Su enemigo cayó muerto al instante, la sangre azul y maloliente de los psychros era insoportable, pero algo sin importancia para los guerreros de elite. Un kyanhigou corrió en su dirección y con sólo un movimiento de su espada este se hizo pedazos mucho antes de siquiera llegar a ellos.
—Mi zakt, el bosque anuncia... —Múurem levantó su mano y el guardia se cayó—. Lo escucho, manténganse juntos y no flaqueen, esto pronto terminara. —un elfo montado a caballo se acercó hasta ellos—.
Mi zakt, la asbet esta en la plaza central, el arvhe se encuentra en camino hacia allá.
Múurem guardó silencio y con un movimiento de mano les ordenó a todos continuar avanzando. Toda su guardia avanzaba con rapidez y efectividad a la hora del combate, cómo una sola unidad invencible.
† † †
Un grupo de poco más de tres docenas de psychros se extendían por el sendero que llevaba directo a la plaza central. Múurem se detuvo y observó a cada uno de sus enemigos.
—Señor, ¿Que hacemos?
—Sin piedad contra los enemigos.
—¡Ataquen!
Todos levantaron sus armas en alto y sin duda alguna arremetieron contra ellos mientras su zakt marchaba lento, cómo si fuera parte de una marcha fúnebre, con un aura extraña y amenazante.
Un psychro de piel roja corrió hasta él sin arma alguna. Su oponente lo duplicaba en tamaño y su cuerpo era fornido, Múurem dio un paso atrás listo para atacar. La bestia dio un puñetazo que terminó golpeando el suelo. Múurem hizo un movimiento de mano con su espada y su oponente cayó a pedazos.
Dio un gran suspiro, levantó su espada mientras esta era rodeada por un aura blanca y trazando una curva la mayor parte de los psychros fueron despedazados al instante.
En un tiempo récord todos los elfos acabaron con sus oponentes, ni una sola baja, por algo eran la elite de los elfos.
—Andando, continuemos. —ordenó envainando su espada. Todos los elfos obedecieron sin rechistar, todos seguían fielmente a su zakt.
Frente a ellos habían varios árboles caídos, algunas edificaciones destruidas y cientos de cadáveres. Varios metros delante de todo aquello se encontraba una bifurcación ya derruida, más adelante había un arco hecho de varias ramas trenzadas tirado y quemado.
Múurem se detuvo y levantó su mano derecha para hacerlos detener a todos—. Lorete, tu guialos hasta la plaza central, yo tengo cosas que hacer. —un guardia se acercó y asintió con una ligera reverencia—. Ya escucharon, ¡Andando! —ordenó mientras giraba su mano en señal de indicación.
—Lorete. —interrumpió Múurem mirando por sobre su hombro—. ¿Mi zakt? —Múurem se giró un poco más y de su cuello se descolgó un camafeo—. Si ves a mis hijos entrégales esto. —Lorete lo tomó y se lo colgó para no perderlo aceptando así la tarea.
Múurem se separó de su guardia y avanzó sin ninguna escolta para perderse entre los árboles que aún permanecían en pie.
El bosque le susurraba cosas, le transmitía imágenes, y entre ellas estaba Vasquias.
† † †
Desde donde caminaba podía ver la batalla que se libraba en plaza central, pero había algo que lo inquietaba. Aquella mujer con parche que comandaba a los elfos de vestimentas desconocidas, Múurem era cauteloso, pero era hora de actuar, no tenía tiempo que perder.
Con toda tranquilidad salió del bosque y sacando su espada hizo temblar los árboles—. Miren, ¡Es el zakt! —anuncio un elfo al verlo. Ante la noticia todos los elfos se vieron esperanzados.
Iker avanzaba impaciente, intentando disimular la desesperación de tener que lidiar ya no sólo con Dúnkan, sino también con Ignis y Jerikó, debía tener cuidado con sus tres hijos pero, «¿Por qué? ¿Acaso es que les tengo miedo a mis propios hijos? ¿O será? Imposible, Jerikó no sabe nada, pero Dúnkan e Ignis en cambio son...
La figura de Jerikó caminando a su lado lo trajo de vuelta a la situación—. ¿Por qué nunca me volviste a llevar a verlos? —preguntó de forma serena, sin mirarlo en ningún momento.