Al anochecer Julio se dirigió de nuevo a la guarida de los maleantes. Allí se ocultó en unos arbustos, y empezó a observar a los dos guardias que custodiaban la entrada. Al poco tiempo uno de los guardias se movió a la parte de atrás para defecar.
—Esta es mi oportunidad –pensó Julio sin emitir sonido.
Julio se dirigió al guardia que quedaba, por detrás, sin hacer ruido, y lo durmió con un pañuelo con formol. Luego ocultó al guardia dormido en los arbustos donde el había estado. Cuando el otro guardia regresó Julio aplicó el mismo procedimiento.
Cuando Julio tuvo a los dos guardias en el mismo lugar, los revisó, y halló las llaves de la fábrica abandonada en uno de sus bolsillos. Luego Julio abrió la puerta con las llaves y entró.
Editado: 07.09.2023