El brillo de los copos de nieve

Capítulo 2 — Vida de casados

No tenía absolutamente nada qué hacer en el día. Había sido educada en casa por lo que no iba al instituto. Sus padres se habían encargado de que tuviera cuanto tutor le hiciera falta con tal de que no saliera. Así, Hiromu la había invitado a que fuera a conocer su restaurant, después de todo, iban a tener que convivir durante mucho tiempo juntos así que era bueno que se fueran conociendo un poco. Le había dicho que fuera al mediodía así almorzaban juntos y ella, aceptó entusiasmada ¡era la primera vez que saldría sin sus padres! Así que estaba también, bastante ansiosa de que llegara la hora.

Se vistió y buscó su bolso y la llave. Nunca había tenido la llave de casa así que era toda una novedad para ella una cosa tan simple como esa: tenía su propia llave para ir y volver a casa cuando quisiera ¡estaba emocionada!  Y no era para menos. Con sus dieciséis años, iba a ser la primera vez que hacia todo sola y estaba también, un poco nerviosa pero estaba segura de poder con todo. O eso creyó hasta que salió a la calle.

Había intentado hallar por todos los medios la dirección del restaurant dándose cuenta de que no tenía idea de cómo llegar hasta ahí. Siempre la habían llevado y traído y largarse sola al mundo había sido mucho más difícil de lo que ella misma se esperó. Para mejor, en la situación en que estaba, al ver las calles, no supo reconocer ninguna sin saber tampoco cómo es que debía volver a casa. Y no se había fijado en la dirección de la misma, así que lo único que tenía seguro era eso ¿Dónde diablos estaba el restaurant? Se animó varias veces pensando que ella lo iba a encontrar sola, pensando en no desesperarse hasta que se echó a correr sin dirección alguna.

No supo cuánto estuvo dando vueltas, pero acabó rendida buscando a alguien en las calles para preguntarle. Para mejor, no sabía qué estaba peor: que estuviera perdida o que no viera a nadie por la zona ¿es que había entrado en una zona residencial? Ella siempre veía las calles repletas y ahora ¡ni un alma! Se desplomó en el suelo frustrada. No tenía idea de qué debería hacer en ese momento. Sólo sabía el nombre del establecimiento ¿Qué haría con ello?

Fue entonces cuando un joven se acercó a ella y se puso de cuclillas llamando su atención. Nadeshiko apenas sintió su voz, levantó la mirada mucho más motivada ¡al fin parecía que las cosas iban a mejorarle!

Se puso de pie de un brinco, explicándole casi atropellándose con las palabras, a donde quería ir, que estaba perdida y haciendo un resumen bastante dramático de su situación, en la cual, ella misma se había puesto.

Él se rio intentando calmarla luego, para al fin, decirle que la acompañaría hasta el comercio o se perdería nuevamente.

En unos minutos de caminata, llegaron. Entraron al lugar y ella apenas vio a Hiromu salir de uno de los cubículos, se hizo paso para abrazarlo, tomándolo por sorpresa en ese momento. De verdad se había asustado y no había tardado nada de nada en ser sincera con él sobre ese hecho mientras el muchacho que la había acompañado, veía todo desde la entrada.

Él, la rodeó con uno de sus brazos, sosteniendo una bandeja vacía con el otro. La miró y miró al muchacho en la entrada como pidiendo una explicación con la mirada.

—Estaba perdida. La encontré en la calle y la traje hasta aquí. Me dijo que alguien la esperaba y se preocuparía ¿eres su hermano?

—Su esposo, en realidad —respondió serio, suspirando. Si había algo que caracterizaba a aquel hombre, era su tranquilidad, no había nada más típico de él que una calma al mejor estilo de meditación que, según decían sus empleados, ni los mismos monjes tenían.

El muchacho, miró a Nadeshiko y miró al hombre que la sostenía en su brazo, debía tener unos treinta años y ella, era una adolescente ¿verdad? No terminaba de creerlo todavía y Hiro lo leyó en su mirada, pero eso era algo que a él no le importaba. Lo que los demás pensaran de él, era algo que sólo acababa por competerle a los demás: él no se metía en juicios ajenos, así que simplemente, ignoraba aquello que no podía cambiar.

—Pero es su esposo ¿y no usan anillos?

—Nuestro matrimonio fue japonés —y viendo a la muchacha más tranquila, aprovecho a poner una mano en su cabeza y hacer que lo reverenciara y él, la imitase— gracias por encargarte de ella —y miró por sobre su hombro, llamando a una de las muchachas que atendía las mesas y le dijo que sirviera a su invitado con lo que quisiera del menú que iba por la casa lo que consumiera. Así, se despidieron de él y se fueron directo a la cocina.




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