El misterioso bosque no dejaba de rondar la mente de Víctor. Cada vez que miraba hacia los árboles que bordeaban la granja, sentía un escalofrío recorrer su espalda. La desaparición del joven turista había sembrado aún más dudas y un deseo ferviente de descubrir la verdad.
Decidido a encontrar respuestas, Víctor se dirigió a la pequeña biblioteca del pueblo. Pensó que tal vez entre los viejos registros y documentos encontraría alguna pista sobre el oscuro secreto que parecía envolver a La Sombra. La biblioteca, una construcción antigua de piedra y madera, exudaba un aire de historia y misterio.
La bibliotecaria, una mujer de avanzada edad llamada Doña Clara, lo recibió con una sonrisa cansada pero amable. Víctor le explicó su interés en la historia del pueblo y del bosque. Doña Clara lo observó detenidamente por un momento, como evaluando si debía o no compartir lo que sabía.
—Hay historias que no deben ser desenterradas, joven —dijo finalmente—. Pero si insistes en conocer la verdad, te mostraré algo.
Doña Clara lo condujo a una sección apartada de la biblioteca, donde los libros parecían acumulados por décadas sin ser tocados. Entre el polvo y las telarañas, sacó un viejo volumen con tapas de cuero desgastado. Lo abrió con cuidado, revelando páginas amarillentas y frágiles.
—Este es el diario de uno de los primeros habitantes de La Sombra —explicó—. Habla de cosas que muchos prefieren olvidar.
Víctor se sumergió en la lectura del diario, encontrando relatos sobre el bosque encantado y las desapariciones que habían ocurrido a lo largo de los años. Según el diario, se creía que el bosque estaba maldito y que los árboles tenían el poder de absorber la esencia vital de aquellos que se adentraban en él. Las historias hablaban de figuras espectrales y susurros que atraían a las personas hacia su perdición.
Mientras leía, Víctor sintió una mezcla de incredulidad y temor. Aunque los relatos podían parecer fantasías, los eventos recientes en el pueblo parecían darles cierta veracidad. Decidido a no dejarse intimidar, decidió seguir investigando.
Días después, Víctor escuchó rumores de otros incidentes en el pueblo que parecían estar relacionados con el bosque. Un anciano que vivía en las afueras, conocido como Don Eusebio, había sido encontrado inconsciente cerca del borde del bosque. Cuando recuperó la conciencia, hablaba de haber visto sombras que se movían entre los árboles y de escuchar voces que lo llamaban.
Víctor visitó a Don Eusebio en su modesta cabaña. El anciano, aunque debilitado por la experiencia, aceptó contarle lo que había visto.
—Ese bosque no es natural —dijo Don Eusebio con voz temblorosa—. Hay algo oscuro y antiguo en él. Los árboles... no son solo árboles. Son guardianes de algo más, algo que no pertenece a este mundo.
Las palabras de Don Eusebio resonaron en la mente de Víctor. Cada vez estaba más convencido de que debía descubrir la verdad, sin importar el peligro. Al regresar a la granja, decidió que su próximo paso sería hablar con Don Aurelio, ya que el anciano podría tener más información sobre el bosque y los eventos misteriosos.
Una noche, mientras la luna llena iluminaba tenuemente el paisaje, Víctor se armó de valor y se dirigió a la casa de Don Aurelio. Al llegar, fue recibido con cierta reticencia, pero finalmente Don Aurelio accedió a hablar.
—No sabes en lo que te estás metiendo, muchacho —dijo Don Aurelio—. Hay cosas que es mejor dejar en paz. Ese bosque... ha estado aquí mucho antes de que nosotros llegáramos. He oído historias, pero nunca quise creerlas. Sin embargo, después de lo que le pasó a ese joven turista, ya no estoy tan seguro.
La conversación con Don Aurelio solo aumentó la determinación de Víctor. Sabía que debía enfrentarse al misterio del bosque y encontrar una solución para proteger al pueblo. Pasó los siguientes días planeando su próximo movimiento, estudiando mapas y recopilando todo el equipo necesario para su incursión.
Finalmente, llegó el día. Víctor se internó en el bosque una vez más, decidido a desentrañar sus secretos. Esta vez, sin embargo, no estaba solo. Había convencido a un par de aldeanos más jóvenes, Marcos y Elena, para que lo acompañaran. Armados con linternas, provisiones y una firme determinación, los tres avanzaron juntos en la penumbra.
A medida que se adentraban en el bosque, la niebla espesa y el silencio abrumador parecían devorar el sonido de sus pasos. Los árboles, altos y retorcidos, se alzaban como centinelas sombríos. De repente, Víctor sintió una extraña energía que lo envolvía, y una vez más, las visiones inquietantes comenzaron a manifestarse.
Las sombras se deslizaban entre los árboles, y el susurro distante se hacía más claro. Las palabras eran indistinguibles, pero el tono era inequívocamente urgente, como un llamado que no podía ser ignorado. De repente, Marcos gritó y cayó al suelo, señalando algo en la distancia.
Víctor y Elena se acercaron rápidamente y vieron lo que había llamado la atención de Marcos: un viejo y retorcido árbol en el centro de un claro. Parecía diferente a los demás, más antiguo y ominoso. En su base, encontraron restos de lo que parecían ser antiguos campamentos, posiblemente de aquellos que habían desaparecido antes.
La atmósfera se tornó más densa y opresiva. Víctor sentía que cada paso lo acercaba a una verdad que preferiría no conocer. Sin embargo, su determinación no flaqueó. Debía entender lo que estaba sucediendo en ese lugar y cómo detenerlo.
Mientras investigaban el área, encontraron inscripciones grabadas en el árbol, en un idioma antiguo que ninguno de ellos reconocía. Las marcas parecían contar una historia, una advertencia de un tiempo olvidado. De repente, un fuerte viento surgió de la nada, y las sombras comenzaron a moverse con más rapidez.
Elena, asustada, sugirió que debían regresar. Pero Víctor, sintiendo que estaban cerca de una revelación, insistió en quedarse un poco más. A medida que la noche avanzaba, la energía del lugar se volvía casi tangible, envolviendo a los tres intrépidos exploradores.
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Editado: 09.02.2025