Cada vez entendía menos el motivo exacto por el que nos habían raptado… Y todavía menos entendía el motivo de los golpes, palizas e interrogatorios a los que nos sometían.
Al llegar a ese sitio, nos llevamos casi dos días sin tener noticias de nuestros “secuestradores”.
Me fijé rápidamente en que era una habitación normal, de cuna casa normal. Pero en la puerta había bastantes pestillos.
Seguíamos sin tener noticias de los dos asquerosos – la comida llegaba, pero siempre de parte de ese tal Roman… Seguía dándole vueltas – .Pero llegó un día en el que no se separaban de nosotros.
Se llevaban a Garrett constantemente.
Cada vez que me despertaba le daba gracias a la vida… La luz que había en nuestros ojos se había apagado de tal forma, que ni los golpes ni los insultos podían dañarnos.
Claro, que eso es lo que pesaba en un principio… Pronto supe que no iba a ser así siempre… De echo, tenía que ser fuerte para lo que llegaba
La primera vez, no lo entendía; pero en el momento en el que me pusieron las manos encima, todo recobró su sentido.
Abusaban de mí dos o tres veces a día… Sólo el alto; el otro se quedaba en la puerta, cabizbajo y con una expresión neutra y distante.
Derek corría en mi ayuda cuando lo dejaban volver entrar, masacrado y dolorido… Me sentía sucia e impura, pero él me hacía sentir mejor; me animaba y me decía que todo estaría bien.
Poco después descubrí que si yo no me negaba, a él no le dañaban.
Descubrí también – por el tiempo que estuve allí –, que en todo momento, el que abusaba de nosotros era, sin lugar a dudas o confusiones, John… Ese horripilante ser robusto y perverso que me cogía como si de una muñeca me tratara.
Un día, desperté por el ruidoso abrir y cerrar de una puerta vieja. Escuché atentamente cómo hablaban entre sí. Había una voz nueva; familiar, pero desconocida.
La respiración dificultosa de mi querido amigo me mantenía alerta; quería verlo… Pero la prudencia era mi mejor virtud.
Ese lenguaje lo reconocía, pero me causaba temblores.
Latín… No quería que los entendiéramos.
La puerta volvió a golpetear. Se había cerrado.
Acelerada, me erguí momentáneamente y me puse pálida al verlo:
Derek, con el rostro casi desfigurado; con la sangre brotando de su débil cuerpo… Lo iba a perder.
- ¡Derek! – le hurgué en la ropa, para ver de dónde salía tal cantidad de líquido rojo.
- Linda… – sonrió con ternura y puso su mano sobre la mía – Siento decirte que no creo que aguante mucho más.
- No digas eso – empecé a llorar con intensidad; me sentía perdida… Vacía –. Tú eres fuerte. Tú me más hecho aguantar… ¡Tú me has ayudado a seguir!
- No llores, no – soltó un quejido demasiado audible, y eso me partía el alma –. Tú has aguantado sola. Vales mucho… Lucha por tu libertad… Lucha y sé feliz.
Las siguientes horas las pasé en un rincón, con él entre mis brazos.
Cada unos cuantos minutos, le hablaba; le recordaba lo agradecida que le estaba por haber confiado en mí y en mi trabajo; por haber cuidado de mí cuando decidí dejar el trabajo que teníamos… Por haber sido él y no otra persona.
El problema llegó cuando me susurró una de sus últimas palabras:
- Linda… – sonaba apagado… Tenía que seguir adelante… Por él – Es típico eso de decir que hace frío, ¿verdad?
- No lo sé, pero no sabré seguir… – tragué saliva con dificultad, no podía decirlo –.
- ¿Sin mí? – apretó mi mano con la poca fuerza que le quedaba – Sé que vas a ser muy grande…
Entonces fue cuando noté que todo se paró… Su mano se quedó inerte y sus ojos reflejaron la paz que nos habían robado.
Juré, por la vida y el amor que me habían quitado, que la muerte de la persona que más me había apoyado, no sería en vano.
Su cuerpo desapareció esa misma noche.
Rezaba porque tuviera un entierro digno… Aunque lo dudaba.