La niebla se había vuelto casi tangible, arremolinándose alrededor de Elizabeth y Hatriu mientras avanzaban por el corazón del Bosque de Elara. Cada paso estaba cargado de tensión; cada sombra podía ocultar un peligro o un aliado inesperado. El medallón en el pecho de Elizabeth emitía un brillo constante, resonando con los antiguos santuarios que ahora podían sentir.
—Los santuarios están cerca —dijo Hatriu, señalando hacia un grupo de árboles que se alzaban más altos que los demás—. Su energía fluye más fuerte aquí. Pero debemos movernos con cuidado: no solo Varek podría estar esperándonos.
Elizabeth cerró los ojos, sintiendo cómo la energía del bosque se concentraba en cada raíz, cada hoja, cada sombra. Su juramento de sangre vibraba dentro de ella, y por primera vez comprendió la magnitud de su herencia: era más que la hija de custodios, era su vínculo vivo con el bosque y su guardián.
—Puedo sentirlos —murmuró Elizabeth—. Cada santuario, cada recuerdo que dejaron. Pero también… algo más. Algo que me observa.
Hatriu frunció el ceño.
—Buena observación. Varek dejó rastros de corrupción. Algunos santuarios ya están afectados por su magia oscura. No todos estarán intactos, y algunos pueden ser trampas mortales.
Avanzaron por un sendero cubierto de raíces entrelazadas hasta llegar a la entrada del primer santuario. Era un arco de piedra antigua, cubierto de inscripciones que parecían moverse bajo la luz del medallón. La puerta se abrió ante Elizabeth como si reconociera su linaje, dejando entrar un aire cargado de poder y silencio.
—Este lugar… —susurró Elizabeth, entrando con cautela—. Puedo sentir la presencia de los antiguos custodios.
Dentro, el santuario estaba iluminado por cristales que flotaban en el aire. Runas brillaban en las paredes y un pedestal central contenía un cristal que pulsaba con energía pura. Elizabeth extendió la mano, y al tocarlo, la luz recorrió todo su cuerpo, mostrando visiones del pasado: custodios entrenando, sellando su poder en la sangre de los descendientes, y Varek infiltrándose, intentando corromperlos desde dentro.
—Varek ha estado jugando con este bosque desde hace siglos —dijo Hatriu, con voz grave—. Su objetivo no es solo el poder, sino controlar los santuarios para abrir un portal que liberaría la corrupción a todo Elara.
Elizabeth apretó los dientes.
—No lo permitiré. No mientras pueda usar mi juramento de sangre y mi poder para detenerlo.
Una sombra surgió del suelo del santuario, una criatura oscura que parecía hecha de raíces retorcidas y humo negro. Era la primera prueba: no solo física, sino mental, diseñada para medir su determinación y su vínculo con los custodios.
—Recuerda tu entrenamiento —dijo Hatriu—. El santuario está contigo; confía en tu juramento.
Elizabeth cerró los ojos, sintiendo cómo el medallón y la energía del bosque respondían. Con un gesto, las raíces se movieron a su favor, atrapando a la criatura y neutralizando su ataque. Cada movimiento suyo se volvió más fluido, más fuerte, más preciso. La prueba había comenzado, pero ella estaba lista.
—Esto solo es el comienzo —murmuró Elizabeth—. Cada santuario nos acercará a Varek y a su verdadero objetivo. Y cada prueba nos hará más fuertes.
Al salir del santuario, un susurro atravesó la niebla:
—La heredera ha despertado… pero su prueba final aún espera.
Elizabeth sostuvo el medallón cerca de su pecho, respirando con fuerza. Hatriu a su lado desplegó sus alas, alerta. La guerra contra Varek se estaba intensificando, los secretos del bosque estaban comenzando a revelarse, y Elizabeth entendió que cada paso que daba la acercaba no solo a la batalla final, sino a descubrir la verdadera magnitud de su poder y su destino.
El bosque a su alrededor susurraba, como anticipando la tormenta que se avecinaba: la lucha por Elara apenas estaba comenzando, y Elizabeth debía estar lista para todo lo que vendría.
La niebla se volvió más densa a medida que Elizabeth y Hatriu avanzaban hacia el segundo santuario. El medallón brillaba intensamente, como si anticipara los desafíos que les aguardaban. Cada árbol, cada raíz, parecía palpitar con energía antigua y alerta.
—Este santuario —dijo Hatriu, señalando un portal cubierto de runas negras y doradas—. Está protegido no solo por magia, sino por pruebas diseñadas para aquellos con tu sangre. No todos salen vivos de aquí.
Elizabeth respiró hondo, sintiendo la fuerza de su juramento de sangre y el eco de Ethan en su memoria.
—Entonces no hay lugar para dudas —dijo—. Cada paso que doy es un paso hacia justicia… y hacia venganza.
Al cruzar el portal, fueron envueltos por una luz difusa. El santuario era un espacio circular flotante, rodeado por columnas de cristal que reflejaban versiones distorsionadas de Elizabeth. Cada reflejo mostraba una posibilidad: ella derrotada, traicionada, corrompida por el poder.
—Una ilusión —dijo Hatriu—. El santuario prueba tu mente y tu espíritu antes que tu cuerpo.
Elizabeth apretó los dientes.
—Entonces voy a demostrar que mi juramento no puede romperse.
Con cada reflejo que atacaba, proyectando miedos y recuerdos, Elizabeth reaccionó. No solo esquivaba y atacaba: hablaba consigo misma, reafirmando su fuerza, su linaje y la promesa hecha a Ethan. Su medallón brillaba con una intensidad que hacía temblar el santuario.
—¡No! —gritó la versión corrompida de Elizabeth—. ¡Ríndete!
—¡Nunca! —respondió la verdadera Elizabeth—. Mi juramento es más fuerte que tus mentiras.
Con un gesto, el medallón proyectó energía hacia todos los reflejos, disolviendo las ilusiones y dejando el santuario en silencio. Hatriu la miró con orgullo:
—Has pasado la prueba del espíritu. Ahora prepárate para la prueba del poder.
Desde el centro del santuario surgió un pedestal con un cristal azul profundo. Elizabeth lo tocó, y al instante, sintió una conexión directa con el bosque. Sus sentidos se expandieron: podía escuchar a cada criatura, cada hoja moviéndose, cada latido de la vida a su alrededor. Por primera vez, comprendió que su juramento y su linaje no solo le daban fuerza, sino percepción y control sobre la energía del bosque.