El bosque.

Capítulo 5: La voz antigua.

El tiempo se había disuelto en una serie de días grises y tensos para el Detective Basilio Román. El pueblo de Sevilla vivía bajo una quietud forzada, la calma que precede a la tormenta. Las calles, antes vibrantes, ahora resonaban con el eco de pasos solitarios, mientras el Bosque se alzaba en la distancia, una silueta oscura y ominosa, guardián de secretos que muy pocos se atrevían a desentrañar.
La oficina de Román en la comisaría se había transformado en un santuario para la verdad inarticulable. La luz tenue de su lámpara se reflejaba en informes de casos sin resolver y en los complejos diagramas de Susana. La botánica, con ojeras profundas pero una determinación férrea, continuaba sus experimentos con la savia del roble y las Luminaria Noctis secas.
"La savia no solo cura", murmuró Susana una tarde, mientras manipulaba un microscopio. "También parece... retener. Es como una prisión biológica. Y las Luminaria Noctis... son los ojos y oídos del Bosque, incluso en su estado latente. El miedo, Detective, es la señal que lo despierta."
Las palabras de Susana resonaban con la campaña de Vicente. El promotor, sediento de venganza, había escalado su ofensiva. No solo había presentado demandas multimillonarias, sino que había iniciado una campaña de desprestigio masiva contra Román en los medios nacionales. Lo retrataban como un "detective obsesionado" que había "inventado una historia fantasmagórica" para cubrir su incompetencia. La presión era asfixiante, con llamadas constantes de sus superiores que exigían un "manejo discreto" de la situación.
Las visitas a Fátima en el hospital se habían convertido en el único refugio de Román. La niña se recuperaba lentamente, pero las secuelas eran evidentes. Se sentaba junto a la ventana, sus ojos fijos en el horizonte, a menudo susurrando palabras ininteligibles que Román a veces creía reconocer como fragmentos de la melodía que la había poseído. La inocencia de Fátima se mezclaba con una extraña sabiduría, un conocimiento de un mundo que la mayoría nunca percibiría.
Una tarde, Fátima le hizo otro dibujo a Román. No era el roble ni las criaturas, sino un círculo en el centro del cual había un ojo que miraba fijamente. Alrededor del círculo, figuras encadenadas, y debajo, una sola palabra escrita con pulso infantil pero firme: "Libertad."
Román sintió un escalofrío que no tenía que ver con el frío. "¿Qué significa esto, Fátima?"
La niña lo miró, y por un instante, el verde antinatural brilló en sus pupilas. "Es lo que susurra la voz. La que no es el papá ni el Bosque. Es muy, muy vieja. Dice que quiere salir. Que ha estado atrapada por mucho tiempo. Y que el Bosque... el Bosque no es el guardián. Es la cárcel."
La revelación de Fátima golpeó a Román con una fuerza inmensa. El Gran Espíritu del Roble no era solo una fuerza primigenia, sino un carcelero. Y lo que estaba atrapado en sus profundidades era algo aún más antiguo, algo que ahora, con el despertar del Bosque y el miedo propagándose, buscaba su liberación. La campaña de Vicente, al perturbar el Bosque y generar pánico, estaba, sin saberlo, allanando el camino para algo mucho más siniestro.
El tiempo en Sevilla se había vuelto una corriente lenta y turbia, arrastrando consigo la certeza y la paz. Los días se sucedían, marcados por la tensión y el sordo eco de lo que el Bosque había desatado. Román se sentía como un náufrago en su propia vida, anclado a una verdad que pocos compartían.
En su oficina de la comisaría, convertida en un santuario del conocimiento prohibido, Susana había desenterrado algo fascinante y aterrador. Entre antiguos textos de botánica y folklore andaluz, encontró referencias a un ente que no era el Gran Espíritu del Roble, sino algo que lo precedía. "Es una entidad parasitaria, Detective," explicó, con un dedo trazando un glifo en un pergamino amarillento. "Las leyendas lo llaman el Sombra Atada. Se alimenta del caos y la desesperación, y utiliza al Roble como un huésped, una cárcel que a la vez lo nutre. Susurro... ese es su lenguaje."
La voz de Fátima, la voz Antigua que le susurraba "Libertad", había encontrado un nombre. Y la conexión de Fátima, su papel como umbral, la convertía en una resonancia directa para esta entidad. La niña, en el hospital, seguía dibujando ojos y figuras encadenadas, sus dibujos cada vez más complejos y perturbadores, como si la Sombra Atada le estuviera dictando su propia historia.
Mientras tanto, la implacable campaña de Vicente estaba dando sus frutos. Las demandas contra Román se acumulaban, y la prensa, manipulada por el dinero del promotor, lo vilipendiaba sin piedad. Su carrera, construida sobre años de servicio intachable, se desmoronaba. Lo más alarmante, sin embargo, era el aumento de "accidentes" y "desgracias" que comenzaban a salpicar la vida de quienes apoyaban a Román o investigaban demasiado a fondo el Bosque. Un compañero agente sufrió un extraño percance automovilístico, otro fue suspendido por acusaciones infundadas. La mano de Vicente, o quizás algo más oscuro que él había desatado, era cada vez más evidente.
Una noche, un sobre anónimo llegó a la comisaría. Dentro había fotos granuladas de Román visitando a Fátima en el hospital, y una nota impresa con recortes de revista: "Tu obsesión te destruirá, como destruiste mi proyecto. Y la niña... la niña es una amenaza." El mensaje era claro: Vicente no solo quería humillarlo, quería aislarlo, desacreditarlo, preparándolo para un golpe final.
Román sintió la presión crecer. Estaba atrapado entre la venganza de un hombre poderoso y la amenaza de una entidad ancestral que se alimentaba del miedo. Y Fátima, su pequeña e inocente fuente de verdad, era el punto focal de ambos peligros. El amuleto en su bolsillo, que ya no brillaba, se sentía como un mero peso inútil frente a la inmensidad de lo que se avecinaba.
El aire de Sevilla se había cargado de una quietud ominosa, una calma chicha que presagiaba la tormenta. Los días se arrastraban, cada uno de ellos más pesado que el anterior, y Román sentía el cerco apretándose a su alrededor. La verdad que había desenterrado, la de un Bosque consciente y una entidad ancestral, lo aislaba en un mundo que prefería la negación.
En el improvisado laboratorio de la comisaría, Susana estaba cada vez más absorta. Había pasado días estudiando los textos antiguos, y sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño, se clavaban en una serie de glifos y símbolos que se repetían. "Detective," exclamó una tarde, su voz apenas un susurro de asombro. "He encontrado más referencias a la Sombra Atada. No es solo una entidad parasitaria; es un devorador de recuerdos. Se alimenta de la memoria, de la historia, de la identidad. Y el roble... el roble es el ancla que la mantiene a raya, su prisión. Pero si el roble se debilita, o se desequilibra... la Sombra Atada puede manifestarse por completo."
La revelación era escalofriante. La campaña de Vicente contra el Bosque, sus excavaciones y su desprecio por la historia del lugar, no solo estaban irritando al Gran Espíritu del Roble, sino que estaban debilitando las cadenas de su carcelero, abriendo el camino para que la Sombra Atada se liberara. Y el miedo que Vicente sembraba en el pueblo, ese era su alimento.
La venganza de Vicente no se limitaba a las demandas y a la prensa. Los "accidentes" se volvieron más frecuentes y extraños. El coche de Susana apareció con los frenos saboteados. Los archivos de Román en la comisaría fueron misteriosamente corruptos. La casa de Don Elías sufrió un pequeño incendio que, por fortuna, fue sofocado a tiempo. La mano de Vicente era clara, pero Román sentía una resonancia, como si cada acto de sabotaje se alimentara de una energía más oscura, atrayendo la atención de la Sombra Atada.
Una noche, Román recibió otra llamada del hospital. Fátima estaba peor. Había entrado en un estado febril, susurrando sin parar. Cuando Román llegó, la encontró delirando, sus ojos cerrados, moviéndose como si estuviera luchando contra una fuerza invisible. "Libertad... vieja... hambre...", gemía, sus palabras casi inaudibles. El médico, perplejo, habló de "fiebre de origen desconocido".
Román se sentó a su lado, sintiendo la impotencia. La conexión de Fátima con la Sombra Atada se estaba haciendo más fuerte, y la entidad la estaba usando como su voz, su emisaria en el mundo físico. Era como si Fátima estuviera sirviendo de eco a una prisión que se resquebrajaba. El dibujo de "Libertad" y el ojo vigilante ahora tomaban un significado más siniestro.
De repente, Fátima abrió los ojos. No había rastro de la enfermedad. Sus pupilas, extrañamente dilatadas, miraron directamente a Román. La voz que salió de sus labios no era la de una niña. Era un susurro antiguo, rasposo y lleno de una sabiduría milenaria, que retumbó en la pequeña habitación del hospital:
"El guardián se debilita. El grito de la prisión resuena. La libertad se acerca. Y solo tú, Detective, puedes elegir quién vivirá y quién morirá cuando la memoria sea devorada."
La voz se desvaneció, y Fátima volvió a su estado febril. Román se quedó helado. La Sombra Atada le había hablado directamente, utilizando a Fátima como su médium. El ultimátum era claro: la prisión del Bosque estaba a punto de romperse, y él era el único que podía detenerlo. Y la clave no era solo el Bosque, sino la memoria.
El eco de la voz, antigua y rasposa, persistía en el pequeño cuarto del hospital mucho después de que los ojos de Fátima volvieran a cerrarse, sumiéndola de nuevo en un estado febril. Román se quedó allí, inmóvil, las palabras de la Sombra Atada taladrándole la mente: "La memoria será devorada." El terror que sentía no era por su propia vida, sino por la del pueblo, por la esencia misma de su historia.
Regresó a la comisaría, donde Susana lo esperaba, sus ojos rojos y ojerosos fijos en un antiguo mapa del Bosque. "Detective, la leyenda dice que el Bosque creció sobre un lugar de gran sufrimiento. Un asentamiento antiguo, borrado de la historia. Dicen que el Gran Espíritu del Roble lo cubrió, lo 'protegió' de un mal que no podía ser derrotado. Una prisión para algo que no debería estar libre." Señaló un punto en el centro del mapa, cerca del claro del roble. "Aquí. Aquí es donde se cree que estaba el asentamiento."
La pieza final del rompecabezas encajaba. El Bosque no era solo un guardián, sino un carcelero. Y la Sombra Atada, el devorador de recuerdos, había sido el mal que el roble había intentado contener. El canto de Fátima, la energía de las Luminaria Noctis, el miedo del pueblo... todo estaba debilitando esa prisión, amenazando con liberar a una entidad que borraba la memoria y la identidad.
Mientras hablaban, el teléfono de la oficina de Román sonó. Era Don Elías, su voz urgente. "Detective, Vicente está moviendo gente. Va a iniciar la demolición de la zona de los robles mañana al amanecer. Dice que 'purificará la tierra de los malos espíritus' de una vez por todas. Ha traído maquinaria pesada, dinamita incluso."
La noticia golpeó a Román con la fuerza de un puñetazo. Vicente, en su ignorancia y su sed de venganza, no solo estaba condenando su carrera, sino que estaba a punto de destruir la única prisión de la Sombra Atada. La "purificación" de Vicente sería la liberación del mal. El tiempo se agotaba.
Román miró a Susana, que había palidecido al escuchar la conversación. "Necesitamos ir al roble. Ahora. No podemos esperar al amanecer. Si Vicente lo destruye, será el fin de todo."
"Pero... ¿cómo lo detenemos, Detective?", preguntó Susana, su voz un hilo. "Esa cosa... la Sombra Atada... ¿qué haremos si se libera por completo?"
Román sintió el peso del amuleto en su bolsillo, ahora frío e inerte. Recordó las palabras de la Sombra Atada a través de Fátima: "El guardián se debilita. La memoria será devorada." Si la entidad se alimentaba de la memoria, quizás la clave no era detenerla, sino fortalecer la memoria, la historia que el Bosque protegía.
"Hay una forma", dijo Román, la idea germinando en su mente. "Si el Bosque es la cárcel y la Sombra Atada se alimenta de la memoria, quizás el amuleto pueda no solo repelerla, sino también restaurar lo que ha sido olvidado. Necesitamos ir al roble. Y llevarle la historia."




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