La niebla en el Bosque de Elara era más densa que nunca. Cada paso que daban Elizabeth y Hatriu parecía tragarse el sonido de sus botas, y los árboles, gigantes y retorcidos, proyectaban sombras que se movían como si tuvieran vida propia. Elizabeth había cambiado desde la muerte de Ethan: su mirada era firme, implacable, y cada respiración llevaba consigo la promesa de venganza.
—Siento algo —dijo Hatriu, deteniéndose—. No Varek… otra presencia.
Elizabeth frunció el ceño. Un susurro, apenas audible, recorrió la maleza. La piel se le erizó.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Sombras del pasado —respondió Hatriu, con voz grave—. Los antiguos custodios del bosque… corrompidos por la ambición, por el dolor que dejaron atrás.
De la niebla emergió una figura. Su piel era pálida, sus ojos vacíos, y su armadura estaba cubierta de símbolos idénticos a los del altar de juramento. Elizabeth desenvainó su daga al instante.
—¡Alerta! ¿Quién eres?
La figura no respondió. Solo levantó una mano, y el suelo bajo sus pies comenzó a retorcerse. Raíces negras brotaron con rapidez, intentando atraparlos.
—¡Atrás! —gritó Hatriu, desplegando las alas—. No son simples sombras.
Elizabeth esquivó una raíz que surgió como un látigo, golpeando con su daga y sintiendo que cada movimiento estaba guiado por la sangre de Ethan. Hatriu atacaba con precisión sobrenatural, derribando las sombras con un solo aleteo, pero el número de enemigos parecía infinito.
—Cada golpe que das —rugió Hatriu— fortalece tu juramento. ¡Recuerda por qué luchas!
El corazón de Elizabeth latía con fuerza, y de repente comprendió algo: las runas del altar de juramento habían dejado un eco en su sangre. Cada movimiento que hacía parecía resonar con ese poder. Sus ataques eran más precisos, más fuertes, y poco a poco las sombras comenzaron a retroceder.
Finalmente, la figura se desmoronó, dejando tras de sí solo un susurro que se desvaneció entre los árboles. Elizabeth respiraba con dificultad, temblando, pero con una claridad renovada: su juramento no solo la protegía, sino que la fortalecía.
—Esto era solo un aviso —dijo Hatriu—. Varek sabe que seguimos vivos. Y su plan no termina con nosotros simplemente luchando. Quiere algo más… algo que aún no entendemos.
Elizabeth se incorporó, ajustándose la capa y limpiando la sangre de sus manos. Sus ojos brillaban con determinación. La caza había comenzado, y esta vez no habría distracciones.
Avanzaron durante horas, siguiendo los rastros que Hatriu detectaba entre la niebla: huellas alteradas por magia, susurros que solo él podía escuchar, y la sensación de que algo, o alguien, los observaba. Cada sombra parecía esconder secretos, y Elizabeth comenzó a sentir que el bosque mismo respondía a su juramento de sangre.
—El bosque nos reconoce —murmuró—. Es como si supiera que hemos hecho un pacto.
Hatriu asintió. —Y lo respeta. Pero también nos prueba. Cada sombra, cada eco del pasado que enfrentamos… todo es parte de la preparación.
No mucho después, llegaron a un claro donde la niebla se disipaba levemente, y la luz de la luna reveló un círculo de piedras antiguas. En el centro, símbolos de sangre se dibujaban sobre el suelo, y un aire pesado parecía llenar el lugar. Elizabeth comprendió que no estaban solos.
—Varek ha estado aquí —susurró Hatriu—. Siente nuestra presencia, nos está provocando.
Antes de que pudieran reaccionar, un grupo de hombres surgió de la niebla, armados con lanzas y ballestas, y liderados por un hombre alto con cicatrices que cruzaban su rostro. Su mirada estaba llena de odio y cálculo.
—¡Varek! —gritó Elizabeth, apretando los dientes—. Te encontraremos, cueste lo que cueste.
La batalla comenzó. Elizabeth se movía con precisión letal, cada golpe cargado de rabia y dolor, mientras Hatriu cubría su espalda y derribaba a varios enemigos de un solo movimiento. Sus habilidades habían crecido desde el juramento de sangre: podía sentir los movimientos de los enemigos antes de que atacaran, y sus reflejos parecían más rápidos que la vista.
—Más rápido… más fuerte —dijo Hatriu—. Estás comenzando a comprender el poder que llevas dentro.
Elizabeth esquivó una lanza y, con un giro, atravesó la armadura de uno de los hombres, sintiendo cómo la sangre ajena parecía reafirmar su juramento. Cada enemigo derrotado no era solo una victoria física, sino un paso hacia la venganza que prometió a Ethan.
Cuando los últimos enemigos cayeron, el silencio regresó al claro. Elizabeth respiraba con dificultad, pero estaba más viva que nunca, con la determinación pulida por la lucha.
—Esto es solo el principio —dijo Hatriu—. Varek sabe que hemos sobrevivido, y no se detendrá hasta atraparte… o destruirnos.
Elizabeth alzó la vista hacia la niebla que se cerraba detrás de ellos. Su juramento era su fuerza, su pérdida su combustible, y su alianza con Hatriu su escudo. La caza había comenzado oficialmente.
—Lo encontraremos —dijo finalmente—. Y esta vez, seré yo quien dicte las reglas.
El bosque los rodeó, oscuro y expectante, mientras la nueva cazadora avanzaba entre sombras y susurros. Cada paso era un recordatorio de su juramento, y el eco de la sangre derramada resonaba en su interior: un juramento que jamás sería roto.
Y en la distancia, entre la niebla, algo observaba, calculando, esperando… Varek no había desaparecido. Su sombra acechaba, y el enfrentamiento final se acercaba más de lo que Elizabeth imaginaba.
El Bosque de Elara susurró su aprobación silenciosa: la cazadora había emergido, y su juramento de sangre marcaría el inicio de una nueva era de secretos, sombras y venganza.
Elizabeth y Hatriu avanzaban con cautela por la neblina que ahora parecía moverse con vida propia. Cada sombra parecía observarlos, cada susurro de las hojas recordaba la sangre que se había derramado y el juramento que Elizabeth había hecho. La caza de Varek ya no era solo una misión de venganza: era un viaje hacia un poder que ella apenas comenzaba a comprender.