El vómito sobre su almohada lo despertó. El sudor en su cuerpo mantenía pegajosa la delgada sábana que cubría su cama. Tambaleante, Dúnkan se puso en pie mientras un punzante dolor detrás de sus ojos le impedía mantenerse estable.
Aquel sueño lo había despertado de manera abrupta y asquerosa. Luego de salir de su habitación y encaminarse al baño se encontraba sentado en el suelo de este.
Su pecho le ardía, mientras el líquido gástrico se colaba por sus fosas nasales. La tenue luz de su celular iluminaba el concurrido baño. La pantalla indicaba una serie de mensajes a distintos números: ¿Donde estas Diana?
Ninguno tenía respuesta, en algunos la fecha indicaban días, otros meses.
Apoyó la cabeza en sus rodillas y cerró los ojos, intentando olvidar lo sucedido.
† † †
Eran las 06:05 de la mañana cuando abrió los ojos y contempló el cielo raso color blanco que contrastaba con las paredes marrones. Estaba confundido. Salió de su cama de un brinco para ver nuevas sabanas en su colchón. Incluso el piso estaba limpio. Desorientado y confundido Dúnkan se dirigió al baño.
Caminaba somnoliento y con los ojos apenas abiertos. Se dio un ligero golpe contra la puerta del baño y tanteando buscó la perilla y la giró hasta abrir la puerta. Se comenzó a quitar la ropa y se metió a la regadera dejando que el agua resbalara por su cuerpo para despabilar.
Pasados los minutos salió del baño y regresó a su habitación para vestirse. Unos jeans negros y una sudadera carmesí fueron las prendas de su agrado para llevar aquel día jueves. Caminó por su casa con la tenue luz de la cocina encendida.
—Buenos días madre. —se anunció al entrar a la cocina. Una mujer de buen porte se encontraba preparando sándwiches—. Buenos días Dúnkan. —lo saludó mientras le entregaba uno de los sándwiches—. Anda, se te hace tarde. —dijo. Dúnkan lo tomó y se retiró sin decir nada.
Las luces blancas del edificio centelleaban en los mosaicos del suelo. Dúnkan bajó hasta la entrada y se encamino hasta la estación del metro.
† † †
Llegó hasta la terminal, el metro estaba, como cualquier otro día, atascado de gente. La estación de transbordo deportivo 18 de marzo estaba vacía. «Por suerte para mi» pensó Dúnkan.
Se dirigía en sentido contrario al de los demás, mientras que todos iban a Universidad, el se dirigía a deportivo 18 de marzo, transbordaba a la línea roja para luego dirigirse hasta la estación el rosario.
Tercer semestre apenas comenzaba, ya habían pasado tres semanas desdé que había iniciado. Nuevamente ver a sus compañeros al día siguiente lo fastidiaba, no exactamente por odiar a sus compañeros, sino por el fastidio que le hacían sentir cada uno de ellos; los maestros y sus propias estupideces.
El concurrido vagón del metro, el calor agobiante y fastidioso, el aroma de muchos cuerpos sudorosos y perfume barato lo intoxicaban y, silenciosamente, le hacían pedir a gritos morir.
La caminata de su casa a la estación; el trayecto de una hora de camino del metro hasta la escuela; de la estación hasta el colegio, todo aquello era un fastidio. En el peor de los casos podían asaltarlo, eso aunque sea le daría un poco de abrigo del frío brutal que hacía en esa época del año.
El trayecto de llegada a la escuela había sido fastidioso. Los estudiantes abundaban en las calles aledañas a la escuela, todos en grupo, algunos solos, otros los iban a dejar sus padres.
El semáforo de paso peatonal casi no era beneficioso para los estudiantes, puesto que aquella avenida que estaba frente a la escuela era una muy transitada y dicho semáforo duraba tan sólo 20 segundos.
Su paso era lento para, sin sentido alguno, no llegar tan rápido a la escuela, no quería llegar temprano, de hecho jamas llegaba temprano, ese no era su estilo, tampoco es que tuviera algún tipo de estilo o algo sobresaliente para que los demás lo notaran por algo así.
Su vida era algo normal, vivía con su madre en el D.F. A su madre siempre le habían gustado los lugares grandes y a él los lugares donde pudiera salir a caminar, aunque no le gustaba estar siempre en el mismo lugar, pretendía que le gusta porqué realmente era así, pero si le dieran la oportunidad de irse, lo haría sin pensarlo dos veces.
Los caminos de la escuela eran grandes y, al principio, confusos. Caminaba ágilmente por estos, los alumnos de primer semestre ya estaban un poco mas familiarizados con la escuela, el primer día de clases había sido casi un caos según recordaba, muchos nuevos preguntando donde quedaban sus salones, nadie de ellos sabia, si es que no asistieron al recorrido.
La verdad es que su vida le parecía demasiado simple, nada fuera de lo normal. «18 años, en tercer semestre, no tengo novia y no soy popular, soy el típico chico que no sobre sale en nada» pensó. «Nada mas que una cosa en especial: los rayos».