el roble se encendió con una intensidad cegadora, emitiendo un pulso de luz que iluminó brevemente el claro, revelando detalles que habían estado ocultos en la penumbra.
Román, con su linterna en la mano, parpadeó para ajustar su visión. En ese instante de luz deslumbrante, vio algo que le heló la sangre. Incrustados en la corteza del roble, casi fundidos con la madera, había rostros. Caras humanas, distorsionadas por el terror y el sufrimiento, con bocas abiertas en un grito silencioso. No eran tallas; parecían parte del árbol, como si hubieran sido absorbidas por él. Algunos rostros parecían antiguos, casi petrificados, mientras que otros parecían más recientes, sus rasgos aún reconocibles. La visión duró solo un instante antes de que la luz se atenuara de nuevo, pero la imagen quedó grabada en su mente.
Susana, la botánica, dejó caer su portátil, su rostro pálido. "No... no es posible. Las leyendas hablaban de sacrificios, de almas atrapadas... pero pensé que era una metáfora." Su voz era apenas un susurro de horror.
El canto de Fátima cambió, volviéndose más agudo, con un tono de advertencia. Las figuras translúcidas se arremolinaron más rápido, formando un torbellino espectral alrededor del roble. El olor dulce y empalagoso de las flores se intensificó, volviéndose casi sofocante.
De repente, del tronco del roble, de entre las grietas de la corteza, comenzó a brotar una savia espesa y oscura, casi negra, que goteaba lentamente sobre las raíces. No era savia normal; parecía pulsante, como si tuviera vida propia. Las plantas de Luminaria Noctis a los pies del árbol absorbieron la savia con avidez, y su brillo se volvió aún más intenso, transformándose en un fulgor que proyectaba sombras grotescas en la oscuridad.
Román levantó su arma instintivamente, apuntando al roble, a Fátima, a la amenaza invisible. Pero ¿qué se disparaba a algo así? Miguel, por otro lado, se lanzó hacia adelante, superando la barrera invisible por pura fuerza de voluntad, arrastrándose en el barro hacia su hija. "¡Fátima! ¡No hagas esto! ¡No, por favor!"
Mientras Miguel se acercaba, uno de los rostros en el roble, el de una mujer joven con los ojos muy abiertos, pareció moverse, y un lamento inaudible, pero desgarrador, resonó en la mente de Román, un eco de dolor y desesperación.
"¡Miguel, detente!", gritó Román, sabiendo que el leñador se estaba adentrando en un peligro que no podía comprender. Pero era demasiado tarde.
Fátima, con su mirada verde brillante, giró su cabeza hacia su padre. La sonrisa en sus labios se amplió, revelando una hilera de dientes que parecían demasiado largos, demasiado afilados. Y luego, una de las figuras translúcidas se desprendió del remolino y se abalanzó sobre Miguel, atravesándolo sin resistencia. Miguel se detuvo en seco, un grito ahogado en su garganta. Sus ojos se fijaron en Fátima, llenos de un horror incomprensible, antes de que su cuerpo se desplomara inerte sobre el barro.
El canto de Fátima cesó abruptamente. El brillo del Luminaria Noctis se atenuó. Las figuras espectrales se desvanecieron. Y Fátima, con un parpadeo, cayó de rodillas al pie del roble, sus ojos volviendo a su color normal, su rostro pálido y confuso. Todo había vuelto a la normalidad, salvo por el cuerpo sin vida de Miguel y el terror que ahora se aferraba a la garganta de Román y Susana.
El Bosque había mostrado su verdadera cara, y el umbral había sido cruzado con un precio devastador.
El silencio que siguió a la caída de Miguel fue más ensordecedor que cualquier grito. El aire, antes denso con la extraña energía del Bosque, ahora se sentía vacío, helado. Román bajó lentamente su arma, sus ojos fijos en el cuerpo inerte del leñador, la imagen de la figura translúcida atravesándolo, grabada a fuego en su mente. Era la prueba irrefutable de que lo que habían presenciado no era una alucinación ni un truco de la luz.
Fátima estaba de rodillas, temblorosa, con las manos temblándole mientras las llevaba a su rostro. Sus ojos, ya de su color natural, se abrieron con horror al ver a su padre. Un sollozo desgarrador brotó de su garganta. "¡Papá! ¡No! ¡¿Qué... qué pasó?!" Su voz era la de una niña asustada, sin rastro de la melodía inquietante o la mirada antigua que había poseído sus ojos momentos antes. La amnesia sobre lo ocurrido parecía total.
Susana corrió hacia Miguel, se arrodilló junto a él y comprobó su pulso. Negó con la cabeza, sus propios ojos llenos de lágrimas contenidas. "No... no hay nada. Se ha ido."
Román se acercó, su mente luchando por procesar la escena. La lógica, su herramienta más valiosa, se había desmoronado por completo. "¿Qué fue eso, Fátima? ¿Qué pasó aquí?" preguntó, su voz ronca por la conmoción.
Fátima levantó la vista, sus ojos azules fijos en él, llenos de confusión y angustia. "No... no lo sé. Estaba dibujando... y de repente, me sentí cansada. Me acerqué al roble... y luego... todo se puso oscuro. Solo recuerdo una canción... una voz que me llamaba. Y ahora... ¡Papá!" Rompió a llorar, sus manos temblorosas aferrándose al cuerpo frío de su padre.
Román se dio cuenta de que no obtendría respuestas lógicas de la chica. Ella no era consciente de la entidad que la había poseído. La había usado como un recipiente, un puente. Miró el roble, que ahora parecía un monumento oscuro y mudo, sin el brillo verde. Los rostros en su corteza, antes visibles en el fugaz destello de luz, habían vuelto a fundirse con la madera, apenas discernibles, como un recuerdo macabro.
La radio de Román crepitó. "Detective Román, ¿copia? ¿Alguna novedad? Hemos oído... algo." Era la voz nerviosa del agente de guardia.
Román tomó la radio, su voz firme a pesar del caos interno. "Hemos encontrado a la señorita Fátima. Pero... Miguel... ha fallecido. Necesitamos una unidad de apoyo y forenses en el claro del roble. Y... traigan refuerzos. Esto es un... es un caso complicado." Las palabras le sonaron huecas, inadecuadas para lo que acababa de presenciar. ¿Cómo explicar un ataque de un "espíritu" del bosque?
Mientras esperaban, Román observó a Susana, quien, a pesar del shock, comenzó a recolectar muestras de la savia oscura del roble y más plantas de Luminaria Noctis con una determinación casi febril. Su mente científica, aunque tambaleante, buscaba desesperadamente una explicación, una clasificación, algo que pudiera anclar lo inexplicable en el reino de lo conocido.
"Las leyendas... los textos antiguos...", murmuró Susana, más para sí misma que para los demás. "Hablan de un precio. Un intercambio. Una ofrenda para mantener el equilibrio. Pero nunca creí que fuera... literal."
El Detective Román se agachó junto al cuerpo de Miguel, la lluvia lavando la sangre y el barro. Tocó el viejo amuleto en su bolsillo, que ahora no emitía luz alguna. Era como si su propósito se hubiera cumplido, o su energía se hubiera agotado. La incredulidad se había transformado en una aceptación fría y aterradora. El Bosque no solo era un lugar, era una entidad. Y acababa de cobrar una vida, dejando tras de sí un misterio más profundo y siniestro de lo que cualquier expediente policial podría registrar.
La llegada de los primeros equipos de apoyo rompió el hechizo. Las luces de sus linternas y los gritos de asombro y horror de los agentes al ver la escena. Román se puso de pie, su rostro endurecido. Sabía que la batalla por la verdad apenas comenzaba, y que se enfrentaba a un enemigo que no podía ser esposado ni interrogado. El Bosque había hablado, y su mensaje había sido brutalmente claro.
El claro del roble se llenó de luces parpadeantes y el murmullo de voces conmocionadas. Los forenses comenzaron su macabra labor, sus gestos metódicos y fríos contrastando con el horror sobrenatural de la escena. El cuerpo de Miguel fue cubierto, su vida reducida a un bulto inerte en el barro. Fátima, en estado de shock, fue envuelta en una manta térmica por una paramédico, sus temblores incontrolables. Balbuceaba incoherencias, fragmentos de la canción que había cantado y la súplica por su padre, una niña atrapada en el centro de un torbellino inexplicable.
Susana continuó recogiendo sus muestras, su rostro pálido pero con una determinación casi febril. Para ella, esto no era solo una tragedia, sino un descubrimiento científico que rompía todos los paradigmas. La existencia de la savia oscura del roble y el comportamiento de las Luminaria Noctis eran pruebas tangibles de que las leyendas ancestrales tenían una base real, por más espeluznante que fuera.
El Detective Basilio Román se mantuvo apartado, observando el caos controlado a su alrededor. Los agentes, aunque profesionales, no podían ocultar el escalofrío en sus espaldas. Las miradas furtivas hacia el imponente roble, ahora solo un árbol oscuro y silencioso, denotaban un temor ancestral que Román, por primera vez, compartía profundamente. La huella de la garra, el amuleto, los glifos, los rostros en el árbol... todo componía un cuadro que desafiaba su comprensión.
Mientras los equipos trabajaban, un anciano del pueblo, de nombre Don Elías, se abrió paso entre la policía. Sus ojos, nublados por la edad, se fijaron en el roble y en Fátima. Don Elías era uno de los pocos que aún susurraban las viejas historias, y su presencia, en ese momento, no era una coincidencia.
"Sabía que pasaría", murmuró Don Elías, su voz grave y rasposa. "El Bosque tiene hambre. Y la Noche del Desvelo... es cuando la puerta se abre de par en par."
Román se acercó al anciano. "¿Qué puerta, Don Elías? ¿Qué sabe usted de esto?"
El viejo negó con la cabeza lentamente, sus ojos llenos de una tristeza profunda. "No es una puerta de madera, Detective. Es un umbral entre el mundo de los vivos y el de los que ya no están, o de los que nunca fueron. Cuando el Bosque reclama lo que considera suyo, el Gran Espíritu del Roble elige un conducto. Un alma pura, conectada con la tierra, como Fátima. Y para abrir el camino, para que los 'otros' crucen... siempre exige un sacrificio de sangre." Su mirada se posó en el lugar donde Miguel había caído.
Las palabras del anciano resonaron en el claro, confirmando los peores temores de Román. Los "espíritus" translúcidos que había visto no eran meras ilusiones. Eran entidades que habían cruzado, o intentado cruzar, utilizando a Fátima como catalizador y la vida de Miguel como peaje.
"¿Y qué buscaban esos... esos 'espíritus'?", preguntó Román, apenas capaz de articular la palabra.
Don Elías suspiró. "Paz, Detective. O quizás venganza. Son almas atrapadas, o fuerzas antiguas, que buscan completar algo que les fue arrebatado. Y el Bosque es su cárcel y su guardián. Fátima no los convocó; el Bosque la eligió, usó su pureza, su conexión. Ella es solo un eco, un recipiente."
La revelación fue un golpe brutal para Román. No era un asesino humano al que atrapar, sino una fuerza primigenia y un misterio que se remontaba a siglos. El caso se había transformado de una investigación policial en un enigma existencial. La justicia, tal como él la entendía, no tenía cabida aquí.
Mientras los forenses retiraban el cuerpo de Miguel, Román miró el roble, luego a Fátima, que era llevada en brazos de la paramédico, su mirada aún perdida. El Bosque se mantenía en silencio de nuevo, como si nada extraordinario hubiera sucedido, como si el horror fuera su estado natural. Pero Román sabía que el equilibrio había sido roto. Había cruzado el umbral, y ahora, el Bosque no lo dejaría ir tan fácilmente. Su sinopsis había cobrado una vida inesperada, y él, el detective escéptico, era ahora un protagonista en una pesadilla que apenas comenzaba.
Con la primera luz tenue del amanecer luchando por penetrar la densa bóveda del Bosque, el claro del roble se transformó en una escena de actividad sombría. Los forenses trabajaban metódicamente alrededor del cuerpo de Miguel, sus equipos emitiendo pitidos y destellos en el aire frío y húmedo. Fátima, aún en estado de shock catatónico, había sido trasladada a una ambulancia, susurrando el nombre de su padre.
Susana, la botánica, seguía en el claro, sus manos manchadas de tierra oscura mientras recogía muestras de la savia pulsante y de las extrañas plantas de Luminaria Noctis que ahora habían perdido la mayor parte de su brillo. Su mirada se alternaba entre el roble y el lugar donde Miguel había caído.
El Detective Basilio Román, con el rostro marcado por el cansancio y la incredulidad, se había apartado para hablar con Don Elías. El anciano, con su sabiduría ancestral, parecía ser la única fuente de sentido en el caos.
"El Bosque no solo mata, Detective", dijo Don Elías, su voz un susurro ronco. "También guarda. Las almas que elige el Gran Espíritu del Roble no se van para siempre. Se quedan, atrapadas, alimentando la fuerza de este lugar, esperando una liberación que quizá nunca llegue." Sus ojos se fijaron en los rostros apenas visibles en la corteza del roble. "Son los que perdieron su camino, o los que fueron ofrecidos."
Román sintió un escalofrío que no tenía que ver con el frío matinal. "¿Y qué hay de Fátima? ¿Ella está... a salvo?"
Don Elías suspiró. "Fátima es especial. El Bosque no la reclamó por completo. Ella sirvió como un puente, un canal. Su conexión con la tierra es demasiado fuerte para ser absorbida sin resistencia. Pero el Gran Espíritu dejó su marca. Está en ella, Detective. Ahora es parte de ambos mundos."
La implicación de sus palabras era aterradora: Fátima ya no era solo una niña; era una pieza clave en la dinámica sobrenatural del Bosque. Román miró hacia el roble, luego hacia la ambulancia donde yacía Fátima. Comprendió que su misión ahora era doble: resolver un asesinato que desafiaba toda lógica y proteger a una joven que se había convertido en un eslabón entre lo real y lo inefable.
Vicente, el promotor inmobiliario, apareció en el claro, su traje arrugado y su rostro lívido, pero su ambición intacta. Había pasado la noche en la comisaría, y la muerte de Miguel, aunque trágica, era para él una oportunidad.
"Detective, esto es terrible", dijo Vicente, con una falsa expresión de pena. "Pero ¿no ve lo que significa? Este lugar es un peligro. Inestable. Lo mejor es declarar toda la zona como un riesgo extremo, clausurarla y... por supuesto, venderla para desarrollo. ¡Demoler este maldito bosque es la única solución!" Su mirada calculaba el valor del terreno, ya imaginando torres de apartamentos donde antes crecían árboles centenarios.
Román lo miró con desprecio. La superficialidad de Vicente, su incapacidad para ver el horror más allá del beneficio, era casi tan repulsiva como la propia oscuridad del Bosque. "No vamos a demoler nada, señor Vicente. Este Bosque tiene sus propias leyes, y le aseguro que las respetaremos."
Mientras el sol comenzaba a iluminar los picos de los árboles, revelando el verde oscuro del follaje, el Detective Román se dio cuenta de que su investigación había tomado un giro sin retorno. Lo que había comenzado como la búsqueda de una niña se había transformado en un enfrentamiento con lo desconocido, una lucha por comprender y contener una fuerza ancestral que había despertado. El Bosque había cobrado una vida, y había marcado a otra. Y él, Basilio Román, el hombre de la lógica y la razón, estaba ahora inmerso en una pesadilla donde la única ley era la del terror.
El amanecer trajo consigo una calma gélida al claro del roble, pero no la paz. El cuerpo de Miguel había sido finalmente retirado, dejando una mancha oscura en la tierra húmeda que parecía un eco de la savia del árbol. Fátima, envuelta en una manta, estaba siendo trasladada a una ambulancia, sus ojos vidriosos fijos en un punto distante, como si su mente estuviera aún atrapada en el plano etéreo del Bosque. El psiquiatra del pueblo ya había sido notificado.
Susana, con una determinación febril, continuó recolectando muestras, su mente científica luchando por encontrar una explicación tangible para lo que sus ojos habían visto. La savia oscura, las Luminaria Noctis que ahora languidecían, los rastros de la energía pulsante… todo era vital.
Vicente, ajeno a la atmósfera de duelo y terror, se acercó a Román con su habitual pragmatismo insensible. "Detective, ahora que la situación está 'bajo control', debemos hablar de la seguridad del pueblo. Declaren este lugar una zona de peligro. Restringir el acceso es lo mínimo. Y si hablamos de soluciones a largo plazo, mi proyecto podría…".
Román lo cortó, su voz baja y cargada de una amenaza apenas velada. "Señor Vicente, en este momento, lo único que me importa es la verdad de lo que sucedió aquí. Sus planes de desarrollo son la última de mis preocupaciones. Y le aseguro que si este Bosque es peligroso, no será por mis acciones." La mirada de Román era tan fría que Vicente, por una vez, se encogió.
El Detective Basilio Román se volvió hacia el roble, su imponente silueta ahora recortada contra el cielo grisáceo. Los rostros en su corteza apenas eran visibles a la luz del día, fundidos con las grietas y las texturas del árbol, como una pesadilla olvidada. Pero Román sabía que estaban allí. Eran las víctimas silenciosas del Gran Espíritu del Roble, y la prueba viviente de las leyendas de Don Elías.
El anciano se acercó a Román, su mirada sabia posándose en el detective. "El Bosque tiene memoria, Detective. Y a veces, cuando se siente amenazado, o cuando se rompe su equilibrio, la memoria cobra vida. Fátima fue un catalizador, sí, pero también es una superviviente. Lo que vio y lo que sintió la ha cambiado. Ahora es parte de la propia esencia del Bosque, un puente viviente."
"¿Un puente?", preguntó Román, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. La protección de Fátima se había vuelto una prioridad.
"Sí. Ella puede sentirlo, oírlo. Y lo más importante, el Bosque puede sentirla a ella. Ahora es un punto de conexión, Detective. Tanto para bien como para mal. Para lo que venga después." La última frase de Don Elías resonó con un tono ominoso.
Román sabía que este era solo el principio. Había presenciado lo imposible y, al hacerlo, se había atado a un misterio que trascendía su placa y su entrenamiento. La muerte de Miguel no era el final, sino el primer capítulo de una confrontación más profunda con el Bosque. La policía del pueblo, con su lógica simple, pronto se vería abrumada. La verdad, la verdadera naturaleza del Bosque y las fuerzas que allí operaban, exigirían una investigación que rompería con todas las normas. Román ya no era un simple detective; era un guardián, un hombre a quien el destino había elegido para desentrañar los secretos de un lugar donde la realidad y la leyenda se entrelazaban mortalmente.
Con el sol ya más alto, la cruda realidad se asentaba en el claro del roble. El cuerpo de Miguel había sido finalmente trasladado, dejando solo una mancha oscura en la tierra mojada, un recordatorio silencioso de lo sucedido. Fátima había sido llevada a la ambulancia, su mirada perdida y sus murmullos incoherentes, como si su mente aún estuviera atrapada en algún rincón etéreo del Bosque. El psiquiatra del pueblo, ya notificado, se dirigía hacia allí, pero Román dudaba que la ciencia médica tuviera respuestas para lo que había presenciado.
Susana, la botánica, seguía absorta en su trabajo, su rostro pálido pero con una determinación casi febril. Recogía muestras de la extraña savia oscura del roble y de las plantas de Luminaria Noctis que ahora languidecían, casi sin brillo. Para ella, esto no era solo una tragedia, sino un descubrimiento que desafiaba todos los conocimientos científicos.
Vicente, ajeno a la atmósfera de duelo y terror, se acercó a Román con su habitual pragmatismo insensible. "Detective, ahora que la situación está 'bajo control', debemos hablar de la seguridad del pueblo. Hay que declarar este lugar una zona de peligro. Restringir el acceso es lo mínimo. Y si hablamos de soluciones a largo plazo, mi proyecto podría…".
Román lo cortó en seco, su voz baja y cargada de una amenaza apenas velada. "Señor Vicente, en este momento, lo único que me importa es la verdad de lo que sucedió aquí. Sus planes de desarrollo son la última de mis preocupaciones. Y le aseguro que si este Bosque es peligroso, no será por mis acciones." La mirada de Román era tan gélida que Vicente, por una vez, se encogió, retrocediendo un paso.
El Detective Basilio Román se volvió hacia el roble, su imponente silueta ahora recortada contra el cielo grisáceo. Los rostros en su corteza apenas eran visibles a la luz del día, fundidos con las grietas y las texturas del árbol, como una pesadilla olvidada. Pero Román sabía que estaban allí. Eran las víctimas silenciosas del Gran Espíritu del Roble, y la prueba viviente de las leyendas de Don Elías.
El anciano se acercó a Román, su mirada sabia posándose en el detective. "El Bosque tiene memoria, Detective. Y a veces, cuando se siente amenazado, o cuando se rompe su equilibrio, la memoria cobra vida. Fátima fue un catalizador, sí, pero también es una superviviente. Lo que vio y lo que sintió la ha cambiado. Ahora es parte de la propia esencia del Bosque, un puente viviente."
"¿Un puente?", preguntó Román, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. La protección de Fátima se había vuelto una prioridad máxima.
"Sí. Ella puede sentirlo, oírlo. Y lo más importante, el Bosque puede sentirla a ella. Ahora es un punto de conexión, Detective. Tanto para bien como para mal. Para lo que venga después." La última frase de Don Elías resonó con un tono ominoso, cargado de una premonición escalofriante.
Román sabía que este era solo el principio. Había presenciado lo imposible y, al hacerlo, se había atado a un misterio que trascendía su placa y su entrenamiento. La muerte de Miguel no era el final, sino el primer capítulo de una confrontación más profunda con el Bosque. La policía del pueblo, con su lógica simple, pronto se vería abrumada. La verdad, la verdadera naturaleza del Bosque y las fuerzas que allí operaban, exigirían una investigación que rompería con todas las normas. Román ya no era un simple detective; era un guardián, un hombre a quien el destino había elegido para desentrañar los secretos de un lugar donde la realidad y la leyenda se entrelazaban mortalmente.




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