Su mente estaba en blanco, o quizá era negro. ¿Acaso importaba realmente? El punto era que su mente estaba vacía, no había nada o al menos eso pensaba. Él se encontraba ahí, dentro de su propia mente llenándola con algo, cómo su presencia.
Aunque ¿Realmente se puede estar dentro de la mente de uno mismo? Y si así fuera ¿Entonces se puede pensar en la mente? ¿Tener mente dentro de su mente? Todas aquellas preguntas comenzaron a rondar en su cabeza y le provocaron una extraña migraña.
Todo aquello era confuso, no lograba recordar como había llegado ahí. De hecho no recordaba nada de lo sucedió. Comenzó a caminar, si es que realmente se movía por aquel espacio vacío—. ¿A donde vas? —preguntó una voz chirriante.
Cuando se dio la vuelta contempló a un niño, y no era cualquier niño, sino a una versión más joven de él mismo. Por alguna razón no le parecía nada raro verse a si mismo.
—¿Te comió la lengua el gato? —cuestionó el joven Dúnkan casi riendo. Este lo miró incrédulo y negó con la cabeza—. Estoy perdido ¿Donde estoy? —preguntó sin dejar de verlo.
El joven Dúnkan ahogó una risa y apuntó por detrás de Dúnkan, este se dio la vuelta y a lo lejos se divisaba una extraña edificación circular con varias cadenas que salían de sus paredes y se anclaban a algún objeto solido invisible flotando a mitad de la nada.
Se dio la vuelta para encontrarse con la sorpresa de que el joven Dúnkan había desaparecido.
Poco a poco Dúnkan comenzó a mirar con asombro la estructura que se hallaba a lo lejos. Le tomó varios minutos (quizá fueron segundos, o tal vez horas) decidirse a acercarse a ella.
«¿Que podría salir mal?» Se preguntó. Mientras más caminaba hacia aquella estructura esta parecía alejarse. Desesperado, Dúnkan comenzó a correr a toda velocidad. Al cabo de unos segundos Dúnkan tropezó y en lugar de caer al piso y restregarse en el suelo, este comenzó a rodar colina abajo ¿O estaba subiendo?.
Por más que lo intentaba Dúnkan no lograba detener su trayecto hasta que finalmente terminó estampando su cuerpo contra lo que podía ser el piso.
Lentamente levantó la vista y aquella extraña estructura se encontraba frente a él, pero no de la forma que esperaba. Una mediocre figura de no más de treinta centímetros se hallaba a poca distancia de Dúnkan.
Se puso de pie y se permitió observarla mas detenidamente. Por una extraña razón se le hacia familiar y estiró el brazo para tocarla—. No la toques. —dijo una voz por detrás de él.
—En el estado en el que están ambos podría ser catastrófico. —Dúnkan volteó para buscar el origen de aquella voz. A unos escasos dos metro se encontraba un caballero de armadura negra con adornos en color rojo.
Dúnkan se sorprendió ante aquella figura, era el mismo que le había entregado la espada cuando estaba en el hospital. Pero ¿Como era posible? Dúnkan se quedó boquiabierto ante aquel sujeto. No sabia como reaccionar y mucho menos que hacer.
—Esas son tus memorias. —dijo dando unos pasos hacia él—. Si no tienes cuidado podrías destruirlas y quedar perdido en ellas. —dijo sin inmutarse. Dúnkan le dio otro vistazo a la estructura de poco tamaño que se hallaba a sus pies.
—¿Donde estoy? —cuestionó sin dejar de ver la pequeña figura—. Para empezar ¿Quien eres? —dijo esta vez mirándolo fijamente a los ojos.
Aquel caballero se llevó las manos a la cabeza y se retiró el casco—. Creo que así es mejor. —dijo al tiempo que sus facciones se dejaban ver. Su cabello era largo, llegaba por debajo de sus orejas, era color castaño. Su mentón estaba cubierto por una barba recortada. Sus ojos eran de color miel.
Cuando lo vio a los ojos lo supo inmediatamente—. Cruz. —musitó.
Poco a poco su armadura fue desapareciendo hasta dejarlo en unas prendas típicas de su época—. Así que tu eres el nuevo Sabio del rayo. Mi reencarnación. —dijo con una sonrisa surcando su rostro. Dúnkan se puso de pie y se acercó a él.
Cruz era pronunciadamente más alto que él (tampoco es que su 1.70 fuera la gran cosa) ya que tenía que levantar un poco la vista para verlo a los ojos.
Los dos estuvieron largo tiempo en silencio, aunque de seguir así nadie diría nada hasta que perdieran la cordura.
Fue entonces que Dúnkan dio el primer paso—. ¿Donde estoy? —volvió a preguntar. Cruz observó a todos lados para contemplar la nada a su alrededor—. Es tu mente Dúnkan. —dijo mientras le daba un pequeño golpe en la frente con su dedo índice.
Dúnkan miró de misma forma a todo lados solo para caer en cuenta de que lo único que había ahí eran ellos y la estructura de sus memorias—. ¿Cómo salgo de aquí? —le preguntó al tiempo que miraba todo lo que no había a su alrededor.
—De las misma manera en la que entraste. —contestó con obviedad—. Dúnkan. Estas aquí porqué tu Trinidad esta desfasada. —le explicó con total seriedad. Dúnkan lo miró con expresión de no entender.