Los días que siguieron al regreso de Víctor y Elena al pueblo fueron una mezcla de desesperación y angustia. La pérdida de Carlos, Ana y Marcos pesaba sobre sus corazones, y la constante amenaza del bosque oscurecía cada pensamiento y acción. Los habitantes de La Sombra vivían con el miedo palpable de que el bosque pudiera reclamar a cualquiera en cualquier momento.
Elena, en particular, comenzó a mostrar signos de tensión extrema. Las noches se volvieron interminables, plagadas de pesadillas y visiones inquietantes. Cada vez que cerraba los ojos, veía las sombras del bosque moviéndose con una intención malévola, escuchaba susurros que parecían llamarla, y sentía una atracción irresistible hacia la oscuridad.
Víctor notó los cambios en Elena. Su amiga, que siempre había sido valiente y decidida, ahora parecía perdida en un mar de dudas y miedos. Trató de hablar con ella, de ofrecerle consuelo y apoyo, pero cada conversación terminaba con Elena mirando al horizonte con una expresión vacía.
Una noche, cuando el pueblo estaba envuelto en un silencio inquietante, Elena se levantó de su cama y comenzó a caminar. Sus movimientos eran lentos y mecánicos, como si estuviera en un trance. Salió de su casa y se dirigió hacia el límite del bosque, atraída por una fuerza invisible que parecía controlarla.
Víctor, preocupado por su amiga, decidió seguirla. Mantuvo una distancia prudente, observando cómo Elena avanzaba con determinación hacia la oscuridad. El aire estaba cargado con una energía extraña, y los susurros del bosque parecían intensificarse con cada paso que daban.
—Elena, espera —llamó Víctor, tratando de romper el hechizo que parecía tenerla atrapada.
Pero Elena no respondió. Sus ojos estaban vacíos, y sus movimientos eran como los de una marioneta controlada por hilos invisibles. Víctor se apresuró para alcanzarla, pero cuando llegó a su lado, Elena se detuvo de repente y giró su cabeza hacia él.
—El bosque... me llama —dijo en un tono monótono y distante—. No puedo resistirlo.
Víctor sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Sabía que debía hacer algo para salvar a su amiga antes de que fuera demasiado tarde. Tomó a Elena por los hombros y la sacudió suavemente.
—¡Elena, despierta! ¡Esto no es real! —exclamó, desesperado por sacarla de su trance.
Por un momento, los ojos de Elena parecieron enfocarse y una chispa de reconocimiento apareció en su mirada. Pero fue efímero. La atracción del bosque era demasiado fuerte, y la visión de las sombras moviéndose entre los árboles volvió a capturar su atención.
—No puedo... luchar... —murmuró Elena, mientras sus pies comenzaban a moverse de nuevo hacia el bosque.
Víctor sabía que debía actuar rápido. Sin soltar a Elena, comenzó a tirar de ella hacia atrás, lejos del bosque. La resistencia de Elena era notable, pero su fuerza menguaba con cada paso. Finalmente, con un último esfuerzo, logró alejarla del límite del bosque y llevarla de regreso al pueblo.
Elena se desplomó en el suelo, agotada y confusa. Víctor la sostuvo y la llevó de regreso a su casa, decidido a encontrar una manera de liberarla del control del bosque. Al llegar, la acomodó en su cama y se quedó a su lado, observándola mientras dormía.
A lo largo de los días siguientes, la condición de Elena empeoró. Los episodios de trance se volvieron más frecuentes y prolongados, y su conexión con la realidad parecía desvanecerse. Víctor, cada vez más desesperado, consultó a Don Eusebio, buscando alguna solución.
—El bosque la ha marcado —explicó Don Eusebio con gravedad—. Está llamándola para que se una a él. Necesitamos encontrar una manera de romper ese vínculo antes de que sea irreversible.
Con la ayuda de Don Eusebio, Víctor comenzó a investigar antiguos rituales y prácticas indígenas que pudieran ayudar a Elena. Pasaron horas leyendo manuscritos y consultando con los ancianos del pueblo, buscando cualquier pista que pudiera ofrecer esperanza.
Mientras tanto, Elena continuaba luchando contra el llamado del bosque. Aunque sus momentos de lucidez eran cada vez más breves, había algo en su interior que se resistía a ceder por completo. Víctor se aferró a esa chispa de esperanza, decidido a salvar a su amiga a toda costa.
Una noche, mientras revisaban los manuscritos antiguos, Don Eusebio encontró una posible solución: un antiguo ritual de purificación que podía cortar los lazos con el bosque. Sin embargo, era un procedimiento arriesgado y complicado, que requería de la participación y la fuerza de voluntad de Elena.
Víctor, consciente de los riesgos, decidió llevar a cabo el ritual. Junto con Don Eusebio, prepararon todo lo necesario y se dispusieron a realizar el ritual en la siguiente luna llena, momento en que la energía del bosque estaría en su punto más débil.
El día del ritual, Elena estaba en un estado casi catatónico, pero Víctor y Don Eusebio no se dieron por vencidos. Con mucho esfuerzo, llevaron a Elena al lugar designado y comenzaron el ritual. Los cánticos y las ceremonias llenaron el aire, creando una atmósfera cargada de misticismo y esperanza.
Durante el ritual, Elena pareció reaccionar. Sus ojos se abrieron y por primera vez en días, habló con claridad.
—Víctor... el bosque... —susurró, con una mezcla de miedo y determinación.
Víctor tomó su mano y la miró a los ojos.
—Estamos aquí contigo, Elena. Vamos a liberarte —respondió, con una voz llena de convicción.
El ritual continuó, y poco a poco, la sombra de control que el bosque tenía sobre Elena comenzó a desvanecerse. Aunque el proceso fue largo y agotador, al final, Elena pareció recuperar su claridad mental. El llamado del bosque se debilitó y la chispa de vida en sus ojos volvió a brillar.
Víctor y Don Eusebio, exhaustos pero satisfechos, se dieron cuenta de que habían ganado una batalla importante. Sin embargo, sabían que la guerra contra el bosque estaba lejos de terminar. El poder oscuro que habitaba en su corazón seguía siendo una amenaza, y debían encontrar una manera de destruirlo de una vez por todas.
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Editado: 14.04.2025