El restaurante estaba listo para abrirse. Habían planeado también la cena en la que su padre se retiraría y Mariko asumiría la presidencia de la empresa. El único problema de Hiro es que tenía que mantener el brazo inmóvil por al menos, una semana para que sanara bien la herida. Y Nadeshiko era la que se hacía cargo de controlarlo, aunque las cosas no le iban saliendo tan bien como ella se lo hubiese imaginado. Era demasiado torpe y entusiasta como para hacer todo bien, pero le ponía entusiasmo que es lo que siempre la salvaba, que no importaba si le salía diez veces mal, lo haría una onceava bien. O doceava, sin importar cuánto le costara.
La reapertura sería al día siguiente, que esperaban estuviera ya todo en calma. Hiro había contratado a un cocinero extra de manera temporal hasta que se reintegrara al cuerpo de cocina. Nadeshiko lo ayudaría, de eso estaba seguro. Se había dado cuenta que era difícil llevarle la contraria cuando quería hacer algo, así que simplemente, se lo permitía, aunque ahora, le había pedido que fuera más cautelosa con todo. Por suerte, contaba con las vacaciones de invierno, así que podrían organizarse un poco mejor con todo en la casa como en el trabajo.
Llamó a su hermana para confirmarle por enésima vez que iban a ir a la cena, cansado de leer sus mensajes, tan sólo debía esperar a que su esposa estuviera lista y saldrían. Había elegido kimono elegante negro bordado con hilos dorados y rojos de manera que formaran una grulla desde el largo del kimono hasta las mangas que terminaban de dar forman a las alas. Considerando como era ella, estaba seguro de que si llevaba tacones y un vestido largo acabaría varias veces en el suelo, así que había parecido lo más sensato, aunque había una elegancia innata en el porte de Nadeshiko, tal como la Yamato Nadeshiko[1], pensando que sus padres habían querido llegar a ese ideal de crianza, olvidando la torpeza innata que tenía también ella, que podía opacar todo ello, aunque a Hiro le parecía más bien, tierno.
—He estado viendo esa sonrisa confiada todo el día ¿pasara algo importante en la cena? —preguntó ella colocándose los zapatos en la entrada al ver a Hiro tan ¿contento? Estaba segura de que no era precisamente por Mariko, debía haber algo más en medio.
—Si todo sale bien esta noche, probablemente, todo vuela a estar en paz —y abrió la puerta haciendo que el viento frío se colase en la casa. Por suerte, iban a un lugar techado y cálido, de lo contrario, no estarían saliendo con tanta calma de casa. Quizás, volviera a nevar, el clima estaba demasiado inestable últimamente, justo como sus vidas.
—De todas formas ¿está bien que vayas? Tu madre estará ahí también.
—Eso es lo que más espero— le sonrió y rodeó su cintura con su brazo, acercándola —todo saldrá bien. No tienes de qué preocuparte—
Ella asintió. Confiaba en Hiromu, confiaba ciegamente en él como para echarse para atrás en ese momento. Y ella quería ser una buena esposa, por sobre todo, quería ser un punto de apoyo para Hiro. Hasta ahora, él había hecho de todo por ella y ella sólo le había agradecido sin poder hacer nada más. Estaba segura de que quería ser la fuerza de Hiro, así que estaría ahí para lo que hiciera falta y esperaba no hacer alguna estupidez en el camino.
Subieron al coche que los esperaba fuera y se dirigieron al salón donde los estarían esperando. Era un lugar grande ya que no sólo los ejecutivos de la empresa estarían ahí sino la familia y clientes, algunos potenciales inversores también, por lo que debería haber pasado a ser una pequeña ceremonia terminó siendo un gran evento. Algo que no se acostumbraba a hacer pero que vendría bien para los negocios.
Las luces de las arañas daban mucha más elegancia al salón que estaba a medio camino entre lo oriental y lo occidental. Era una fusión bien lograda entre amos. El piso de tatami, las mesas al estilo occidental. Y los invitados se veían justo a juego con ello que, entre vestidos largos y trajes y pajaritas, se observaban a los kimono y haori entre ellos. Mariko, quien era la estrella de la noche, había elegido un vestido negro largo.
Apenas vieron que todos estaban acomodados y cómodos en sus lugares, dieron por comenzada la cena, con los discursos correspondientes, las felicitaciones y todo lo que correspondía a este tipo de eventos. Mariko era quien más ocupada estaba junto con su padre que pasaban de una charla a otra y de aquí para allá. Apenas cruzó palabra con Nadeshiko y su hermano, quien había quedado con su esposa, más, también había tenido que lidiar con las típicas preguntas sobre el por qué no era él quien se hacía cargo de todo.
Un mozo se acercó a ellos mientras hablaban dejándole una copa a Nadeshiko que Hiro le quitó de las manos.