El bosque de las sombras I: La ofrenda

XIV Un enviado del rey

Al abrir los ojos, Lis vio a la criatura yaciendo en el suelo, inmóvil, con una flecha atravesándole el pecho, donde si se tratara de un humano, probablemente tendría el corazón. De la dirección de donde provino la flecha, un soldado se acercaba. Tenía el escudo de Arkhamis en la armadura. El resto de las criaturas volvió a sumergirse en la tierra y regresaron al bosque de las sombras, no sin antes arrastrar con ellos el cuerpo del que había caído.

—¿Está bien, señorita? —preguntó amablemente el que resultó ser un joven.      

—Me golpeé al caer del caballo, pero estoy bien. Todo gracias a usted, es mi salvador. —Observó con detención los agradables rasgos del soldado y se enterneció al sentirlo como un fragmento del hogar que había dejado tan lejos.

El soldado le sonrió con dulzura, ayudándola a levantarse. Juntos vieron el estado del caballo. Tenía varios mordiscos en sus patas y la sangre chorreaba en abundancia de las zonas donde la piel había sido desgarrada. Con premura, Lis se arrancó una de las anchas mangas de su blusa e intentó vendar las patas para detener la hemorragia.

—¿Sabe qué eran esas criaturas? —preguntó ella, todavía temblorosa.

El joven negó, señalando que era la primera vez que pisaba las tierras de Nuante.

—¿A qué ha venido a este reino?

—Debo entregar un paquete al señor de estas tierras. El palacio ¿Sabe dónde queda?

—¿Quién lo envía?

—El rey Camsuq —se apresuró a decir el joven.

Los ojos de la princesa brillaron al oír aquel nombre. Cuánto deseaba abrazar a su amado padre ahora que su corazón se agitaba por la reciente experiencia tan cercana a la muerte, y hallar entre sus brazos la cura para todos sus temores.

—¿Puedo saber qué contiene ese paquete?

—Lo siento, señorita, es confidencial.

Ella aceptó su respuesta, omitiendo revelarle su identidad. Ambos subieron al caballo del soldado y emprendieron rumbo al palacio. Tras ellos iba el caballo herido, que con su lento andar retrasaba la marcha. El fatigado animal se quejaba de vez en cuando. En cada ocasión, Lis se volvía a mirarlo con más pesar que la anterior.

Cerca del atardecer, el oído de Desz estaba concentrado en una gota cristalina que caía desde la noria hasta el fondo del pozo. Perdió la cuenta de las que llevaba al cambiar abruptamente su atención al galope de dos caballos, seguido del intenso aroma de la sangre. Era sangre contaminada, notó con claridad. Esperó por ellos a mitad del camino que llevaba al palacio, mucho antes de que llegaran a las altas murallas que lo protegían. De brazos cruzados y expresión indescifrable, vio a Lis regresar una vez más, en esta ocasión acompañada de un soldado Arkhamita. Inhaló profundamente, buscando las esencias de otros seres en los alrededores, agudizando su oído para oír sus latidos. El collar ardió contra su piel y ninguna información llegó a él.

Ella bajó primero y avanzó tirando de las riendas del caballo herido. Llevaba el cabello despeinado, las ropas rasgadas y sucias, rasmillones en el rostro y cojeaba levemente.

Olía a tierra y a hombre.

Fue incapaz de levantar la mirada cuando pasó por su lado y para él la razón estuvo clara.

—Olvidé preguntar su nombre —dijo ella, volviéndose a ver al soldado.

Él le sonrió.

—Bor, señorita, ése es mi nombre.

Ella le devolvió la sonrisa y caminó hacia el palacio, como quien regresaba a la celda donde cumplía una condena de por vida.

∽•❇•∽

Cuando los últimos rayos del sol abandonaron el cielo, Desz llegó al palacio. El llanto de la princesa lo recibió como un estruendo y creyó que sus tímpanos reventarían.

—¡Cállate de una vez! Maldita mujer —gruñó, dejándose caer pesadamente en el sillón.

La sala del palacio se sumergía en la oscuridad, impidiéndole a Lis ver con claridad a su interlocutor. Él podía verla perfectamente, muy a su pesar.

—¡El caballo!... Sus heridas eran pequeñas, pero está muy mal... —sollozó angustiosamente.

—Te advertí que no fueras al bosque... Los guardianes debieron morderte a ti también, así no tendría que escuchar tus espantosos chillidos.

El llanto de ella se detuvo. A la tenue luz del atardecer, que se estaba convirtiendo en noche, el cuerpo de la criatura parecía brillar levemente. Con prisa buscó una lámpara para confirmar sus sospechas. Desz soltó un quejido cuando Lis lo iluminó y se cubrió los ojos con el brazo.

—¡¿Qué te ha pasado?! —chilló ella.

Las sombras en los muros bailaron con frenesí mientras la lámpara temblaba en su mano. El brillo que ella vio era la luz reflejándose en la sangre que bañaba el cuerpo de la bestia. Tenía un profundo corte que le desgarraba las ropas desde el hombro izquierdo hasta el vientre. Lis salió corriendo y, tras un rato, regresó corriendo también. Sus pisadas eran tambores en los oídos de la criatura o más bien como si su cabeza se hubiera convertido en el tambor, y fuera golpeada incesantemente.

Ella se atrevió a tocarlo para quitarle la desgarrada prenda.




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