El fuego ardía incesante por todo el bosque. En medio de las llamas se encontraba una silueta contemplando el panorama desolado de lo que alguna vez había sido un campo de batalla.
Por detrás de él se acercaban otras tres siluetas. Todos portaban armas, escudos y vestimentas de batalla abolladas y llenas de sangre y cortadas profundas.
—¿Donde esta Dair? —preguntó a los demás sin mirarles. Dos de ellos bajaron la cabeza y el tercero suspiró—. Nos salvo la vida. —dijo con una voz áspera y débil.
Se dio la vuelta y clavó su espada en la tierra con furia—. Primero Yrza en el círculo y ahora Dair. —dijo en un suspiro. Uno de ellos se acercó y le puso la mano en el hombro—. Lo siento Cruz, pero al menos sus muertes no fueron en vano. —dijo en un intento de consuelo.
Cruz tomó de su mano y con la otra se quitó el casco. Su cabello castaño, corto y alborotado tenía manchones de sangre. Su barba recién salida se veía dañada por una costra larga y gruesa que atravesaba su mejilla derecha.
La miró con una sonrisa casi forzada—. Tienes razón Calista, sus muertes no fueron en vano. Al menos tenemos un nuevo amanecer. —dijo con una mirada vacía.
La sangre de aquel hombre salpicando sobre su cara y saliendo de la boca de Helena lo hizo dar un hórrido grito interno.
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La luz del sol le pegó en la cara. Abrió los ojos y divisó un cúmulo de nubes a lo lejos. El cielo azul se extendía por encima suyo.
Intentó incorporarse en su asiento y al hacerlo, un hormigueo proveniente de su brazo izquierdo le hizo girar la cabeza. Sobre su hombro se encontraba Ericka acurrucada en su brazo,en un profundo sueño del cual Dúnkan no quiso despertarla.
Su rostro calmado le hizo sentir una total calma. Esbozó una sonrisa y acarició su cabello despejando su frente.
—Buenos días bello durmiente. —dijo una voz frente a él. Cuando llevó la vista al frente se encontró con Sarha, quien lo veía por encima de su asiento—. Has estado durmiendo un largo rato. Ten. —dijo mientras estiraba su brazo hacía él con un sándwich en este.
Dúnkan lo analizó por unos segundos y lo tomó—. Faltan aproximadamente cinco horas para llegar a nuestro destino. —le anunció mientras le daba otro sándwich.
Dúnkan la miró confundido—. Para Ericka. Ahora sigue descansando, necesitaras mucha energía para cuando lleguemos. —dijo finalmente para desaparecer en su asiento.
Dúnkan dio un mordisco a su sándwich y lo disfrutó por los siguientes tres minutos que le duró. Depositó el segundo sándwich en la bandeja que se encontraba delante de él.
Ericka seguía dormida junto a él, sin soltarlo, por lo que evitaba hacer movimientos bruscos. Una vez se acomodó, miró una ultima vez por la ventana antes de dormir.
El cielo se azul se había despejado totalmente y solo dejaba ver aquel punto de luz alejado de la tierra. Dúnkan observó el paisaje por unos segundo para luego cerrar la ventanilla y acomodarse.
Al hacerlo Ericka se pegó mas a él y Dúnkan la abrazó, respiró profundo y se durmió.
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—Esta será la ultima vez que tengamos esta vista ¿Cierto? —preguntó mientras apoyaba su cabeza en su hombro. Cruz se quedó callado y contempló la vista que tenían delante de ellos.
A lo lejos se elevaban decenas árboles de varios cientos de metros de altura. Aves de distintas formas y tamaños surcaban los cielos y un enorme río atravesaba el campo muy por debajo de ellos.
—Cruz, dime algo. —Cruz la miró por el rabillo del ojo y le indicó que continuara con un simple si—. ¿Tienes miedo? —voz sonaba apagada. Cruz se vio sorprendido ante aquella pregunta y la miró.
—Por supuesto que tengo miedo Calista, ¿Quien no lo tendría?— dijo para luego ponerse de pie.
Calista lo miró por unos instantes, iluminado por los últimos rayos del sol, como quien contempla una pintura mítica sobre un legendario guerrero.
—Ojala mi padre estuviera aquí para ver tan magnífica vista. —dijo sin despegar los ojos del horizonte—. Tu padre estaría orgulloso de lo que has hecho Cruz. —dijo mientras se ponía de pie para estar a su par.
—Así es. —dijo una voz detrás de ellos—. El rey Arturo estaría orgulloso de su hijo bastardo. —dijo con repudio. Al darse la vuelta se encontraron con Dair -quien había sido el Sabio del fuego- cruzado de brazos y con una expresión arrogante.
—¿Que quieres Dair? —preguntó Calista con enfadó. Cruz la apartó con el brazo y se paró delante de ella—. Suficiente de tus estupideces Dair. —dijo con un tono serio y sin despegar sus ojos de él—. Claro, su majestad. —dijo recalcando sus ultimas palabras.
Ambos Sabios se miraron con odio. Las corrientes de aire silbaban y les sacudían la ropa y el cabello. Cuando el sol se oculto en el lejano horizonte, una tenue luz proveniente de diminutos insectos que volaban a su alrededor los iluminó.