El bufón y la princesa.

Capítulo 2

La tarde era perfecta para la princesa y para mí. Lyria, con su eterna expresión de fastidio detrás de la venda en sus ojos, estaba sentada frente a mí, con una postura impecable, como si fuera la mismísima reina.

—¿Cuando te irás de aquí? —exclamó.

Y para no lastimar mi susceptibilidad, preferí creer que se refería a la sala de estar de la torre y no a la torre en sí, porque... bueno, si regreso al reino, ya no estaría contando esta historia.

—Prometo que no se arrepentirá, princesa —anime, tomando asiento a los pies de su taburete frente al fuego.

Es una audiencia difícil, sí, pero también la más interesante de todas a las que me he enfrentado.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —su tono era tan seco que sentí que mi dignidad estaba siendo exfoliada.

Mi laúd respondió por mí.

—Había una vez —comencé, adoptando una voz profunda y solemne—, tres adorables puerquitos. Vivían en un pueblo de ensueño, donde todo el mundo tenía colesterol alto porque, obviamente, los cerdos eran famosos por su dieta equilibrada.

Primera sonrisa: conseguida.

—Los tres cerditos tenían habilidades cuestionables para la construcción. Uno decidió construir su casa con paja, claramente, era lo primero que tenía a la mano y no entendía los conceptos básicos de resistencia al viento. Otro optó por madera, algo que pudo haber funcionado de no ser por el ardiente Dios Ra. Y el tercero... ¡oh, el tercer puerquito! Era el más listo: construyó una casa de ladrillos tan sólida como la misma torre que la mantiene cautiva. Pero, ¿adivine?

Hizo una leve inclinación con la cabeza. Tenía su atención. Le estaba gustando, estoy seguro.

—Un día, llegó un lobo con un gran apetito, y lo que siguió fue un espectáculo culinario digno de un festín real. Los tres cerditos, tras el ataque del lobo, fueron convertidos en chicharrón crujiente. Fin.

—¡Así no es la historia! —objetó Lyria, alzando una ceja invisible bajo esas vendas.

—Shh —dije, agitando una mano.

Ella exhaló con fuerza, pero no dijo nada. Supuse que mi interpretación había sido tan brillante que quedó sin palabras. O quizá estaba considerando seriamente cómo matarme sin dejar rastros. Ambas opciones eran posibles.

Continué con entusiasmo desmedido.

—Entonces el lobo, que claramente era un gourmet en potencia, decidió que quería cerditos bien sazonados. Y...

—¿Gourmet? ¿Chicharrón? Aldric, me preocupa profundamente que nadie haya intentado golpearte.

—Varios lo han conseguido, princesa, créame. Hay una enooooorme fila de pueblerinos queriendo ver mi cabeza rodar.

—¿Y qué ha evitado esa hazaña?

Con mucho orgullo respondí:

—Su padre, el rey —eso, le quitó la sonrisa socarrona—. He sido el protegido de la corona después de haber perdido a mi familia por una plaga que contaminó al pueblo con una fiebre mortal hAce muchos años.

Toda expresión en su enigmático rostro se desvaneció. Quedó un silencio en el que solo se escuchaba cómo la madera de la chimenea se consumía con el fuego.

Decidí aprovechar el momento de quietud para hacer una pregunta que me carcomía desde que llegué.

—¿Puedo preguntarle algo, princesa?

—No.

Eso, debo admitir, me dejó un poco descolocado. No me lo esperaba. Sin embargo, no me detuve.

—La haré de todas formas —continué con firmeza, sintiendo que era ahora o nunca—. ¿Por qué usa vendas?

Por primera vez en toda nuestra conversación, la atmósfera cambió. Lyria esbozó una sonrisa tan angelical que era imposible no sentirla terriblemente macabra. Mis instintos de supervivencia me gritaban que había pisado un terreno peligroso.

—Contésteme usted una pregunta primero: ¿ahora está el sol o la luna? —su voz era como una melodía envenenada.

—El sol —respondí, extrañado por el cambio de tema.

Lyria se inclinó ligeramente hacia adelante, sus palabras resonaron con un peso que no esperaba.

—Espere a que salga su hermana, y entenderá por qué llevo diez años con los ojos vendados, sin saber si es de día o de noche.

Me quedé inmóvil, mi mente atrapada entre querer saber más y desear huir despavorido. ¿Qué hermana? ¿Por qué mencionar a la luna de esa forma tan inquietante? Mi sentido común me decía que cambiara de tema, pero mi curiosidad era como un gato suicida.

—¿Y si mejor nos saltamos la parte tenebrosa y me ayuda a entenderlo mejor? —propuse, tratando de inyectar algo de ligereza en la conversación.

—Que tenga buenas noches, bufón —respondió Lyria, levantándose con la elegancia de una reina y desapareciendo entre las infinitas escaleras que llevaban a su habitación.

El silencio que dejó su partida me resultó insólitamente espeluznante, como si ahora, estuviera consciente de que algo me estaba observando. Entre las paredes.




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