El Bosque De Las Alas Negras

Capitulo VIII - El Ultimo Santuario

La niebla que cubría el Bosque de Elara era ahora casi impenetrable, densa como humo y fría como acero. Elizabeth caminaba adelante, Hatriu a su lado, cada paso acompañado por el latido constante del medallón que brillaba con intensidad. El mapa de runas proyectado por el cristal del santuario anterior indicaba que estaban cerca del último santuario, el corazón del bosque, donde Varek planeaba abrir su portal definitivo y desatar la corrupción.

—Aquí es —dijo Hatriu, señalando un círculo de árboles que se alzaban como gigantes centinelas—. Todo lo que hemos enfrentado nos ha preparado para esto. Pero no será fácil. Varek ha puesto trampas, guardianes y ilusiones para probarte hasta el límite.

Elizabeth asintió, su respiración firme, sus ojos fijos en la entrada cubierta por raíces vivas y runas negras que pulsaban con energía oscura.
—No puedo fallar. Todo lo que he hecho, todo lo que he aprendido, cada juramento… todo me ha traído hasta este momento.

El portal del santuario se abrió lentamente, revelando un espacio más grande y extraño que cualquier otro que Elizabeth hubiera visto. En su centro flotaba un altar de obsidiana, cubierto de símbolos que emitían un resplandor rojizo y pulsante. A su alrededor, la niebla danzaba con figuras oscuras que parecían fusionar sombras humanas con la esencia corrupta del bosque.

—Varek nos está esperando —dijo Hatriu, desplegando sus alas—. Y no solo él. Esta será la prueba final.

Al dar un paso hacia el altar, Elizabeth sintió la energía oscura del lugar como una corriente que intentaba desgarrar su voluntad. Pero recordó a Ethan, su juramento de sangre y todo lo que había superado. Cerró los ojos y concentró su poder, dejando que la luz del medallón atravesara su cuerpo y el bosque a su alrededor.

De la niebla surgió Varek, con una sonrisa fría, acompañado por una criatura más grande y aterradora que cualquiera que Elizabeth hubiera visto antes. Su rugido hizo temblar el santuario.

—Bienvenida, heredera —dijo Varek—. Veo que has aprendido a jugar con tu poder… pero ahora conocerás el verdadero precio de desafiarme.

Elizabeth se adelantó, levantando el medallón y canalizando la energía del bosque.
—No permitiré que destruyas Elara. Esto termina aquí, Varek.

La criatura atacó primero, veloz y poderosa. Elizabeth bloqueó con energía del bosque, transformando cada ataque en un escudo que protegía a Hatriu. Cada movimiento era fluido, cada golpe estaba calculado, cada ilusión que Varek lanzaba era neutralizada por su juramento y control del poder.

—Tu fuerza es impresionante —dijo Varek—. Pero no has visto nada aún.

Con un gesto, la obsidiana del altar comenzó a absorber energía del bosque, amplificando la corrupción y debilitando a Elizabeth. La niebla se volvió negra, y figuras de sombras pasadas de custodios caídos emergieron, intentando confundirla y atacar.

—¡Esto no es real! —gritó Elizabeth, concentrándose—. Mi juramento es más fuerte que tus sombras.

Con un estallido de luz dorada, Elizabeth liberó todo el poder acumulado de los santuarios anteriores. La obsidiana tembló, las sombras se dispersaron y la criatura rugió, pero fue detenida por un muro de raíces y energía pura que surgió bajo su control.

Varek retrocedió, sorprendido y furioso.
—Imposible… —murmuró—. No puedes dominar lo que he corrompido.

—Sí puedo —replicó Elizabeth, avanzando con determinación—. Y lo haré. No solo por Ethan, ni por los custodios, ni por este bosque. Lo haré porque es mi juramento.

El medallón brilló con un resplandor cegador, fusionando la energía de todos los santuarios anteriores en un solo ataque concentrado. Elizabeth extendió las manos, y una onda de poder recorrió el santuario, desintegrando la corrupción y debilitando a la criatura de Varek hasta dejarla inerte.

—Esto… esto no termina aquí —dijo Varek, retirándose entre la niebla—. Pero recuerda, heredera: lo que has despertado en ti es solo una fracción de lo que enfrentaremos.

Elizabeth, agotada pero firme, sostuvo el medallón. Hatriu se acercó, colocándole una mano en el hombro:
—Lo lograste. Este santuario es tuyo, y la corrupción ha sido contenida… por ahora. Pero la verdadera batalla aún no ha terminado.

Elizabeth miró el altar de obsidiana, respirando profundamente.
—Sé que lo que viene será más difícil —dijo—. Pero estoy lista. Mi juramento no fallará. Ni yo, ni el bosque, ni Ethan.

El bosque a su alrededor se calmó, como si reconociera a su verdadera heredera. La niebla aún susurraba secretos antiguos, y en lo profundo, Elizabeth entendió que el enfrentamiento final con Varek sería la prueba definitiva: no solo de fuerza, sino de voluntad, control y justicia.

—Vamos —dijo Hatriu—. El camino hacia el enfrentamiento final nos espera.

Elizabeth y Hatriu avanzaban entre la niebla, con el corazón latiendo al ritmo del medallón que ahora parecía vibrar con urgencia. Cada paso los acercaba al núcleo del último santuario, un lugar donde el poder y la corrupción de Varek convergían. La luz del medallón iluminaba las raíces y runas que surgían del suelo, mostrándoles el camino, pero también proyectando sombras que parecían acechar desde cada esquina.

—Siento algo diferente —dijo Elizabeth, tocando el medallón—. Hay un flujo de energía oscura que… como si respirara.

—Eso es lo que queda del portal que Varek intenta abrir —dijo Hatriu—. Cada santuario que hemos limpiado debilitó su influencia, pero el núcleo aún conserva su poder. Y créeme, no está solo.

El camino se abrió hacia una cámara central, un espacio circular gigantesco. En su centro, el altar de obsidiana brillaba con un resplandor rojizo y negro que parecía absorber la luz del bosque, mientras la niebla giraba formando figuras etéreas que imitaban los movimientos de Elizabeth y Hatriu. Cada figura era una trampa, diseñada para probar sus reflejos, su control y, sobre todo, su mente.




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