Aquella era sin duda una extraña reunión. Cuatro desconocidos reunidos por cuestiones del azar en el bosque de Sarana, considerado el más peligroso del reino.
No están juntos por gusto. En realidad, ni siquiera están contentos por tener que soportar la compañía del resto. Pero es su única opción si quieren sobrevivir a la noche. Todos han oído los rumores de lo que sucede allí y todos, por unas razones u otras, han decidido ignorarlos y atravesar el bosque.
Se sientan rodeando el fuego, marcando los cuatro puntos cardinales a una distancia prudente los unos de los otros. El primero en levantar sospechas es un misterioso viajero que mantiene su rostro oculto tras una capucha. No habla con el resto, pero ha sido el primero en encender el fuego al que ahora se arriman. Se le da bien la caza y reparte con los demás las presas que traía consigo.
A su derecha se encuentra un mercader. Parece nervioso y no para de vigilar constantemente su mercancía, temiendo que desaparezca en cualquier momento. Ha ofrecido vino para la cena, uno exquisito reservado solo para los nobles. Es su manera de pagar por la seguridad que los demás puedan ofrecerle.
En frente del viajero hay un soldado. No está allí por deseo propio, es más, si fuese por él, estaría en casa tomando un plato del sabroso estofado de su mujer. Pero las órdenes son las órdenes y él debe buscar a unos pobres niños desaparecidos. Ha ofrecido protección a cambio de comida y compañeros que le guarden las espaldas.
Por último, el cuatro miembro de este variopinto grupo. Sus ropas están bastante desgastadas y porta un laúd a su espalda. Tiene unos ojos avispados que mantiene fijos tanto en los artículos del mercader como en la lanza del soldado, pero en ningún momento se detienen en el viajero. Ha prometido entonar una de sus canciones como entretenimiento.
Cenan en completo silencio, atentos a cualquier ruido proveniente del bosque, algo que no es necesario. Ni un solo crujido rompe la paz del ambiente. Y eso es lo más preocupante, pues un bosque sin vida indica peligros que solo los humanos deciden ignorar.
La noche cae ante ellos, o eso es lo que intuyen cuando la niebla blanquecina que cubre todo el bosque se va tornando cada vez más oscura. Los susurros acechantes que hasta ese momento parecían ser producto del viento se acercan poco a poco a ellos, indicando que son el presagio de algo más tenebroso.
Las luces que forma la hoguera a su alrededor hacen que las sombras más allá del claro se muevan de manera misteriosa e inexplicable y provoca brillos misteriosos en la espesura del bosque. Una siniestra sombra les observa desde el interior más oscuro del arbolado mientras el fuego chisporrotea alegremente en el centro del círculo.
−¿Puedo saber que os trae por aquí, buenas gentes? −pregunta el hombre del laúd. Se chupa la grasa de la carne de entre los dedos mientras espera su respuesta.
−No tenemos por qué contestarte, ladrón −responde el soldado.
El hombre ríe sonoramente.
−No soy un ladrón −responde con calma−. Solo soy un pobre hombre con un laúd. Aunque bien es cierto que, solo a veces, cuando el hambre aprieta, me convierto en adquisidor de objetos ajenos. Pero nada de lo que debáis temer. Ahora mismo tengo el estómago lleno y solo quiero proporcionaros conversación y algo de entretenimiento.
−Cierra la boca, charlatán −dice el mercader retorciendo sus rechonchos dedos con nerviosismo−. No queremos nada de ti. No se puede confiar en los hombres como tú.
−Veo que el ambiente está tenso. Bien, empezaré yo −dice con calma−. Me dirijo a tierras lejanas, muy lejos de mi hogar, en busca de aventuras que luego poder recitar.
Levanta la mano y la dirige al mercader, invitándole a hablar.
−¿No es evidente? −responde malhumorado−. Voy a hacer negocios. Vender mi mercancía en esta parte olvidada del reino. Los míos no vienen por aquí. No existe la competencia.
−Muchas gracias, buen señor −dice con una reverencia−. ¿Valiente soldado, nos contáis vuestro propósito en este lugar?
El soldado le mira con seriedad antes de responder. Alguno de ellos podría tener información que le resulte valiosa.
−Unos niños han desaparecido en los límites del bosque. Entre ellos, la hija del alcalde de Regi y los dos hijos de mi capitán. Llevamos semanas buscándolos. Enviarme al bosque ha sido la última esperanza de los padres.
−Trágica historia, sin duda −menea la cabeza, apenado. Entonces, su mirada se dirige al viajero−. ¿Qué hay de vos? ¿Alguna historia alegre que compartir?
Pero el viajero no tiene oportunidad de responder. Rápido como un rayo, se levanta cuchillo en mano y observa el bosque detenidamente.
Atraídos por la curiosidad y el hambre, cientos de pequeñas criaturas se han acercado a los cuatro individuos, bordeando todo el claro. La esbelta sombra que les observaba desde el interior del bosque avanza entre las criaturas quedándose a una distancia prudente.
Soy la señora de este bosque.
Una voz fría que parece venir de todas direcciones se dirige a ellos.
¿Cómo osáis perturbar mi hogar?
−No era nuestra intención molestarla, mi querida señora −se apresura a decir el hombre del laúd.