El Bosque De Las Alas Negras

Capítulo VI – El Legado de los Custodios

La niebla del Bosque de Elara se había espesado hasta volverse casi tangible. Cada sombra parecía palpitar, como si el bosque mismo respirara, observando cada paso de Elizabeth y Hatriu. El medallón que Varek había dejado alrededor del cuello de Elizabeth brillaba con un resplandor cálido, pero inquietante, como si contuviera un poder dormido que ahora despertaba.

—El bosque reconoce tu sangre —dijo Hatriu—. Pero también siente la corrupción de Varek. No podemos bajar la guardia.

Elizabeth cerró los ojos un instante, sintiendo cómo la energía del medallón recorría sus venas. Cada latido parecía sincronizarse con el bosque, y por primera vez, entendió que su juramento de sangre no solo le daba fuerza: le otorgaba visión, percepción y una conexión directa con todo lo que vivía y respiraba en Elara.

—Puedo… sentirlo —murmuró—. Cada sombra, cada criatura, incluso sus intenciones.

Hatriu asintió.
—Ese es tu legado. Eres descendiente de los custodios. Tus padres te dejaron más que sangre humana: te heredaron el vínculo con este bosque, su memoria y su poder. Pero recuerda: no es solo fuerza lo que tendrás que aprender a controlar, sino disciplina. El bosque da poder, pero también exige responsabilidad.

Mientras avanzaban, la niebla se abrió hacia un claro desconocido. En su centro, un antiguo altar custodiado por columnas de piedra que parecían flotar ligeramente sobre el suelo, cubiertas de inscripciones que Elizabeth reconoció como runas del medallón. Una sensación de reverencia y peligro la atravesó.

—Este lugar… —dijo Elizabeth—. Es antiguo… mucho más antiguo que los registros de Ethan.

—Sí —confirmó Hatriu—. Aquí los custodios entrenaban a quienes heredaban la sangre del bosque. Es un sitio de despertar.

Elizabeth colocó sus manos sobre el altar, sintiendo la energía fluir a través de ella. Su visión se oscureció por un instante, y entonces vio:

  • Sombras del pasado: custodios que habían caído en batallas antiguas.
  • Criaturas corrompidas: seres que alguna vez protegieron el bosque y que ahora servían a la corrupción de Varek.
  • Destellos de su linaje: fragmentos de recuerdos de sus padres, entrenando, enseñando, y finalmente sellando su poder en ella antes de morir.

Cuando abrió los ojos, Elizabeth comprendió que su medallón no era solo un artefacto, sino un catalizador. Podía canalizar la energía del bosque, fortalecer su cuerpo, anticipar ataques y manipular las sombras a su favor. Pero con cada habilidad despertada, también sentía un llamado de advertencia: cada poder tiene un precio, y Varek lo sabía.

—Hemos sido observados —dijo Hatriu, señalando hacia la periferia del claro—. Varek no nos permitirá prepararnos en paz.

Antes de que Elizabeth pudiera reaccionar, un grupo de sombras emergió de la niebla, más rápidas y astutas que las anteriores. Sus ojos brillaban como brasas, y su forma parecía fusionar humanidad y corrupción. Elizabeth levantó la daga y canalizó su poder: raíces surgieron del suelo, la niebla se apartó, y las sombras fueron empujadas hacia atrás por una fuerza invisible.

—Esto… es nuevo —murmuró Hatriu, impresionado—. Estás creciendo más rápido de lo que imaginaba.

Elizabeth avanzó entre las sombras, cada movimiento era preciso y letal. Sus sentidos captaban la intención de cada criatura antes de que atacara, y sus movimientos eran una danza de fuerza y estrategia. Las runas del medallón brillaban con cada golpe, cada esquiva, como si el bosque mismo celebrara su despertar.

De repente, entre la niebla, una voz resonó con poder:
—Elizabeth… no sabes lo que estás despertando.

Varek apareció entre los árboles, acompañado de un ser enorme, oscuro y cubierto de escamas negras que parecían absorber la luz. La criatura rugió y avanzó hacia Elizabeth y Hatriu.

—Bienvenida al verdadero desafío —dijo Varek—. Esto no es solo una prueba de fuerza… es una prueba de tu espíritu.

Elizabeth respiró hondo, sintiendo la energía del bosque recorrer todo su cuerpo. Sus manos se iluminaron con un resplandor dorado que contrastaba con la oscuridad que los rodeaba.
—Estoy lista —dijo—. No me detendré ante nada.

El bosque rugió a su alrededor, como si apoyara a su heredera. Cada sombra, cada raíz, cada hoja se movía bajo su voluntad. Varek atacó, pero esta vez Elizabeth no solo reaccionó: ella dirigía la batalla, moviendo la energía del bosque, utilizando la niebla, las raíces y la luz de las runas para crear un campo de fuerza que protegía a Hatriu y la mantenía a salvo.

El enfrentamiento apenas comenzaba, y Elizabeth entendió algo fundamental: ya no era una humana vulnerable. Era la heredera de los custodios, y su juramento de sangre era la llave para enfrentar no solo a Varek, sino a todo lo que la corrupción había liberado en el Bosque de Elara.

Entre sombras, runas y resplandores de poder, la batalla se intensificó. Cada movimiento de Elizabeth era un recordatorio de su linaje, de su juramento y de la fuerza que ahora fluía en sus venas.

Y mientras la noche cubría el bosque, Varek retrocedió unos pasos, con la mirada llena de rabia y respeto contenido:
—Esto no ha terminado, cazadora… —murmuró—. Lo que has despertado te llevará al borde de lo que puedes soportar. Y la verdadera prueba aún está por venir.

Elizabeth sostuvo el medallón cerca de su pecho, su mirada fija en la niebla que ocultaba a Varek y su criatura. Cada latido resonaba con el poder del bosque y el recuerdo de Ethan.

—Que venga lo que sea —dijo finalmente—. Estoy lista.

El bosque se quedó en silencio, expectante, mientras la luna iluminaba a la nueva heredera de los custodios. La guerra estaba lejos de terminar, pero Elizabeth había dado el primer paso hacia un poder que nadie podría arrebatarle: su juramento de sangre, su linaje y su fuerza estaban despertando.

Y en la lejanía, entre las sombras de los árboles, algo observaba: no solo Varek, sino fuerzas antiguas que aún aguardaban su momento. La verdadera prueba de Elizabeth apenas comenzaba.




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