El sol de la mañana se abría paso a duras penas entre las copas de los árboles, como si el propio Bosque se resistiera a ceder su oscuridad. En la pequeña comisaría, la atmósfera era tan fría como la noche que acababan de sobrevivir. El Detective Basilio Román observaba a Fátima a través del cristal de una sala de interrogatorios. La chica seguía en shock, sus ojos vacíos, balbuceando fragmentos de la melodía que había cantado en el claro del roble. El psiquiatra, un hombre joven y visiblemente abrumado, no dejaba de repetir que no había un diagnóstico conocido para su estado.
Susana, con ojeras profundas pero una chispa de obsesión en los ojos, organizaba sus muestras sobre una mesa. Había instalado un pequeño microscopio y analizaba la savia del roble y las Luminaria Noctis con una concentración casi febril. Para ella, el horror era solo una capa, debajo de la cual se escondía una verdad biológica asombrosa.
Vicente, por su parte, se había marchado, prometiendo regresar con sus abogados. Román sabía que el promotor vería la tragedia como una oportunidad para presionar con sus planes, explotando el miedo del pueblo para sus propios fines.
Román tomó el amuleto de madera de la bolsa de pruebas. Ya no brillaba, pero su superficie se sentía cálida al tacto. La lógica le decía que esto era una tontería, pero todo lo que había presenciado la noche anterior lo obligaba a reconsiderar. Las palabras de Don Elías resonaban en su mente: "El Bosque tiene memoria... y a veces, cuando se rompe su equilibrio, la memoria cobra vida."
Decidió ir a hablar con Don Elías de nuevo. El anciano era la única brújula en un mar de lo inexplicable. Lo encontró en su pequeña casa a las afueras del pueblo, rodeado de hierbas secas y viejos libros empolvados.
"El Gran Espíritu del Roble se ha manifestado, Detective", dijo Don Elías, ofreciéndole una taza de un té humeante con un aroma terroso. "Es un guardián, pero también un juez. Ha despertado porque el Bosque está sufriendo, y ha tomado una ofrenda para restablecer el equilibrio."
"¿Sufriendo? ¿Por qué?", preguntó Román, sintiendo el calor del té en sus manos.
"Los forasteros. Las excavaciones. La codicia. Vicente y los suyos no entienden que este Bosque no es solo tierra. Es un ser vivo, con conciencia. Y ellos lo están hiriendo. Fátima, con su conexión, fue la que sintió el llamado del Bosque. Ella abrió el camino, sin saberlo." El anciano hizo una pausa, su mirada se perdió en el horizonte. "Pero el precio... el precio siempre es alto. Y no siempre termina ahí."
Román sintió un escalofrío. "¿Qué quiere decir?"
"Las almas que el Roble absorbe, las que viste en su corteza... no están en paz. Algunas buscan venganza, otras, la liberación. El Espíritu del Roble las mantiene en su interior, pero cuando un umbral se abre, su influencia se siente. Y la conexión de Fátima las hace… más cercanas a nuestro mundo."
De vuelta en la comisaría, Susana llamó a Román con urgencia. "Detective, he descubierto algo. La savia del roble... es una especie de catalizador. Y el Luminaria Noctis... no solo es bioluminiscente. Reacciona a las emociones, especialmente al miedo. Cuando hay miedo, su brillo se intensifica, y parece actuar como un faro, un atrayente para... para lo que sea que esté en el roble."
Las piezas comenzaban a encajar de una manera aterradora. El miedo era la clave. Vicente, con sus planes de expansión, generaría miedo en el Bosque y en el pueblo. Y ese miedo alimentaría el poder del roble, haciendo el umbral más permeable, atrayendo a las entidades atrapadas.
La puerta de la comisaría se abrió de golpe. Era Vicente, con un grupo de matones a sueldo, el rostro lívido de ira. "¡He oído los rumores! ¡Han declarado mi terreno 'escena de crimen'! ¡Esto es un atentado contra mi propiedad! ¡Les doy una hora para que levanten esto o mis abogados se encargarán de ustedes!" Sus ojos, inyectados en sangre, se posaron en Fátima, quien sollozó en su silla.
El Detective Román miró a Vicente, luego a Susana, y finalmente a la temblorosa Fátima. Comprendió el peligro. La presencia de Vicente, su agresividad, su egoísmo, estaba generando miedo. Y el Bosque, a través de Fátima y el roble, lo sentía. La semilla del miedo había sido sembrada, y el Bosque estaba a punto de germinar un nuevo horror.
La amenaza de Vicente resonó en la pequeña comisaría como un trueno. Su rostro, contraído por la furia, se acercó al cristal de la sala donde Fátima continuaba su trance. La joven se encogió, un temblor recorriendo su cuerpo. El Detective Basilio Román sintió la punzada de temor en su propio pecho, y comprendió que era el mismo miedo que Vicente estaba cultivando, una ofrenda involuntaria al Bosque.
"Vicente, es suficiente", dijo Román, su voz baja pero cargada de autoridad, interponiéndose entre el promotor y la puerta de la sala de Fátima. "Esta es una escena de un crimen y la investigación está en curso. Cualquier interferencia será tratada con la severidad que la ley permita."
"¿Crimen?", se burló Vicente, señalando a Fátima. "¿Su hija 'mágica' es la prueba? Escúcheme bien, Detective. Si no levanta esta farsa y me permite continuar con mi proyecto, haré que lo trasladen a usted y a todo su equipo a la Patagonia." Su mirada, llena de desprecio, se fijó en la botánica. "Y a usted, señorita, la acusaré de cualquier cargo que pueda inventar."
Mientras Vicente vociferaba, Susana notó algo. Las Luminaria Noctis que había puesto en un recipiente sobre la mesa, casi imperceptibles unos momentos antes, comenzaron a emitir un tenue brillo. No era el fulgor intenso de la noche, sino un pulso suave, casi un latido, que respondía a la creciente tensión y al miedo palpable en la habitación. "Detective, mire", susurró Susana, señalando las plantas. "Están reaccionando."
Román siguió su mirada. La luz, aunque débil, era inconfundible. La furia de Vicente, la angustia de Fátima, la impotencia de Miguel que aún flotaba en el aire… todo alimentaba esa extraña luminiscencia. El Bosque no necesitaba presencia física para extender su influencia; el miedo era su combustible, su canal.
De repente, una figura entró corriendo en la comisaría, empapada y pálida. Era el agente que había quedado en el linde del Bosque, el mismo que había alertado a Román la noche anterior. Su respiración era entrecortada, sus ojos dilatados por el terror.
"¡Detective! ¡Ha vuelto a pasar! En el Bosque… cerca del viejo molino. Los lugareños… han encontrado a uno de los hombres de Vicente. El capataz. Está… está como Miguel. ¡Vacío!"
La sangre de Román se heló. Un segundo ataque. El Bosque había vuelto a cobrar una vida. Y esta vez, la víctima era uno de los hombres de Vicente, uno de los que estaban involucrados en las excavaciones y la "herida" al Bosque. La amenaza de Don Elías se hizo real: el precio era alto, y no terminaba ahí.
Vicente palideció, su bravuconería desvaneciéndose ante la noticia. "¡Mi capataz! ¡Imposible! ¿Cómo… cómo pudo pasar?" El miedo en su voz era genuino, y las Luminaria Noctis respondieron, su brillo intensificándose un poco más.
Román miró a Fátima. La joven se había encogido aún más, sus ojos ahora fijos en las plantas que brillaban. Un leve temblor recorrió su cuerpo. Aunque no era consciente de lo que había sucedido, la conexión con el Bosque le permitía sentir su ira, su hambre.
El Detective Basilio Román se dio cuenta de la magnitud del problema. No era un asesino en serie, ni un desastre natural. Era una entidad, el Gran Espíritu del Roble, que reaccionaba a la agresión contra su dominio, alimentándose del miedo y cobrando vidas. El pueblo entero estaba en peligro, y el verdadero horror apenas comenzaba a manifestarse.
La noticia del segundo incidente en el Bosque corrió como un reguero de pólvora por el pequeño pueblo, sembrando un pánico que Vicente no pudo controlar. La furia del promotor se transformó en un miedo crudo y palpable al comprender que la muerte de su capataz no era una coincidencia. Las Luminaria Noctis en la comisaría, aunque pequeñas, palpitaban con un brillo más sostenido, un reflejo del terror que se apoderaba de todos.
Román ordenó el cierre inmediato de todas las entradas al Bosque, pero sabía que era un gesto inútil. La amenaza no era algo que pudiera contenerse con vallas o cintas policiales. Se trataba de una fuerza que trascendía lo físico, alimentada por el miedo que crecía en el corazón de los habitantes.
Mientras los agentes se preparaban para otra incursión al Bosque, esta vez para recuperar el cuerpo del capataz, Román observó a Fátima. La joven seguía en un estado catatónico, pero sus ojos ahora se movían sutilmente, como si estuviera viendo algo que los demás no podían. Don Elías se acercó a ella, susurraba palabras antiguas en un dialecto olvidado, tocando suavemente el rostro de la chica. Los labios de Fátima se movieron, emitiendo un débil susurro que solo el anciano pareció entender.
"Dice que el Bosque... está hambriento", tradujo Don Elías, su voz grave. "No solo de sangre, sino de su propia paz. El Gran Espíritu del Roble busca equilibrio. Ha despertado por la invasión y el ruido. Ahora... exige que se detenga."
La revelación fue un golpe para Román. La solución no era buscar un culpable, sino detener la causa. El Bosque no era el enemigo; era la víctima, y su venganza era una respuesta a la agresión. El promotor inmobiliario y sus excavaciones eran los verdaderos detonantes.
Susana, por su parte, había terminado sus análisis iniciales. "Detective", dijo, su voz tensa por el descubrimiento. "La savia del roble contiene compuestos orgánicos que no coinciden con ninguna especie conocida. Y los Luminaria Noctis no solo reaccionan al miedo, parecen amplificarlo, creando un eco psíquico que resuena en todo el Bosque. Es como si el miedo fuera una señal, y el Bosque, o lo que está en él, la estuviera recibiendo y utilizando."
Román se dio cuenta de la escalofriante verdad. Vicente no solo estaba desenterrando un antiguo poder, sino que lo estaba alimentando con su propia avaricia y el terror que generaba. El Bosque no solo reaccionaba a la agresión física, sino a la emocional.
De repente, las luces de la comisaría parpadearon y se apagaron. Una oscuridad total envolvió el lugar, solo rota por las linternas de los agentes y el brillo constante y ominoso de las Luminaria Noctis sobre la mesa de Susana. Un chillido agudo y prolongado se escuchó desde el exterior, seguido de un estruendo metálico.
"¡La luz! ¡Es el Bosque!", gritó una agente, su voz cargada de pánico.
Román corrió hacia la ventana. La tormenta había amainado, pero una densa niebla se extendía desde los límites del Bosque, envolviendo las casas, las calles, el pueblo entero. Y en medio de la niebla, siluetas se movían. No eran animales. No eran personas. Eran las mismas figuras translúcidas que habían danzado alrededor del roble, ahora avanzando hacia el pueblo. Atraídas por la señal del miedo.
"¡Están aquí! ¡Han salido del Bosque!", gritó Vicente, el pánico ahora total en su voz.
El Detective Basilio Román sacó su arma, pero sabía que un disparo sería inútil contra esas apariciones. El terror que había presenciado en el claro del roble, la verdad incomprensible de Miguel, ahora se derramaba sobre el pueblo. La semilla del miedo había germinado, y la cosecha, macabra y espectral, estaba a punto de ser recogida.
El corte de energía sumió la comisaría en una oscuridad opresiva, rota solo por el débil resplandor verdoso de las Luminaria Noctis que Susana había recogido y el haz nervioso de las linternas. El chillido que vino de afuera, seguido por el estruendo metálico, anunció la verdadera naturaleza de la invasión.
Román corrió a la ventana, su linterna cortando la densa niebla que ahora se arrastraba desde el Bosque, engullendo el pueblo. Siluetas se movían en su interior, formas translúcidas y etéreas, las mismas que habían danzado alrededor del roble. Ya no estaban confinadas al corazón de la arboleda; ahora se deslizaban por las calles, dirigiéndose hacia las casas.
"¡Están aquí! ¡Han salido del Bosque!", gritó Vicente, el pánico ahogando su habitual arrogancia. Las Luminaria Noctis respondieron a su terror, brillando con más intensidad.
Román notó que las figuras parecían más densas, casi tangibles, a medida que se acercaban, como si la niebla les diera cuerpo. Un escalofrío le recorrió la espalda. Estas no eran solo apariciones; parecían capaces de interactuar con el mundo físico.
"¡Cierren las puertas! ¡Aseguren todo!", gritó Román a sus agentes, que ya se movían con una mezcla de horror y disciplina.
Pero la advertencia de Don Elías resonó en su mente: "El Bosque tiene hambre. Y a veces... no termina ahí". Las víctimas no eran solo las del Bosque; ahora el pueblo entero estaba en peligro.
Fátima, en su trance, levantó una mano hacia la ventana, susurrando palabras ininteligibles. Sus ojos, aunque vacíos, parecían seguir a las figuras en la niebla. La conexión que Don Elías había descrito era innegable, y Román se dio cuenta de que Fátima era ahora una brújula viviente en esta pesadilla.
Mientras el pueblo se sumía en el caos, con gritos y sirenas lejanas que luchaban por perforar la niebla, Román comprendió que la batalla no se ganaría con pistolas ni barricadas. La amenaza era el miedo mismo, y el Gran Espíritu del Roble lo usaba como su arma. La única forma de detenerlo sería abordar la raíz del problema: la invasión del Bosque y la codicia que la impulsaba.