La maleta se hallaba sobre el sofá. Cerró la puerta cuidando de no hacer ruido. Atravesó el pasillo como un fantasma hasta llegar a la sala. Se colgó la maleta al hombro y dejó una carta sobre la mesa. Regresó a la sala y desde su ventana saltó hacia la calle.
La noctámbula viajera caminó hasta la esquina más cercana mientras revisaba su reloj. A los pocos segundos de haber llegado un vehículo negro se detuvo— . Llegas un segundo tarde. —dijo mientras abría la puerta y abordaba—. Es solo un segundo Helena. No tienes porque ser tan estricta. —pegó las manos al volante y aceleró.
—¿Cómo vas? —le preguntó sin despegar la vista del frente. Helena abrió la guantera y de esta sacó varios papeles—. Tengo a dos de ellos. Marcus esta muerto. —la miró por un segundo y regresó la vista al camino.
—Pobre infeliz, sucumbió ante esas cosas. —Helena le dio un golpe en la mandíbula que lo hizo virar el volante un poco. La llanta delantera raspó contra la banqueta un momento antes de que pudiera retomar el control.
—¡¿Que te pasa Helena?! —bramó mientras se sobaba el lugar del golpe. —¡Ten más respeto Nueve! Era un hombre con familia, y ahora su hija, Sabio del aire, es huérfana. —dijo mientras lo veía furiosa.
Nueve bufó un quejido y apretó las manos en el volante—. Lamento lo de tu hombre. —dijo mientras movía la boca. —Lo que pasó entre Marcus y yo, es cosa del pasado, sucedió hace años. —dijo cruzada de brazos—. ¿Y que se enamorara de alguien más también es cosa del pasado? —replicó—. ¿Y lo de nosotros?
Helena lo miró de reojo y luego apartó la vista hacia la ventana. —Sucedió en la Orden, ya no importa. —Nueve no dijo nada en un buen rato— . La Orden del Alba. —dijo de un momento a otro—. ¿Cuanto tiempo hace de eso? —preguntó al aire—. Ya tres décadas. Y míranos. —dijo Helena—. Parece que hubiese sido hace pocas lunas. Tienes razón, sólo hay que vernos, como si fuésemos los jóvenes de antaño.
Helena observó su reflejo en el cristal. Aparentaba una edad menor a la que tenía. Producto de las antiguas lunas.
† † †
El tiempo había pasado rápido. El viaje fue casi imperceptible. Se encontraban a pocos minutos del aeropuerto— . Nueve. Necesito que cuides de ellos mientras estoy fuera. —este la miró y asintió sin decir nada. Helena tomó sus cosas y bajó del vehículo. En cuanto cerró la puerta, Nueve aceleró y se marchó sin tardía. Helena dio vuelta y caminó hasta el interior.
La gente iba de un lado a otro a pesar de la hora. Una larga fila se extendía en la ventanilla de venta. Helena caminó con tranquilidad y esperó su turno. Una por una las personas eran atendidas— . ¿Destino? —preguntó el vendedor— . Buenos Aires, Argentina. —el golpeteo de sus dedos sobre el teclado fue rápido—. ¿Completo? —Helena negó con la cabeza y este volvió a teclear.
Al cabo de unos minutos el vendedor le expidió su boleto y ella pagó. Dio media vuelta y se marchó del lugar.
† † †
La sala de espera estaba casi llena, y los que podían dormían. Helena avanzó tranquilamente hasta detenerse frente a una tienda. Buscó algo en los estantes delanteros y se hizo de provisiones.
Al salir del lugar una persona chocó contra ella. Sus cosas se desparramaron por el suelo. Helena se agachó y tomó, entre ellos un boleto—. Disculpa... —dio un corto vistazo al boleto—. Diana.
La joven la miró incrédula, asintió con la cabeza y estiró su brazo para pedirle el boleto—. Ten, lo necesitaras. —dijo mientras se lo entregaba—. Tal vez no. —contestó desanimada.
Diana siguió caminando mientras Helena la veía alejarse.
Acomodó la mochila en su hombro y avanzó hasta ella— . No te ves segura de tus palabras. —le dijo mientras se ponía a su lado. Diana la miró un tanto incomoda—. Eso realmente no importa mucho. —dijo mientras movía la mano.
—Claro que importa, es una decisión importante en tu vida. —Diana la veía extrañada—. Veo que no estas segura de tu decisión, pero si gustas, yo puedo ayudarte. —Diana se alejó unos pasos de ella un tanto asustada—. Tranquila, yo también busco algo. —aquellas palabras llegaron al corazón de Diana—. Si quieres, podemos buscarlo juntas. —propuso con una sonrisa en su rostro.
El corazón de Diana se paralizó. Había algo en sus palabras que era hipnotizante, algo que la llamaba—. Lo siento, en parte me gustaría, pero mi boleto me lo impide. —dijo mientras metía la mano al bolsillo para sacarlo.
Lo sacudió un poco y lo miró con una mueca—. Me dirijo a Buenos Aires, y supongo que tu iras a... —Helena sacó su boleto y se lo mostró—. Entonces seremos compañeras de viaje, y no solo eso. —dijo mientras apuntaba en el boleto de Diana—. También de asiento.