El bosque de las sombras I: La ofrenda

IX Sangre caliente

Reino de Arkhamis, palacio real.  

—Madre ¿Qué haces? Esas cosas son de Lis —exclamó la princesa Daara, viendo cómo su madre tiraba algunas pertenencias de su adorada hermana. 
  
—Ella ya no regresará y estas cosas sólo ocupan espacio. Terminarán por atraer a las ratas —aseguró la reina, entregándole a uno de sus siervos una pila de libros, para luego dirigirse hasta el armario.

—¡¿Cómo que no regresará?! ¡Ella sólo fue de paseo con padre!

La reina suspiró, sacando varios vestidos y lanzándolos al suelo. Los siervos se encargaban de recoger todo cuanto ella arrojaba despreocupadamente.

—Lis ha sido desposada por un importante señor y debe estar feliz en un hermoso palacio. Frente a todos los magníficos atuendos que su esposo debe haberle dado, estas prendas no son más que harapos. Hay que deshacerse de ellos, ya no los necesitará. —Terminó de arrojar todo el contenido del armario—. Lleven este mueble a mis aposentos —ordenó, saliendo del lugar.

La princesa Daara observaba con incredulidad como, de un día para otro, la presencia de su hermana estaba siendo borrada del palacio. No lograba comprender que Lis se hubiera desposado y ellas no estuvieran presentes; peor aún, que ya no regresaría.

Del piso de la habitación recogió un peine de marfil, que era el favorito de su hermana. Aferrándolo contra su pecho, corrió por el palacio sin consuelo.

∽•❇•∽

Reino de Nuante

Lis sentía que todas las fuerzas la habían abandonado. No le importó haber dormido en el suelo, ni que sus ropas estuvieran destrozadas y sucias, mucho menos tener las manos ásperas y lastimadas por usar el hacha. Esos hombres salvajes la habían agredido y luego una bestia mucho peor los había destrozado. Era una bestia que devoraba humanos ¿Cuánto tardaría en devorarla a ella también? La incierta espera era una tortura peor que la certeza de que acabaría siendo su presa, en unos días, en unos cuantos latidos, cada vez que sus ojos se abrían luego de parpadear temía encontrar frente a ella a ese silencioso depredador.

¿Por qué pedirle sangre de cerdo cuando podía tomar la suya?

Quizás fuera porque realmente su aroma lo asqueaba, pero también podía tratarse del acuerdo que tenía con su padre. Dejarla vivir podía ser una muestra de buena voluntad.

Su padre. Su querido y amoroso padre que pareció tan sorprendido de verla y que se fue sin despedirse, soltando a los criminales que la atacaron. "¿Ya no te importa tu florecita, padre?", pensó, mirando el penoso estado del vestido que él mismo había hecho confeccionar con tanto cariño. "La has dejado a su suerte en un mundo oscuro y aterrador".

Aquejada por una intensa sed tuvo que levantarse y deambular por el palacio, andando como un espectro, con paso lento e inseguro, temiendo hacer el menor ruido que enfadara a la bestia. Las medias se le habían roto de tanto ir descalza y se clavaba, de tanto en tanto, alguna que otra rama o piedra que hubiera por el lugar. Pese a las molestias llegó junto al pozo y giró la noria hasta que el preciado líquido estuvo a su alcance. Lo que vio en el reflejo del agua la sorprendió. Nadie diría que la mujer que allí apareció fuera una princesa; su rostro pálido y sucio, marcado por ojeras negras y profundas, el cabello enmarañado y con pequeñas hojas atrapadas en él, la mirada apagada y triste, hacían pensar que se trataba más bien de una vagabunda en sus momentos postreros. Ojalá y tuviera su peine de marfil, se lamentó, bebiendo en grandes cantidades.

Al volverse notó que ya no estaba sola. Un joven alto y distinguido le miraba con ojos grises y serenos, a pocos pies de distancia. Vestía atuendos finos y sobrios, dignos de un príncipe y el cabello negro y corto pulcramente peinado. Sin salir aún de su asombro, ella corrió a su lado y le cogió la mano.

Era muy fría.

—¡Debe irse cuanto antes! Si se queda aquí, la criatura que vive en el palacio lo matará —lo previno, intentando dirigirlo a la salida.

—¿Criatura? —preguntó, parándose firmemente.

Ella ya no pudo jalarlo. Sus oídos saborearon la voz del joven, profunda y dulce, casi melodiosa.

—Sí, en el palacio hay una criatura que se alimenta de sangre, especialmente de humanos. Es peligroso que usted permanezca aquí, él puede venir en cualquier momento. —Volvió a intentar jalarlo, pero el hombre parecía tener los pies clavados a la tierra.

—Y si esa criatura que mencionas es tan peligrosa ¿Por qué permaneces aquí? ¿Por qué no has huido?

—Es la voluntad de mi padre que yo permanezca aquí, sólo él puede liberarme o esa criatura dándome la muerte, pero ¿Es acaso morir similar a la libertad? Creo que jamás volveré a ser libre, pero usted está a tiempo, salga de aquí, por favor.

Una sutil sonrisa se formó en el rostro del hombre y ella, sin comprender el porqué, sintió más frenético el latir de su corazón. En sus verdes ojos, las pupilas se dilataron de manera casi imperceptible, al menos para un ser humano.

Él lo notó perfectamente y su sonrisa se profundizó.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó, con la sonrisa de quien espera el remate de alguna broma.

—Lis —dijo ella—, pero por qué no me escucha ¡Debe salir de aquí!




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