Estaba preocupada y su corazón no había dejado de latir desde su llegada. Llevaba más de día y medio sentada a su lado sin apartarse, rezando a dios, a Akenaton, al bosque, a quien fuera para que su amigo despertara.
—Shea Diana, no puede seguir aquí, necesita comer. —era Erza quien le hablaba. Diana no dijo nada y se limitó a negarse con la cabeza—. Diana... —Erza dio un paso al frente con tono preocupado—. Estoy bien madre, ahora por favor dejame a solas con Dúnkan. —la voz de Diana era áspera, seca. Erza suspiró y se retiró con la cabeza baja pues sabía que no podía hacer nada.
—Dúnkan, amigo mío, por favor, despierta. Te necesito. —Diana sostuvo su mano—. No puedo hacer esto sin ti, por favor, despierta, por mi. Jamas quise dejarte atrás, pero tampoco te quería ver involucrado en esto. Y ahora que estas aquí yo... —tragó saliva mientras intentaba calmarse.
—Si no despiertas, Dúnkan te lo juro, si no despiertas, jamás te lo perdonaré, porqué realmente te necesito a mi lado, ahora más que nunca, y no quiero estar lejos de ti. Y si algo te pasara por mi culpa yo no podría soportarlo por que te amo, ¿Escuchaste? ¡Te amo! Y no quiero dejarte, no de nuevo. —Diana apretó su mano—. Y te prometo, que te sacaré de esto pase lo que pase, lo prometo. —Diana se puso de pie y besó su frente—. Te veré cuando despiertes. —Diana se alejó lentamente con lágrimas en los ojos.
Vio una ultima vez a Dúnkan antes irse, apretó sus labios y se marchó del lugar dejando a Dúnkan reposando en la espora.
—Diana...