La sombra se relame impaciente ante el nerviosismo del mercader. Bien sabe que ese estado mental de los humanos puede bloquearles y hacer que se queden sin habla, pues su cabeza es incapaz de pensar con precisión ante una situación de tanta tensión.
Le observa detenidamente. Es el más robusto de los cuatro humanos. Tiene una enorme barriga, producto de una vida con más manjares a su alcance que el resto, y suficiente como para saciar su hambre y el de su enorme prole.
Está deseosa por ver su fracaso.
El mercader continúa en silencio. A su cabeza no acude ninguna historia digna de mención. Todas las que tiene son relacionadas con su oficio y tampoco conoce ninguna leyenda o fábula de esas que se cuentan a los niños.
Reflexiona sobre si debería contar los encuentros que algunos de sus compañeros de oficio han tenido con los muchos monstruos que circulan por el reino y más allá de él. Pero duda. No sabe si serán del agrado de la sombra o si podrían ofenderla. Al fin y al cabo, ella es uno de esos monstruos.
¿Y bien?
−Sí. Disculpadme, señora, tan solo trato de estimar qué historia os gustará más.
Pues date prisa. Se me acaba la paciencia y me está entrando hambre.
El mercader traga ruidosamente, en pánico por la afirmación de la sombra.
−Bien, en ese caso, os contaré la historia de unos bandidos que me emboscaron cuando me dirigía a Beira hace ya muchos años.
“Como todos aquí sabemos, Beira es una hermosa ciudad situada al sur del reino, en la Bahía de los Afortunados, frente al Mar Laso.
Esta ciudad es famosa por su puerto, al que cada día acuden barcos con mercancías traídas de todas partes del mundo. Todo buen mercader que se precie acude a Beira al menos una vez cada nueva luna para abastecerse y proporcionar a sus clientes los mejores artículos al mejor precio.
Pues allí me dirigía yo cuando no era nada más que un jovenzuelo que apenas sabía regatear. Con mi carro vacío, listo para ser atiborrado de los productos más exóticos, y con mi bolsa repleta de monedas de oro.
Como ya he mencionado, Beira es famosa por su puerto. Desgraciadamente, también es famosa por la cantidad de asaltos que ocurren en el camino hacia ella, tanto al entrar como salir de la ciudad. Se la conoce como “la senda acechada”.
Cientos de vidas se han perdido allí, tanto de mercaderes, como de asaltantes o de viajeros que estaban de paso.
Conocedor de aquellas desventuras, viajé junto a una pequeña agrupación con otros mercaderes para intentar evitar un asalto. Pero se ve que no éramos lo suficientemente numerosos, puesto que a las pocas horas de tomar el desvío hacia Beira un grupo de malhechores nos asaltó.
Debo reconocer que fueron bastante educados. Nos pidieron el dinero y aseguraron que nos dejarían marchar sin derramar sangre. Por desgracia, algunos de mis compañeros de viaje ya habían sufrido este tipo de infortunios y estaban hartos de perder su oro, por lo que se enfrentaron a los asaltantes.
Aquello tornó en una pelea bastante desastrosa, repleta de mandíbulas desencajadas, patadas y uno o dos apuñalamientos.
Como nadie me prestaba atención, agarré las riendas de mi caballo y me marché con mi carro lo más rápido que pude. Sin mirar atrás y sin preocuparme por nadie más que de mí mismo. Unos días después pude regresar a casa siendo un poco más rico.”
El mercader termina la historia con una sonrisa en el rostro. Volver a aquellos viejos tiempos parece devolverle la confianza.
−Como podéis comprobar. Se me da bien salir de situaciones difíciles −alardea ante los demás.
−Y luego yo soy el delincuente −se queja el hombre del laúd−. ¿Vuestro código de honor no tiene nada que decir al respecto, soldado?
−Era una situación de riesgo −responde el soldado con el ceño fruncido.
−Sí, igual que esta. Y los abandonó, ¿cómo podemos estar seguros de que no hará lo mismo con nosotros? −vuelve a preguntar.
Le lanza una mala mirada al mercader, que agacha la cabeza avergonzado.
Mis hijos lo engullirían antes de salir del claro.
Un fuerte respingo resuena al escuchar la respuesta de la sombra. No hace falta girarse para saber quién ha sido. El rostro del mercader vuelve a estar tan pálido como al principio de la noche.
−Ya habéis oído a la señora. Tendremos que confiar en que su cobardía no le hará cometer imprudencias −dice el soldado con voz fría. La historia del mercader ha cambiado por completo su opinión sobre él.
De todas formas, no debéis preocuparos. Su historia no ha estado a la altura.
−¿¡QUE!? ¿Có… cómo qué no? −exclama el mercader con los ojos desorbitados por el miedo.
Es una historia aburrida sobre un cobarde que huyó, ofreciendo la vida de otros para obtener riqueza. Te regodeas en un acto vil y pretendes que me sienta satisfecha con algo tan pobre.
−Eso… eso no es cierto −se defiende el mercader tartamudeando del miedo−. Lo teníais todo planeado. Habéis ido a por mí desde que me habéis visto con este cuerpo tan sabroso.