El bosque de las sombras I: La ofrenda

XXII Me perteneces

El Tarkut y la princesa avanzaban, sin decir palabra, por un sendero. Los pasos de Lis eran lentos y ruidosos. Los zapatos mojados le pesaban, al igual que las ropas. Desz, en cambio, avanzaba sin hacer el menor ruido, tanto así que, en varias ocasiones, la princesa miró por sobre el hombro para saber si continuaba tras ella. El sol abrasador había llegado, los había acompañado gran parte del camino y ya se hallaba en retirada. Pronto anochecería y el palacio no estaba ni cerca de asomarse por el horizonte.

Pese al lento andar de Lis, Desz seguía varios pasos tras ella, sin interés en darle alcance. Aquello inevitablemente ocurrió cuando la mujer se detuvo por completo.

—Ya no puedo más —se quejó, sin aliento.

—De todos los humanos que pululan sobre la tierra, Camsuq y tú son los que más me fastidian. No eres una ofrenda, eres una maldición —gruñó él, pasando por su lado para seguir con la marcha.

—¡Tú eres una maldición!

Desz se detuvo.

—¡Eres la peor desgracia que pudo caer sobre mí!... Eres... Eres... —Las palabras se le ahogaron en la garganta cuando Desz apareció frente a ella, como si se hubiera movido en un parpadeo, con la velocidad de un rayo, pero sin el estruendo que lo acompaña.

—¡¿Qué soy?! —interpeló, con tanta furia refulgiendo en sus ojos grises que se volvieron plateados.

La princesa contuvo el aliento, sabiendo que debía dejar de ver esos ojos cuanto antes. Sacudió la cabeza como si se negara a aceptar una verdad innegable.

—Eres... ¡Eres un idiota! —gritó, recuperándose de la incomodidad—. ¡Si no me hubieras seguido, no nos habríamos caído y los caballos no nos habrían dejado!

Una humana atreviéndose a llamarlo idiota. El mundo había enloquecido sin dudas.

—¡Si tú no te hubieras puesto a escalar como una maldita araña, yo no tendría que haber ido por ti!

—¡¿Y desde cuándo te importa lo que me pase?! ¡Me detestas! Odias todo lo que hago, todos los sonidos, incluso como huelo... Si te causo tanta repugnancia, como veo en tus ojos ¿Por qué no me dejas volver con mi padre? ¿Por qué... no me dejas morir? —La amargura en su voz no tardó en dar paso al llanto.

—¡Porque me perteneces! —respondió el Tarkut.

Y esa era la respuesta a todas las preguntas de la mujer.

La sujetó fuertemente de los brazos, pegándola contra su pecho, que se agitaba con violencia. Inmóvil, ella fue encandilada por el plateado ominoso y letal con que la veía.

—¡Y haré contigo lo que me plazca!

A jalones se internó con ella en un bosque que se alzó tras una cuesta. No era el bosque de las sombras, que se hallaba hacia sus espaldas, donde el cielo se fundía con la negra espesura. Sin embargo, el miedo de la joven era tan intenso que Desz no sólo lo escuchaba, sino que hasta podía olerlo en su trémula piel. Estaba seguro de que aquella esencia sólo se volvería más intensa.

∽•❇•∽

Reino de Balai

—¿Que averiguaste? —preguntó el rey Ulster al capitán de los hombres enviados a Galaea.

—Majestad. He podido ver con mis propios ojos cómo el rey Barlotz ha perdido completamente la calma, creyendo que hay enemigos en cada rincón. La mayoría de sus soldados se ha reunido en torno al palacio para protegerlo de una posible invasión —contó, casi sin hacer pausas para respirar.

Mientras hablaba, el hombre no había podido quitar la vista del ojo violeta que relucía en el cetro de Ulster. Sólo veía una esfera blanca, pero estaba seguro de que en cualquier momento se giraría, mirándolo fijamente. Tal idea lo agitaba, pese a ello, no apartaba la vista de él.

—¡Ese Barlotz siempre ha sido un viejo cobarde! —rio el rey, cambiando su cetro de mano, movimiento que fue seguido por los ojos del capitán. —¿La hija de Camsuq estaba con él?

—No, mi señor. El rey regresó de Frilsia acompañado sólo por sus hombres.

—¡Aaahhh, eso me alegra! Esa mujer nació para mí. Sólo debo averiguar a dónde se la llevó Camsuq -sonrió con insano placer, frotando la cúpula que guardaba su preciado trofeo.

El capitán seguía mirándolo, expectante.

—¿Averiguaste algo sobre los Dumas?

El hombre permaneció impávido, perdido en la fascinación que el objeto le causaba. En cualquier momento giraría...

—¡Te hice una pregunta! —reclamó el rey, golpeando el piso de mármol con su cetro y sacando al capitán del trance en que se hallaba.

El orbe seguía sin mirarlo.

—Disculpe, mi rey. Ha sido muy difícil conseguir información, sólo los hombres de confianza del rey parecían saber algo al respecto. Dicen que los Dumas han regresado, que encontraron algunos en Frilsia. —El miedo inundó sus ojos, que, pese a sus esfuerzos, se desviaban al cetro en las manos del rey.

—¿Dicen o lo confirman? —preguntó con ansias, como si deseara que se tratase de la segunda opción.

—No están seguros, mi señor, pero el rey Barlotz parece estar convencido del asunto y está aterrado. Sin embargo, no ha fortalecido la guardia de las fronteras, sino sólo las de su palacio.




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