El bufón y la princesa.

Capítulo 3

Nunca pensé que una noche sin dormir pudiera pasar tan rápido y tan lento al mismo tiempo.

Mis ojos estaban abiertos de par en par, enfocados en las sombras danzantes de las velas mientras mi mente repasaba una y otra vez las palabras de la princesa.

¿Por qué no puedes simplemente ignorar las advertencias, Aldric?

Me regañaba mentalmente. Pero, claro, no podía. Uno no ignora algo que viene de una mujer.

La torre, con sus largos pasillos de piedra fría, era un lugar tan acogedor como un ataúd vacío.

Lyria irrumpió en mi habitación sin más aviso que el ruido de la puerta abriéndose despacio. Su rostro mostraba esa habitual mezcla de burla y desprecio.

—¿No dormiste? —preguntó con una ceja arqueada.

—No, gracias a ti y tu historia de terror.

—¿Historia de terror? —replicó, cruzándose de brazos. Su vestido, que parecía una amalgama de telas...

—¡Lo digo con todo respeto! —me defendí con sarcasmo.

—Tu respeto parece más bien un insulto a mi realidad.

Ahí estaba. Esa chispa de humor negro que, aunque hiriente, tenía un encanto peculiar.

—¿Por qué no preguntaste más? —soltó de repente, rompiendo mi cadena de pensamientos.

Mis instintos me dijeron que eligiera con cuidado mis palabras. Por supuesto, los ignoré.

—Porque temía que me lanzaras otra de tus metáforas amenazantes y, honestamente, ya tengo suficiente con intentar no morir aquí.

Para mi sorpresa, en lugar de herirme con otra réplica, su expresión se suavizó. Algo en ella cedió. Caminó hacia la ventana, con mi mirada encima de ella.

Parecía un fantasma.

—¿Por qué no preguntas lo que te tiene tan inquieto?

—¿Para qué preguntar si tu respuesta será más críptica que un acertijo barato? —respondí.

Ella inclinó ligeramente la cabeza, un gesto que me recordaba a un gato que acababa de encontrar una presa particularmente patética.

—Cuando mi padre ascendió al poder, cometió un error —empezó, sentándose en el marco de piedra—. Uno que cambió el destino del reino.
>> Una noche, un hombre llegó al castillo buscando asilo de la tormenta. Mi padre, en su arrogancia, lo rechazó. Nunca imaginó que ese mendigo fuera un hechicero tan rencoroso y como venganza: maldijo al reino.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

—Las cosechas se secaron, el ganado murió, y una plaga de fiebre diezmó a la población. Durante años, mi padre buscó al hechicero, desesperado por deshacer la maldición. Cuando nací, él se hizo presente, dejando un último mensaje.

Me incliné hacia adelante sin darme cuenta.

—"Lo que más amaba la sangre real, tendría que vivir con él". Ese hombre murió hace cientos de años, pero su pacto con el diablo dejó su alma vagando por esta torre.

—Espera un momento —dije, levantando una mano—. ¿Estás diciendo que estás aquí, encerrada, para hacer compañía a un hechicero muerto?

No pude evitarlo; solté una risa nerviosa.

—Sí. ¿Qué creías? ¿Qué iba a haber una cena romántica a la luz de las velas todas las noches? No estoy aquí por gusto, Aldric.

—Bueno, considerando tu estilo decorativo, no descartaría las velas.

Lyria no se rió, pero la esquina de su boca se movió ligeramente, como si quisiera.

—Cada noche aparece para atormentarme de formas que no puedes imaginar.

Hizo una pausa, sus manos apretando su vestido.

—Por eso cubro mis ojos desde hace 10 años, para no verlo. Ya no sé si es de día o de noche. No quiero ver su aspecto deforme nunca más.

No sabía qué decir. Sus palabras eran como un puñetazo directo al pecho.

—Eso es... horrible.

—Sí —dijo simplemente, su tono seco y vacío, como si ya hubiera aceptado la carga de su destino.

Me quedé mirándola en silencio, sintiendo una mezcla de admiración y lástima que no sabía cómo procesar.

Reuniendo toda la valentía que me quedaba, me incorporé de la cama. El ligero crujido de las tablas bajo mis pies hizo que su cabeza girara hacia mí, como si hubiera sentido la vibración de mi movimiento en el aire.

Con cada paso que acortaba la distancia entre nosotros, un aroma suave a jazmín se alzaba en el aire que solo me provocaba un pensamiento:

—Ahora es de día... quizás... —susurré, mi voz apenas un aliento entre ambos.

Pero antes de que pudiera tocarla, se apartó con una elegancia casi cruel. El espacio que dejó tras de sí parecía un abismo, y mi mano quedó suspendida en el aire, cargada de un deseo que nunca había parecido tan inalcanzable.

Ver sus ojos.




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