A la mañana siguiente, el aire en La Sombra estaba cargado de una tensión palpable. Víctor, aún exhausto por el ritual de la noche anterior, se despertó con una sensación de inquietud. Sabía que debían actuar rápidamente, pero no tenía claro cuál sería el próximo paso. Mientras se preparaba, Don Eusebio llegó a su casa, con una expresión desesperada en su rostro.
—Víctor, debemos hablar —dijo Don Eusebio, su voz temblando ligeramente.
Se sentaron en la pequeña sala de estar, y Don Eusebio comenzó a contar algunas de las historias que había presenciado en su juventud. Sus ojos estaban llenos de recuerdos oscuros y temores que nunca habían desaparecido del todo.
—Cuando era niño, escuchaba a los ancianos del pueblo hablar sobre el bosque —empezó Don Eusebio—. Decían que siempre había tenido vida propia, una energía que no se podía explicar. Recuerdo que había personas que se aventuraban demasiado lejos y nunca regresaban. Algunos decían que el bosque los reclamaba, que los absorbía en su oscuridad.
Víctor escuchaba atentamente, sintiendo cómo cada palabra de Don Eusebio agregaba una nueva capa de terror a su comprensión del bosque. Las historias continuaron, cada una más inquietante que la anterior.
—Una vez, un grupo de jóvenes decidió explorar el corazón del bosque —continuó Don Eusebio—. Querían demostrar su valentía, pero solo uno de ellos regresó, y nunca fue el mismo. Decía que las sombras lo perseguían, que podía escuchar los susurros del bosque incluso en sus sueños. Murió pocos meses después, y hasta el último día, decía que el bosque lo llamaba.
El silencio se hizo pesado en la sala. Víctor sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Sabía que la situación era grave, pero escuchar las historias de Don Eusebio le hizo comprender la magnitud del peligro que enfrentaban.
—Víctor —dijo Don Eusebio, con un tono urgente—. Debes irte antes de que sea demasiado tarde. Toma a Elena y llévatela lejos de aquí. El bosque ya la ha marcado, y si no se aleja, no sobrevivirá.
Víctor miró a Don Eusebio, viendo la desesperación en sus ojos. Sabía que el anciano tenía razón, pero la idea de abandonar a los demás habitantes del pueblo lo llenaba de culpa y conflicto.
—No puedo dejar a los demás —respondió Víctor—. Aún hay personas desaparecidas en el bosque. No puedo simplemente irme y dejarlas atrás.
Don Eusebio suspiró profundamente, comprendiendo el dilema de Víctor. Pero su preocupación por Elena era evidente, y sabía que debían actuar rápidamente para salvarla.
—Comprendo tu lealtad, Víctor —dijo Don Eusebio—. Pero Elena necesita salir de aquí, al menos hasta que encontremos una solución definitiva. Si se queda, el bosque la consumirá.
Víctor asintió lentamente, sabiendo que Don Eusebio tenía razón. Debía proteger a Elena, aunque eso significara alejarse temporalmente del pueblo. Pero antes de partir, prometió a sí mismo encontrar una manera de salvar a los demás.
—Me la llevaré lejos, pero regresaré —dijo Víctor con determinación—. Encontraré una solución y salvaré a todos los que el bosque ha reclamado.
Don Eusebio le dio una palmadita en el hombro, agradecido por su valentía y determinación. Juntos, ayudaron a Elena a prepararse para el viaje. Aunque ella aún estaba débil, había una chispa de vida en sus ojos, una señal de que el ritual había tenido efecto.
Al despedirse, Don Eusebio les deseó buena suerte y les recordó que siempre habría esperanza, incluso en los momentos más oscuros. Con el corazón pesado, pero lleno de propósito, Víctor y Elena se alejaron de La Sombra, dejando atrás el bosque que los acechaba.
Sabían que el camino sería difícil, pero también sabían que no estaban solos. La historia del bosque no había terminado, y la batalla por la libertad de sus almas apenas comenzaba.
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Editado: 14.04.2025