El brillo lunar /completa/

ITALIA

Las noches oscuras en las que me crié me hicieron perderle el miedo al mundo... Todo era idílico en mi trocito de universo: amistades duraderas, familia unida y condiciones de vida increíbles.

Sin embargo, eso cambió por completo; los días soleados me causaban pavor; las tardes calurosas y alegres me retorcían el estómago, como si de un muelle se tratase; y sobre todo, las primaveras me traían los peores recuerdos, que yo misma había tratado de esconder en los rincones más alejados de mi cabeza.

 

-        Eiles Dawer – un puño se plantó justo delante de mí; estaba distraída, pensando en cualquier cosa que pasaba por mi cabeza –. ¿Me está prestando atención?

-        Sí. Perdone, señor – entrelacé mis dedos, apoyando los codos sobre la mesa cristalina que se cernía sobre mí –.

-        Como iba diciendo… – tosió, aclarando la garganta para proseguir –Todo estaría listo para empezar mañana mismo con lo informado.

-        Bien.

Salí de la oficina, callada y observando todo lo que me rodeaba.

¿Realmente quería hacerlo? ¿Iba a sacrificar mi futuro por un trabajo así?

Dejé de pensar y fui directa a casa.

 

-        Mamá – abrí la puerta de la entrada con una gran sonrisa –. ¡Ya he llegado!

-        ¡Eiles! – Jason, mi hermano pequeño, corrió hacia mí con rapidez – Cuánto tiempo sin verte.

-        Sólo ha sido un mes, renacuajo. No dramatices.

-        Cariño – mi madre apareció con un trapo entre sus manos. Pronto el olor a comida me reveló lo que había estado haciendo –. Ven, entra.

-        ¿Lina y Spencer vendrán a comer?

-        Por supuesto – miró las manecillas del reloj de pared –. Jason, ¿ya le has preguntado a tu hermana lo que tanto te inquietaba?

El pequeño se giró para poder estar frente a mí, se bajó de su silla y me trajo lo que parecía un libro antiguo:

-        Mira, hermana – abrió el libro y me enseñó una página en blanco –. Sé que dibujas muy bien…  ¿Podrías dibujarme para enseñárselo a mis amigos el día de mi cumpleaños?

-        Oh – abrí los ojos sorprendida –, por supuestísimo… Encantada.

El pequeño me trajo un lápiz y un papel, e hice lo que me pidió.

-        Estarás el día de mi cumpleaños, ¿no?

-        Sí, claro…  – miré a mi madre incómoda, ella lo sabía todo.

Me levanté y fui al baño. Mi reflejo en el espejo que había junto al lavabo me hacía ver destrozada y agotada.

No podía decirle a mi mayor tesoro que no iba a estar junto a él uno de los días más importantes del año…

Me sentía culpable.

Bajé de nuevo al escuchar el sonido del timbre de la entrada. Sabía quienes eran:

-        Lina, Spencer – aligeré el paso y agarré a los dos muchachos que, con amabilidad correspondieron mi abrazo –. Me alegro de veros.

-        Lo mismo digo – Spencer, el mayor de todos mis hermanos, me dio un tierno beso en la frente –.

-        Hacía tiempo que no pasabas por casa, ¿verdad? – Lina, también mayor que yo, acarició mi cabeza con suavidad.

-        Tampoco creo que pase mucho tiempo ahora… – mi teléfono sonó, era un mensaje de David Wotermoon; mi jefe. Me informaba de un cambio en mi trabajo, tenía un nuevo compañero. También me informaba sobre la hora a la que debía encontrarme con el mismo – De hecho, tendré que irme después de comer.

Todos se miraron entre sí, el desasosiego que inspiraban me advertía de todo lo que me habían procurado enseñar durante tos mi infancia.

-        Prometo que volveré pronto – asistieron al unísono y simplemente nos dispusimos a comer –.

Me despedí de todos con la mayor endereza posible; con la normalidad con la que cualquier persona se despediría de la familia.

 

El hotel Normal Sowell, famoso por las grandes reuniones secretas de gobernantes de distintos países. Por supuesto, la discreción era lo más importante en ese gran edificio.

 

-        ¿Eiles? – un chico, de piel morena; sus ojos eran grandes, característicos del Sur de la comarca. Su pelo corto y rubio le hacía ver inocente y brillante… Yo sabía analizar a las personas. No tardaría en hacer lo mismo con él.

-        Sí, soy yo – saqué de mi bolsillo un papel con varias anotaciones –. Tú debes ser Derek Garrett.

-        Sí. El mismo – nos saludamos con un corto estrechamiento de manos –. Tenemos que ir ya al aeropuerto…  No hay mucho tiempo.

-        Está bien.

 

El vuelo fue largo; muy, muy largo. Italia era grande, debía darme prisa en esto si quería llegar a casa a tiempo.

Llegamos y nos alojamos en el hotel. Era algo pobre, nada especial.

Comenzamos, entonces con nuestro cometido:

 

Estábamos encargados de hacer llegar a nuestro superior los fraudes y robos de dinero del Banco del Gobierno italiano; según las instrucciones de Wotermoon, los sindicatos y algunos agentes importantes de dentro podían estar estafando y robando a su propio país.

Nada demasiado raro.

 

Yo no era policía, nada de eso. Mi puesto de secretaria en una empresa multinacional era solo una tapadera con la que me podía permitir el lujo de los viajes y algún que otro mes de vacaciones.

Trabajaba como agente secreto para los departamentos del Gobierno de mi país que necesitase de ayuda.

 

Esto era algo gordo, los chanchullos de los gobiernos nunca acababan bien, y lo sabía… Nunca me había visto en algo tan intimidante, pero aún no lo sabía.

 

 

 

Pasaron dos larguísimos, cansados e inservibles meses, en los que no obtuvimos absolutamente nada. Garrett me animaba con entusiasmo siempre que perdía las esperanzas.

Llamaba a mi madre día a día, sólo para recordarle que estaba cerca del final y que más presto posible estaría en casa.

 

Mi relación con Derek creció. Éramos buenos amigos y la compenetración a la hora de realizar algo era bastante perfecta, hipotéticamente hablando.



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En el texto hay: temas como el abuso o el abandono

Editado: 15.12.2025

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