El sonido del fuego chisporroteando es lo único que acompaña los pasos del hombre del laúd. Avanza hasta colocarse a medio camino entre la hoguera y la sombra. Con sumo cuidado, agarra el instrumento colocado en su espalda. Parece viejo y muy usado. Aun así, cuando sus dedos rasgan las cuerdas, estas entonan una melodía perfectamente afinada.
Ante la expectación de los demás, tanto humanos como criaturas, inspira profundamente.
−Esta es mi canción para vos, mi señora −dice, haciendo sonar de nuevo el instrumento−. Se titula “La canción del ladrón”.
Los primeros acordes comienzan a sonar. Es un ritmo bastante alegre. Podría decirse que no combina demasiado bien con el ambiente tan sombrío del bosque. En cambio, el contraste que provoca la melodía la hace embriagadora y fascinante.
Les lanza una sonrisa a sus compañeros de la hoguera, que están sorprendidos por el modo con el que prefiere afrontar la situación. Con voz grave comienza a cantar:
Esta es la historia
de un ladrón muy perspicaz
conocido en todos lados
por su maña al hurtar.
Invisible en la noche
por los tejados deambula
esperando su oportunidad
de tus tesoros saquear.
¡Oh, Ladrón! ¡Oh, Ladrón!
Con tu sombra negra
en las casas te cuelas
y con tus largas manos
los bolsillos ahuecas.
Ni clemencia ni lágrimas
en él funcionarán
pues es experto
en la palabra y el engaño.
Ten cuidado
si ruidos en la noche oyes
pues será el ladrón
que de tus bienes te despoja.
¡Oh, Ladrón! ¡Oh, Ladrón!
Con tu sombra negra
en las casas te cuelas
y con tus largas manos
los bolsillos ahuecas.
Se dice que le gustan
las cosas brillantes
y de fácil agarre,
que quepan en el bolsillo
sin mucho embarre.
Cuida de tus monedas
pues al oírlas resonar
en sus manos terminarán.
¡Oh, Ladrón! ¡Oh, Ladrón!
Con tu sombra negra
en las casas te cuelas
y con tus largas manos
los bolsillos ahuecas.
Nunca le han atrapado,
ni lo lograrán
pues la suerte acompaña
siempre a este galán.
Y esta es la historia
del ladrón perspicaz
conocido en todos lados
odiado en muchos más.
Las últimas notas de la canción se pierden en el aire al mismo tiempo que un fuerte viento menea las copas de los árboles de alrededor. Las criaturas del bosque se asoman, dejando ver sus pequeñas cabecitas. Sus ojos brillan de hambre y curiosidad a partes iguales.
El hombre de laúd hace una reverencia a la sombra.
−Espero que haya sido de vuestro agrado, mi señora.
En mi bosque nunca ha sonado una melodía tan viva. Mis hijos y yo estamos complacidos.
−Me alegra escuchar eso.
Tu deuda ha sido saldada. Te permitiremos vivir un día más.
−Sois muy generosa, mi buena señora.
Pero recuerda. Si mañana por la noche continúas en este bosque, deberás volver a pagar el tributo.
−Entendido, señora.
No acepto dos veces la misma moneda. Deberás usar otra canción para entretenerme.
−No lo olvidaré −el hombre levanta la cabeza, terminando su reverencia y camina hacia atrás, de nuevo a su lugar junto a la hoguera−. Espero haberos proporcionado el tiempo suficiente para que penséis en una manera de entretenerla −susurra a los demás.
−No me creo que le haya gustado semejante bazofia −se queja el mercader−. Una canción que exalta a un ladrón, ¡menuda vergüenza!
−Una completa y absoluta vergüenza, desde luego. Pero yo estoy a salvo de morir esta noche, al contrario que vos, mi robusto amigo.