El bosque.

Capítulo 4: Las cicatrices del despertar..

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La luz de un nuevo día, que se filtraba con dificultad entre las nubes cargadas sobre el pueblo, parecía tan gris como el ánimo del Detective Basilio Román. Las calles, antes vibrantes con la vida cotidiana, ahora resonaban con un silencio tenso, un eco del terror que había sacudido sus cimientos. La comisaría, con sus ventanas parchadas y el persistente olor a humedad y a Luminaria Noctis, se sentía como un búnker asediado.
Fátima había sido trasladada a un hospital en la capital, lejos de la influencia del Bosque. Los informes médicos hablaban de un "shock postraumático severo" y un "estado disociativo", pero Román sabía que esas palabras apenas rozaban la superficie de la verdad. La conexión de Fátima con el Bosque, su papel como umbral viviente, seguía siendo una incógnita aterradora.
Susana, agotada pero con una chispa inquebrantable en sus ojos, había convertido su rincón en la comisaría en un laboratorio improvisado. Las muestras de savia oscura y las plantas moribundas de Luminaria Noctis eran su obsesión. "Detective", dijo una mañana, su voz ronca por la falta de sueño, "la savia... tiene una estructura molecular única. Y las Luminaria Noctis, cuando están en estado de estrés o miedo, liberan algo que... bueno, que parece interactuar con el cerebro humano. Podría explicar las alucinaciones, la paranoia, el terror colectivo". Era su intento de racionalizar lo irracional, de darle un marco científico a lo sobrenatural.
Mientras tanto, la repercusión de los sucesos no se hizo esperar. La prensa local, alimentada por los rumores y la poca información oficial, hablaba de un "misterioso gas tóxico" y una "histeria masiva" en el pueblo. Las autoridades de Sevilla habían intervenido, estableciendo un cordón de seguridad alrededor del Bosque y enviando expertos en toxicología y psicología. Román, con una paciencia forzada, repitió su historia, omitiendo deliberadamente la verdad del Gran Espíritu del Roble y el poder del amuleto. Sabía que cualquier mención a la magia o a los espíritus le costaría su placa.
Vicente, el promotor, se había transformado. La arrogancia había sido reemplazada por una frialdad calculada, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y resentimiento. Había perdido a su capataz, y su proyecto estaba en ruinas. La humillación pública y las pérdidas económicas lo habían corroído. No culpaba al Bosque ni a sus fuerzas; su ira se centraba en Román y en Fátima, a quienes veía como los instigadores de su desgracia. Había contratado a un equipo de abogados de renombre, y sus amenazas, antes vacías, ahora resonaban con un peso real.
"Esto es solo el comienzo, Detective", murmuró Vicente a Román un día, su voz apenas un susurro cargado de veneno. "Usted y esa niña... pagarán por lo que me han hecho."
Román entendió que había una nueva amenaza, tan peligrosa como la sobrenatural: la venganza humana. El Bosque había vuelto a su letargo, pero había dejado cicatrices profundas, no solo en la tierra y las mentes de los habitantes, sino también en el alma de Román. Se había convertido en el guardián de un secreto, el protector de una niña que era un puente entre mundos, y el blanco de una venganza alimentada por la codicia y el resentimiento. El Capítulo 4 revelaba que el horror no solo venía de las profundidades del Bosque, sino también de la oscuridad del corazón humano.
Los días se convirtieron en semanas, y el pueblo de Sevilla, aunque ya no estaba bajo el asedio directo del Bosque, seguía viviendo bajo su sombra. La presencia de las fuerzas de seguridad de la capital disminuía lentamente, pero la inquietud permanecía. Román se encontró en una posición incómoda: sus superiores, si bien aliviados de que el incidente no hubiera escalado a un desastre mayor, veían sus informes con escepticismo velado. La historia del "gas tóxico" era el relato oficial, pero las miradas que le dirigían sus colegas y el sutil distanciamiento le decían a Román que su reputación había quedado marcada por el incidente.
En medio de este aislamiento profesional, la alianza con Susana se fortaleció. La botánica no se inmutó por la incredulidad general; al contrario, el misterio la impulsaba. Su pequeño laboratorio en la comisaría se había expandido, lleno de muestras, libros antiguos y complejos diagramas.
"Detective, estoy segura", le dijo Susana una tarde, señalando un patrón recurrente en sus datos. "Las Luminaria Noctis no solo reaccionan al miedo; parecen tener un ciclo. Su poder aumenta y disminuye con fases lunares específicas y la presencia de ciertas energías en el Bosque. La noche del ataque... fue una noche de máxima alineación."
Román la escuchaba, su mente, antes estrictamente lógica, ahora abierta a posibilidades que nunca hubiera considerado. La ciencia de Susana, aunque aún incipiente, estaba proporcionando un marco, una especie de manual de operaciones para entender al Bosque.
Mientras tanto, la amenaza de Vicente crecía en virulencia. Sus abogados comenzaron a presentar demandas, acusando a Román de mala conducta y a la policía de negligencia que había llevado a la "destrucción" de su proyecto y la "muerte injustificada" de su capataz. La prensa, antes centrada en el misterio, ahora le daba voz a la victimización de Vicente, pintando a Román como un incompetente o algo peor. La presión política era inmensa.
Román sabía que Vicente no solo quería venganza legal. Su mirada, cada vez que se cruzaban en el pueblo, prometía algo más oscuro, algo personal. El promotor estaba usando su riqueza e influencia para desmantelar la vida de Román pieza por pieza, atacando su carrera y su credibilidad.
Un día, Román recibió una llamada del hospital. Fátima había salido del estado catatónico. Su mente, aunque aún frágil, comenzaba a regresar. Sin embargo, había algo diferente en ella. Su voz era más suave, y sus ojos, aunque habían recuperado su color normal, a veces parecían ver más allá de las paredes de la habitación. Cuando la visitó, Fátima le habló de sueños, de voces susurrantes en el viento, de la sensación de que el Bosque la llamaba. La conexión seguía allí, latente.
"Papá... está en el árbol, ¿verdad?", le preguntó Fátima una tarde, sus ojos fijos en la ventana como si pudiera ver a través de las distancias. Román no supo qué responder.
El Detective Basilio Román se dio cuenta de que su batalla contra el Bosque no había terminado, sino que había evolucionado. Ya no era solo una lucha contra una entidad sobrenatural, sino una compleja partida de ajedrez donde el tablero era el pueblo, las piezas eran la fe y el miedo de la gente, y los adversarios eran tanto lo místico como la implacable ambición humano.
La vida en el pueblo de Sevilla se había transformado en una inquietante calma. Las calles, que antes rebosaban vida, ahora eran transitadas con una cautela palpable. El aire, aunque desprovisto del nauseabundo aroma de las Luminaria Noctis, conservaba un eco del terror que había sacudido sus cimientos. La comisaría, con sus ventanas parchadas y el aroma a humedad, se sentía más como un puesto avanzado en territorio hostil que un refugio de la ley.
Román pasaba la mayor parte de sus días con Susana, inmerso en la extraña ciencia del Bosque. El pequeño laboratorio de la botánica había crecido, lleno de tubos de ensayo con la oscura savia del roble, diagramas de ciclos lunares y libros antiguos sobre botánica esotérica.
"La savia no solo es un catalizador", explicó Susana una tarde, señalando una muestra bajo el microscopio. "También parece tener propiedades regenerativas a un nivel celular, casi sobrenatural. Y la actividad de las Luminaria Noctis ha disminuido considerablemente desde la noche del ataque. Es como si el Bosque estuviera... en un estado de hibernación. O recuperándose."
La idea de que el Bosque era un organismo vivo, capaz de curarse y de infligir daño, era cada vez más tangible para Román. La ciencia de Susana, aunque incipiente, comenzaba a dar forma a lo inexplicable, ofreciendo una especie de manual de uso para una fuerza primigenia.
Mientras tanto, la campaña de Vicente contra Román se intensificaba. Los medios locales, manipulados por el dinero del promotor, pintaban a Román como un incompetente o, peor aún, un lunático. Las demandas por "negligencia profesional" y "daños y perjuicios" inundaban el escritorio de Román, amenazando su carrera y sus finanzas.
Román sabía que esto era solo el comienzo. Vicente no se conformaría con demandas. Su mirada, cada vez que se cruzaban en el pueblo, prometía una venganza más personal, más oscura. El promotor había perdido su proyecto y su reputación, y Román y Fátima eran los chivos expiatorios perfectos.
La comunicación con el hospital sobre Fátima era constante. Había despertado de su trance, pero la niña era diferente. Sus ojos, aunque habían recuperado su color normal, a veces parecían ver algo más allá de la realidad. Hablaba de susurros en el viento, de melodías que solo ella podía oír. El psiquiatra seguía sin un diagnóstico claro, pero Román no necesitaba uno. La conexión de Fátima con el Bosque seguía intacta, una cicatriz invisible pero poderosa.
Un día, Fátima le hizo un dibujo a Román. Era el roble, pero en lugar de hojas, sus ramas estaban llenas de ojos. Y de su tronco emanaba una luz verde, rodeada de pequeñas figuras translúcidas. Debajo del dibujo, con una letra infantil, había escrito: "El Bosque tiene hambre. Papá está con el Bosque. Y vendrán a por más."
Román sintió un escalofrío. La inocencia de Fátima se mezclaba con una sabiduría terrible. El Bosque no había terminado. Solo estaba esperando. Y la venganza de Vicente, aunque humana, podría ser el catalizador que lo despertara de nuevo.
El tiempo pasaba, pero el pueblo de Sevilla no sanaba. La quietud tensa que se había asentado sobre sus calles era una manifestación del miedo subyacente. Los niños jugaban más cerca de casa, los susurros sobre el Bosque se hicieron más frecuentes en las noches frías, y las miradas de recelo eran habituales para cualquiera que se aventurara cerca de sus linderos.
Román se había convertido en una figura solitaria, consumido por la investigación que nadie más creía. Su oficina en la comisaría era ahora un santuario de lo inexplicable, donde Susana pasaba horas, analizando muestras de la tierra del claro del roble, buscando cualquier anomalía que la ciencia pudiera reconocer. Las Luminaria Noctis que mantenía en un terrario no brillaban, pero sus delicadas hojas parecían absorber la poca luz que entraba por la ventana, como si estuvieran esperando.
"La actividad se ha estabilizado, Detective", le informó Susana una tarde, mostrando gráficos complejos en su pantalla. "No hay picos de energía, ni fluctuaciones inusuales en la composición molecular de la savia del roble. El Bosque está en un estado latente. Dormido, como dijo Don Elías."
Pero el sueño del Bosque no traía paz a Román. La amenaza de Vicente se había materializado en una avalancha legal y mediática. La prensa nacional, ahora involucrada, lo retrataba como un "detective obsesionado" que había "inventado una historia fantasmagórica" para cubrir su incompetencia. Las demandas de Vicente ascendían a millones de euros, amenazando con destruir no solo la carrera de Román, sino también su vida personal. Su reputación estaba hecha jirones.
Las visitas al hospital donde estaba Fátima se convirtieron en el único refugio de Román. La niña se recuperaba lentamente, pero las secuelas eran evidentes. Se sentaba junto a la ventana, sus ojos fijos en el horizonte, a menudo susurrando palabras ininteligibles que Román a veces creía reconocer como fragmentos de la melodía que había cantado en el claro. Fátima había recuperado su inocencia, pero también conservaba una extraña sabiduría que la hacía distante, casi etérea.
"El Bosque me extraña, Detective", le dijo Fátima una tarde, con una voz suave que parecía venir de un sueño. "Y yo a él. Pero... hay algo más. Una voz. Muy vieja. No es el papá. No es el Bosque."
Román se sentó, el corazón latiéndole con fuerza. "¿Qué voz, Fátima?"
La niña cerró los ojos, y por un momento, un destello verde fugaz apareció en sus pupilas. "Es una voz que susurra. Quiere salir. Y dice que... pronto, muy pronto, el Bosque volverá a despertar. Y no será para jugar."
La revelación de Fátima golpeó a Román con una fuerza abrumadora. El Gran Espíritu del Roble no era la única amenaza. Había algo más antiguo, algo más oscuro, latente en las profundidades del Bosque, esperando su momento. Y la incesante campaña de Vicente, con su miedo y su avaricia, podría ser la chispa que lo despertara.




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