Hacía frío. Aun así, estaba parada en medio de lo que antes había sido el bar de su esposo. Nadeshiko suspiró y recorrió el lugar hasta quedar sentada en medio de la devastada sala común. Todo el esfuerzo de Hiro se había visto consumido en nada.
—Sabía que estabas aquí —dijo una voz detrás de ella.
Nadeshiko volteó, aunque ya sabía quién era el portador de aquella voz. Yoshiki se sentó a su lado y no dijo nada más.
Había faltado a clases. Después del incendio, Nadeshiko estuvo en el hospital esa noche y pasó al día siguiente en cama por petición de su esposo. Y aunque estaba gratamente sorprendida de que Yoshiki volviera a dirigirle la palabra, no supo qué es lo que debía hacer.
—Mizuki-chan me contó lo que sucedió. También me llamó idiota por mi actitud. Lo siento —dijo al mirarla y reverenciarla.
Ella abrió los ojos grandes, y acabó dibujando una amable sonrisa sobre sus labios, ablandando su mirada de esa manera.
—Está bien. No tienes qué disculparte. Aunque me alivia. Realmente, pensé que iba a perder la amistad de Yoshiki-kun.
Él no supo qué decirle. Ser su amigo no era lo que quería, no le agradaba ese título. Pero había comprendido que no iba a poder con ella, que sin importarle el poco tiempo que llevaba de conocerlo y amarlo, eso no iba a cambiar. Sea por sus sentimientos o por su propia terquedad, Nadeshiko tenía un solo objetivo en mente y no iba a dudar en llevarlo a cabo. No sabía si era extremadamente afilada o sumamente ingenua. Era alguien peculiar y él, la quería.
—Nadeshiko —interrumpió Hiro llamándola, encontrándose con Yoshiki.
Su expresión enserió tan sólo de verlo de espaldas, mucho más cuando se puso de pie al lado de su esposa. Había mucho que debía aclarar con él, pero estaba ella de por medio. Tampoco estaba para hacer escenas en ese momento, le pesara lo que le pesara.
Saludó con una inclinación de cabeza sin perder la severidad de su mirar.
Yoshiki no estaba al tanto de que ella le había puesto al corriente, de lo contrario, aquella mirada rival que le había dirigido a él habría sido una llena de vergüenza.
—Hiro-kun —sonrió ella poniéndose de pie, arreglándose la falda— ¿cómo te fue?
—El empleado está demorado. Llamó para decir que está atascado en el tráfico que probablemente, demore una media hora —le contó— podemos ir a comer al local de la esquina, tú aun no has almorzado ¿Nos acompañas?
Y esto tomó por sorpresa a los dos, pues, que Hiro invitara a Yoshiki a almorzar era algo que ninguno de los dos esperó. Mucho menos Yoshiki, aunque, Nadeshiko se sintió feliz. Así fuera por mera cortesía, el hecho de haber formulado la invitación era algo que la había dejado muy feliz.
Pero él lo rechazó y se despidió de ellos, dejándolos solos, con la promesa de volver a verse en otro momento.
—Qué extraño. Vino hasta aquí y se va así.
Él le sonrió y salieron del local para dirigirse a almorzar. Aun y con todo lo que venía pasando, estaba feliz de estar con Hiro. Al terminar los arreglos, irían a casa de sus padres, a saber cómo seguía el padre de él.
—El local no estará terminado para año nuevo ¿crees que podamos ir a ver la puesta de sol en el monte? —Preguntó ella con ilusión en la comida. Sabía que Hiro iba a trabajar ese día eso es lo que le había dicho antes de que ocurriera el accidente en el local, así que ahora hasta que lo reparasen, tendrían la posibilidad de pasar un año nuevo como ella había soñado y nunca había podido ejecutar.
Armar los mochi y colocarlos en la entrada con las mandarinas, ver los fuegos artificiales en la isla y contemplar el amanecer del primer día. Nunca había podido hacerlo debido a que sus padres siempre habían pensado que era un malgaste de su tiempo. Cenaban y dormían temprano, así que ella se escabullía y los veía desde el techo, pero no era lo mismo que hacerlo de esa manera. Aunque eran tradiciones comunes, para ella, resultaban algo sumamente curioso y atrayente, así que no dudaba en ponerlo en práctica apenas podía. Había mucho que quería hacer y sentía que el tiempo era poco para cumplir todos sus deseos.
A él le pareció bien. Había una posada que solía frecuentar con su familia cuando era pequeño. No habían vuelto a ir ahí desde hacía tiempo, pero estaba en la isla Shikoku, frecuentada por los viajeros que procuraban visitar los templos para su riqueza espiritual. No había lugar más bello que ése a su parecer, así que había pensado, en hacer las reservaciones ahí. Y tras discutir detalles sobre ello, fueron directo al local para luego, ultimar detalles y llegar con su familia.