Se coloca en el mismo punto donde antes habían estado sus compañeros y observa a la sombra. Las criaturitas que bordean el claro se remueven inquietas ante el nuevo trato. Su excitación las hace avanzar un paso más hacia los humanos.
−Controla a tu prole −dice la viajera−. El acuerdo sigue en pie por el momento.
La sombra suelta un gruñido y las criaturitas retroceden a su posición anterior con ruidos de molestia. Parecen defraudadas y ansiosas.
Empieza de una vez. Me estoy cansando de tanta tardanza.
−La paciencia es un excelente atributo −dice la viajera−. La falta de ella puede llevarnos a cometer errores. Mi vida está en juego, comprenderás que no quiera precipitarme.
Estás acabando con mi paciencia, humana.
La viajera suelta una suave risa.
−Está bien −accede−. Voy a contar una historia. Todos la conocen, incluida tú. Pero no está mal recordarla de vez en cuando.
Hace mucho tiempo, existía en esta tierra una antigua y poderosa raza: los Alrkmer. También conocidos como la raza de los hechiceros.
Tenían un gran parecido con los humanos, aunque distinguirlos era muy sencillo. Tan solo había que fijarse en sus ojos, que debido a la magia que corría por sus venas, eran de colores imposibles de ver en humanos.
Era esta misma magia la que también les proporcionaba ciertas capacidades físicas. Eran más fuertes y resistentes que los humanos, sus heridas sanaban con más rapidez y tenían los sentidos agudizados. Además, su envejecimiento era mucho más lento, llegando a vivir varios siglos.
Otro rasgo significativo de los Alrkmer era que todos llevaban el símbolo de su especie grabado en una parte visible de su cuerpo, mostrando con orgullo su legado.
Eran valorados y respetados en todo el mundo conocido. Gracias a su sabiduría, evitaron cientos de guerras y conflictos políticos. Con su magia, sanaron y erradicaron las enfermedades más mortales. Y bajo su mandato, los humanos prosperaron hasta alcanzar la cima de todo lo que podían llegar a ser.
Tal era el grado de veneración, que todos los pueblos y ciudades humanos se afincaron y crecieron en torno a los asentamientos Alrkmer. Algo que con el paso de los años se convirtió en todo un privilegio.
Pero como con todas las grandes civilizaciones que han habitado en el mundo, también tenían sus defectos y el peor, su soberbia, fue el que acabó con ellos.
Su firme creencia de ser la especie superior a todas las que moraban por la tierra les hizo desear tener más poder y, por supuesto, les hizo querer demostrarlo. Aquella sed les corrompió hasta el punto de provocar su locura y destruir todo lo que habían creado.
El punto de inflexión llegó cuando los patriarcas de las dos familias soberanas, los Ausar y los Gerlae, fusionaron su magia y crearon un Vórtice del que comenzaron a emerger las bestias y con ellas, su tan ansiado ejército invencible. Les otorgaron no solo la vida, sino también inteligencia y consciencia de sí mismos.
Las criaturas, seres hambrientos cuyo único propósito era destruir todo lo vivo, se volvieron en contra de sus creadores y arrasaron el mundo, conquistándolo a base de miedo y muerte.
Los Alrkmer fueron aniquilados hasta su casi extinción, y los pocos que sobrevivieron a la “Sublevación de las bestias” fueron marginados de la sociedad.
Hoy no son más que sinónimo de mal presagio y su presencia provoca miedo, rechazo y odio a partes iguales entre los humanos, pues ellos son quienes más sufren las consecuencias de sus actos hoy en día.
Siguen aquí, entre nosotros, sobreviviendo como pueden, escondiéndose de aquellos a los que una vez llamaron hermanos. Recordando con pesar su pasado. Soñando con el momento improbable de restaurarlo en su futuro.
La viajera guarda silencio al terminar. Está expectante observando a la sombra, quién no ha parado de gruñir desde el inicio de la historia.
−No pareces muy feliz con la historia de tus creadores −dice la viajera irritando a la sombra.
Esa gente no son mis creadores.
−Y, sin embargo, si no fuese por ellos, tú y el resto de monstruos no existiríais.
Nos crearon, es cierto. Pero después, intentaron aniquilarnos cuando se dieron cuenta de cuán poderosos éramos. ¿Con qué derecho se llaman nuestros creadores?
−Vosotros también los masacrasteis. Tal y como yo lo veo, hay culpables en ambos bandos.
¿Por qué estamos teniendo esta discusión? ¿Qué más le da a una simple humana lo que pasó hace tantos años entre dos especies muy superiores a la vuestra?
−Has empezado tú. Parece que les guardas rencor, aunque no eres mucho mejor que ellos. Llevas demasiado tiempo habitando este bosque y dando caza a todo aquel que osa entrar.
Solo sois comida.
−Tu intención nunca ha sido dejarnos marchar. Solo jugabas con nosotros antes de comernos, ¿verdad?