El bosque de las sombras I: La ofrenda

VII No hagas ruido

Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis.                    

Los vigilantes rendían su informe ante el rey Camsuq, su general y el rey Barlotz.

—Entonces ¿Sólo se han confirmado dos apariciones? —preguntó el rey.

—Así es, majestad. Un hombre adulto en una pequeña aldea al norte de aquí, mató a tres hombres, y un niño, al sur, mató a otros cuantos. Ambos escaparon.

—¿Un niño dices?

—No era un niño común y corriente, mi rey; tenía la fuerza de tres hombres y desmembró a varios con sus propias manos.

—¿Y cómo saben que era un Dumas? Pudo ser un vampiro o uno de esos guardianes del bosque —cuestionó Barlotz.

—Los vampiros matan humanos para alimentarse de ellos y los guardianes sólo atacan en las cercanías del bosque de las sombras, usualmente no dejan su territorio. Además, existen leyendas que cuentan sobre la habilidad de los Dumas para cambiar su aspecto —explicó el lugarteniente de Frilsia.

—¿Eso es cierto, Camsuq? —preguntó Barlotz.

—Yo... Jamás los vi hacer algo así. Eran criaturas monstruosas, algunas tan altas como la estatura sumada de tres hombres, con extremidades largas y fuertes, cubiertos de pieles duras como el acero. Parecían más árboles que humanos.

—Entonces, no tenemos la certeza de que sean Dumas —supuso Barlotz.

Camsuq rio.

—Claro que lo son y la situación es mucho peor de lo que pensábamos. Ahora, ellos podrían estar en cualquier parte, ocultos a simple vista

Barlotz cruzó las manos tras la espalda, ocultando su temblor.

—General, mantengan la vigilancia en todas las aldeas de la zona. Que informen y apresen a cualquier persona que se vea sospechosa. Barlotz, tú deberías hacer lo mismo en tu reino.

—¿Y qué harás tú, Camsuq?

—Iré a visitar a la bestia.

∽•❇•∽

Reino de Nuante

A mediodía, el golpeteo metálico volvió a resonar en el palacio y retumbó en la cabeza de Desz como un fatídico anuncio de que la humana seguía allí. Y era muy ruidosa. Descendió por las amplias escaleras con menos dificultad y, aunque seguía bien cubierto con la capa y la capucha, la claridad del día le afectaba cada vez menos. 

La humana estaba en el comedor. Llevaba el hacha en las manos y unas gruesas raíces yacían despedazadas a su alrededor. Había roto parte del mármol del piso también y se acercaba hacia el cadáver sentado a la mesa.

—¡No lo toques!

Ella se alejó de un brinco, dejando caer el hacha. Desz inspeccionó el cuerpo. Todavía sentado a la mesa no había tenido ninguna oportunidad contra su enemigo. La ausencia de la cabeza y el mal estado de sus raídas ropas le impidieron saber de quién se trataba.

—Eres muy silencioso —observó ella sorprendida, pues ningún sonido le había revelado su presencia.

Incluso ahora no podía oír sus pasos, como si avanzara sin tocar el suelo.

—Soy un Tarkut, eso es lo que significa. Tú, por el contrario, eres muy ruidosa. Te pedí que me dejaras descansar y sigues interrumpiéndome.

Lis tropezó con una gruesa raíz que la hizo caer al retroceder. La densa capa de musgo que cubría el piso lo hacía resbaloso y ella no quería estar muy cerca de la criatura. Tampoco tenía intenciones de darle la espalda. Y tantas caídas la tenían muy adolorida.

—Sólo... Sólo intentaba limpiar... Lo lamento...

—Si sigues limpiando con un hacha, destruirás lo poco que queda de mi palacio. —Suspiró, masajeándose las sienes.

Pero definitivamente el palacio requería ser limpiado.

Desde su lugar, Lis comenzó a sentir un leve estremecimiento del piso, que se fue volviendo más intenso, como si el palacio entero estuviera sacudiéndose. Al movimiento se sumó un sonido similar a un rugido seco y áspero que llegaba desde todas direcciones. La criatura se mantuvo imperturbable ante el caótico temblor.

Lis gritó cuando algo le rozó la mano, pensando que se trataba de una rata. Vio pasar por su lado la gruesa rama de una hiedra, deslizándose como si fuera una serpiente y ya no pudo estar en el suelo. Esquivando las plantas que parecían haber cobrado vida propia, se agazapó en un rincón, cubriendo sus oídos. El sonido rasposo lo hacían éstas, desprendiéndose de las superficies que aferraban. Se desprendieron de muros y muebles, se desprendieron de las escaleras y los pisos de mármol, de las abandonadas habitaciones y sus recuerdos; de lo único que no se desprendieron fue de los cadáveres, por el contrario, se aferraron más a ellos, arrastrándolos a su paso.

Desde todos los rincones del palacio llegaban y se fundían las hiedras y enredaderas, formando un río hecho de plantas, cuyo vertiginoso cauce iba a desembocar en el patio trasero. Hasta allí arrastraron el cuerpo que reposaba apoyado en la mesa, a los que yacían repartidos por los pasillos y habitaciones, y a Flamand. Asomándose por entre las hebras vegetales del río, se pudieron ver incluso los cabellos rojos de la anterior ofrenda, que se perdió para siempre por el pasillo.




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