Su corazón palpitaba violentamente. Su respiración agitada y el dolor en su pierna mantenían despierta a su mente que, sin descenso alguno, liberaba cantidades masivas de oxitocina al cerebro provocando por poco un infarto.
—¡Sarha! —fue lo único que pudo articular. Rápidamente se llevó el pulgar a la boca y se mordió con tanta fuerza que comenzó a brotar sangre de este. Susurró unas palabras en su mano y la estiró.
Los proyectiles disparados desde las armas automáticas comenzaron a rebotar tras un escudo de sangre que protegía a los dos chicos.
Sarha llegó hasta donde estaban ellos y la tomó por los hombros. —¡Tenemos que irnos! —le gritó muy cerca de su oído. Antes de poder reaccionar, más Adimensionales habían entrado en escena. En cuanto los vio supo de que se trataba. Eran Adimensionales de la clase Artillera, estos eran enormes, median casi tres metros y portaban lo que para ellos seguro eran armas—. No es cierto. —musitó.
El más grande de todos, aquel que parecía ser el líder giró hacia ellos y bramó—. Thras dat tjor. —Ericka pudo sentir cómo sus huesos vibraban y por más que quiso, solo pudo sentir miedo. El rugir de los disparos la trajeron de vuelta a la realidad.
Las balas rebotado en aquello que parecía ser su armadura. Ericka se vio sorprendida ante la dureza de aquel material.
Los policías aterrados se intentaban mantener firmes ante aquellas bestias. El gigante negro estiró su brazo y gruñó—. Ku xrad. —sin detener su trayectoria hacia los tres jóvenes que yacían en el suelo.
Los otros Adimensionales se abalanzaron sobre lo policías quienes, a pesar de tener gran cantidad de potencia de fuego, fueron incapaces de hacerles frente.
Aquel gigante que iba de cabeza sostuvo un mazo entre sus anchos y deformes dedos—. Tjor zruk vri. —exclamó al tiempo que dejaba escapar un fatídico golpe contra ellos.
Instintivamente Ericka arrojó un polvo rojo al aire. De su alforja tomó una bola color negro y la apretó con fuerza en su mano, soltó un poco el puño y soplo a través de este. En cuanto lo hizo un polvo verde esmeralda salió de este y al contacto con el polvo rojo carmesí en el aire este se incendió abrazando así al gigante negro que se encontraba delante de ellos.
En coordinación, Sarha se abalanzo y creó una ventisca que provocó heridas en los tres gigantes decididos a matarlos. Tras una fracción de segundo Dúnkan enterró su espada en el suelo y de esta salió un extraño domo de electricidad que aturdió todo a su paso hasta perderse.
—Rázhe, thascro. —gruñó uno de ellos. Con velocidad indescriptible los otros Adimensionales se posicionaron a cada lado de ellos. Uno de ellos -el mas la pequeño de los 3- atacó usando como arma una espada de colosales proporciones.
Ericka se sorprendió cuando Dúnkan la tomó en brazos y esquivó el ataque. El líder de aquellos gigantes se abalanzo sobre ellos, pero antes de que llegara a ellos se vio embestido por un patrulla la cual lo hizo caer.
Rápidamente se bajó una chica policía empuñando una escopeta—. ¡No se que sea esta mierda pero deben largarse! —les gritó la chica mientras le disparaba al Adimensional. Ericka se hallaba aturdida, no podía procesar lo ocurrido. A lo lejos, cómo el eco de un murmullo escuchó la voz de Dúnkan que gritaba algo pero no alcanzaba a distinguir que era.
En un abrir y cerrar de ojos aquella chica fue despedazada y su sangre manchó el ya aterrado rostro de Ericka.
Sarha corrió hacia ellos velozmente y abrazó a Dúnkan y tomó de la mano a Ericka. Su primera -y quizá única reacción- fue murmurar unas palabras y fueron envueltos en una luz rojiza hasta desaparecer.
† † †
El primer recuerdo que vino a su mente fue aquel viejo edificio donde solía vivir con su familia. Era tan alto y rustico que con sólo verlo se ponía nostálgica. Ese fue el lugar en el que pudo pensar.
Cuando aquella luz rojiza desapareció Ericka se encontraba de pie mirando al cielo. Sarha por su lado se encontraba vomitando. Rápidamente buscó a Dúnkan con la mirada, se encontraba sentado en posición fetal, abrazando sus piernas.
Al verlo, Ericka se acercó lentamente, se sentó a su lado y no dijo nada, no porque no quisiera sino porque realmente no sabría que decirle. Dúnkan estaba gritando y sollozando, y Ericka iba por el mismo camino al recordar la muerte de Airik, Helena y todas aquellos que habían muerto sin sentido alguno por sus compañeros.
Pasados unos minutos Dúnkan se detuvo y Ericka sin pensarlo intento consolarlo—. Por dios, Dúnkan no fue tu culpa. —dijo inocente—. ¿Sabes cual es la diferencia entre Dios y la Muerte? —le preguntó Dúnkan.
Aquello la tomó por sorpresa y no pudo contestar—. Que si dejas de creer en ambos solo la muerte sigue existiendo. —dijo al tiempo que despegaba su rostro de sus manos revelando así lágrimas de sangre que bajaban por sus mejillas.
Ericka nuevamente sintió miedo, no podía soportar lo que pasaba, jamas había llegado a pensar que su tarea fuera tan cruda. Dúnkan, sin previo aviso, cayó al suelo inconsciente. Sarha, quien terminaba de vomitar, los miró por sobre su hombro con una expresión sobria y vacía.