El Bosque De Las Alas Negras

Capítulo V – La Marca del Traidor

La niebla del Bosque de Elara se había espesado hasta volverse casi sólida. Cada sombra se alargaba y se retorcía, y los árboles susurraban entre sí, como si advirtieran a Elizabeth y Hatriu de un peligro inminente. Desde la muerte de Ethan, Elizabeth había cambiado: su mirada era fría, calculadora y cada paso llevaba consigo el peso de su juramento de sangre.

—Siento que nos observan —dijo Hatriu, deteniéndose—. Y no son simples criaturas del bosque.

Elizabeth ajustó la empuñadura de su daga, dejando que la sangre de su hermano ardiera en sus venas como un fuego vivo.
—Entonces que vengan —dijo con voz firme—. No temo a nada que se atreva a interponerse.

Un ruido seco rompió la quietud: hojas aplastadas, ramas quebradas. Una figura se deslizó entre los árboles, cubierta de sombras y cicatrices. Era un hombre alto, con una sonrisa torcida que le heló la sangre a Elizabeth.

—Varek —susurró Hatriu, apretando los puños—. Por fin lo encontramos.

—Así que sobrevivieron… —dijo Varek, su voz como filo de cuchillo—. Pero su suerte termina aquí.

Antes de que pudieran reaccionar, los secuaces de Varek surgieron de entre la niebla. Hatriu se lanzó al frente, protegiendo a Elizabeth con un escudo de alas negras. Elizabeth saltó a su lado, su daga brillando con un resplandor extraño que parecía emanar de su juramento.

—Recuerda tu fuerza —gritó Hatriu—. Cada golpe, cada movimiento, es parte de tu promesa.

La batalla fue feroz. Elizabeth esquivaba lanzas y espadas, atacando con precisión, y cada enemigo derrotado la acercaba más a Varek. Sus sentidos se habían agudizado: podía anticipar movimientos, detectar emboscadas y sentir el eco de la sangre derramada alrededor del altar del juramento.

—¡No puedes escapar! —gritó Varek, apareciendo frente a ella con velocidad sobrenatural.

Elizabeth retrocedió, esquivando su espada. Hatriu atacó desde un flanco, pero Varek era rápido, esquivando y golpeando con fuerza. Cada movimiento era un desafío, una prueba de la habilidad recién adquirida de Elizabeth.

—Este es tu destino —dijo Varek—. Siempre debiste caer aquí, sola.

—Nunca estaré sola —replicó Elizabeth, recordando a Ethan y el juramento de sangre—. Y esta vez, no temo a nada.

El combate se intensificó. Varek atacaba con precisión letal, pero Elizabeth había aprendido a canalizar la fuerza del bosque. Sus movimientos eran fluidos, letales, y por primera vez, sintió que podía enfrentar a alguien como él de igual a igual. Hatriu la cubría, pero también la alentaba a confiar en su poder.

—¡Ahora! —gritó Hatriu, señalando un instante en que Varek bajó la guardia.

Elizabeth se lanzó, combinando velocidad y fuerza, y logró herir a Varek en el brazo. Él retrocedió, sorprendido. Por primera vez, una sombra de duda cruzó su mirada.

—No… —murmuró Varek—. Esto no puede ser…

—Sí puede —dijo Elizabeth—. Porque juro que no permitiré más muerte ni traición.

El bosque mismo parecía responder a su juramento: raíces surgían del suelo para inmovilizar a los secuaces restantes, la niebla se cerraba alrededor de Varek, y un resplandor de runas cubría a Elizabeth, fortaleciendo sus movimientos.

Varek intentó un último ataque desesperado, pero Elizabeth lo esquivó, y con un movimiento rápido, logró que su daga rozara su pecho, marcando una herida profunda. Varek cayó al suelo, jadeante y furioso, mientras Elizabeth se erguía sobre él, el juramento de sangre resonando en cada fibra de su ser.

—Esto es solo el comienzo —dijo Elizabeth, con voz firme—. Pero recuerda mi promesa: no habrá escapatoria.

Hatriu se acercó a su lado, observando a Varek con frialdad.
—Has demostrado algo que pocos consiguen: control, fuerza y determinación. Pero lo que viene será aún más peligroso.

Elizabeth asintió, mirando la niebla que cubría el bosque. El altar del juramento y la sangre de Ethan habían sellado su camino: ahora estaba lista para enfrentar cualquier sombra del pasado y cualquier traición que el futuro le presentara.

El bosque los envolvió, oscuro y profundo, pero esta vez no como amenaza, sino como aliado silencioso. Elizabeth había emergido de la pérdida, más fuerte, más decidida, y con un juramento de sangre que nadie podría romper.

—Vamos —dijo Elizabeth finalmente—. Todavía hay secretos que descubrir, y Varek no es el único peligro que nos espera.

El Bosque de Elara susurró su aprobación. Entre sombras y susurros, una nueva cazadora caminaba, y su historia apenas comenzaba.

El medallón que Varek dejó caer en la niebla parecía palpitar en las manos de Elizabeth. Las runas grabadas en él emitían un resplandor oscuro que se entrelazaba con la luz de la luna, y un escalofrío recorrió su espalda: no era solo un objeto, sino un mensaje y un desafío.

—Esto… ¿qué es? —murmuró Elizabeth, sosteniéndolo con cuidado.

—No es algo común —respondió Hatriu, acercándose—. Esto pertenece a los antiguos custodios, los guardianes que protegían el bosque antes de que la corrupción los consumiera. Y Varek… lo ha manipulado.

Elizabeth giró el medallón entre sus dedos. Sentía una corriente de energía recorrer su brazo, algo que no había experimentado antes. Sus ojos brillaron con un tono dorado mientras una voz interior parecía susurrarle: el juramento te llama, reclamando tu verdadero poder.

—Lo siento… lo siento, Ethan —dijo ella en voz baja, recordando la sangre de su hermano que aún sentía en sus manos—. Esto no será en vano.

Hatriu la observó, con el ceño fruncido pero respetuoso.
—Ese medallón puede despertar algo dentro de ti. No es solo un artefacto; es un vínculo con tu linaje. Tus padres… tú tienes sangre de custodio. No lo sabías, pero eso explica tu conexión con el bosque y la fuerza que ahora sientes.

Elizabeth dio un paso atrás, incrédula.
—¿Mis padres… custodios? —susurró—. Todo este tiempo…

—Sí —confirmó Hatriu—. Y Varek lo sabe. Él nunca atacó solo por ambición; quiere tu sangre y tu poder para completar algo mucho más grande y peligroso.




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