El bufón y la princesa.

Capítulo 4

La primera vez que vi a Lyria, la princesa encerrada en su altiva torre, supe que mi existencia nunca volvería a ser aburrida.

Sentado en el escalón frente a su puerta, rasgueaba mi laúd desafinado mientras componía una obra maestra que estaba seguro le gustaría.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

Me asusté con la repentina aparición de la princesa, quien abrió su puerta de un golpe. Me levanté de un salto, tambaleándome en el borde del escalón.

—Quería animarla componiéndole una canción —respondí, tratando de mantener la sonrisa.

Ella levantó una ceja, claramente no impresionada.

—Si fuera cierto, estaría menos tentada a lanzarte por la ventana.

—Ah, pero eso arruinaría la trama de mi nueva composición —repliqué, haciendo una reverencia exagerada hacia las escaleras.

No dijo nada, con el mentón en alto, bajó los escalones arrastrando el pulcro vestido blanco por las rocas con un murmullo suave.

Abajo, ya lo tenía todo preparado. El salón estaba calentado por las chimeneas emitían un calor acogedor, el leve crujir de la leña creando una banda sonora para la noche. Había dispuesto su silla favorita frente a una mesa con los pocos aperitivos que había encontrado en la alacena.

Me aclaré la garganta antes de empezar.

—Princesa Lyria... Permítame deleitarla con una canción que captura la esencia de su tragedia.

Ella suspiró, un sonido tan teatral que casi me robó el protagonismo.

—Adelante, pero si es terrible, prometo usar tu laúd como leña.

—Tomo su amenaza como inspiración —ajusté las cuerdas y comencé a tocar unas melodías alegres.

Venga, princesa, le vengo a narrar,
Un verso tan alegre que la hará llorar,
Le sugiero que cante,
aunque duela en el paladar,
Que el bufón ¡ha llegado a la torre!
a darle fin a su soledad.
Le seguiré hablando,
sobre lo que nos ha reunido,
De un gesto egoísta que se ha cometido,
El hechicero muerto llora en su rincón,
desesperado y solo,
cual perro sin dueño,
te condenó a esta prisión.

Sn dejar de tocar, alce la mirada. Había algo en su expresión, una chispa de algo que podría haber sido humor, si no fuera porque era ella.

—Si quieres que el fantasma te mate, sigue cantando.

Te canto esta canción,

pues lleva pena al andar,

por un padre ausente,

que nunca vino a tu hogar.

"¡Maldito error que cometió!"

le dijo al bufón, que rió al final.

Pero entonces, lo imposible sucedió. Un sonido suave, casi inaudible, escapó de sus labios.

Una risa.

—No necesito que un bufón mediocre cante sobre mi vida.

Y juro que el sarcasmo se materializó en el aire.

—¿Qué tipo de bufón sería si no? —respondí, fingiéndome herido—. Además, esta no es solo una canción. Es... arte. Escucha la siguiente estrofa...

—No —detuvo—. Es suficiente tortura.

Ella apretó los labios, intentando contener una risa. Lo noté, claro.

—Lyria, admite que te gustó. Si sigues negándolo, voy a tener que componer una segunda canción.

—No te hagas ilusiones, Aldric. No eres tan gracioso como crees. Si no fuera porque esta torre ya está embrujada, te maldeciría yo misma.

—¡Un cumplido! Debo estar haciendo progresos.

Apuesto lo que sea a que, detrás de la venda, rodó los ojos.

—Ahora, si no te importa, me voy a... a cualquier lugar donde no estés tú—Se levantó con una delicadeza que me hizo desear tomar su mano y acompañarla.

Para un bufón como yo, era algo inalcanzable ante la realeza.

Lyria se marchó por las escaleras, su vestido flotando tras ella como una nube de tormenta.

Pasé toda la tarde en mi habitación, pensando en Lyria y jugando a qué colores serían sus ojos, sonriendo como un idiota.

Justo cuando me disponía a afinar mi laúd, un escalofrío recorrió mi espalda, una frialdad repentina llenó la habitación. El aire se volvió denso, pesado, apagando el fuego y dejándome solo en la oscuridad, con la luz de la luna.

Como instinto, busqué mi daga con el rechinido de la madera. Algo se acercaba, y no era la princesa.

Un reflejo verdoso deambulaba frente a mi puerta, y cuando quise dar un paso, una figura amorfa y horrorosa emergió entre las sombras, saltó del rincón en mi dirección.

Di un giro en mi cama, huyendo de la habitación.

—¿¡Qué diablos era eso?!

Tenía una apariencia grotesca, como si se hubiera derretido.

¿Era el hechicero que mencionó Lyria?

¿Por qué me atormenta a mí?

—¡LYRIA! —grité, mi voz un rugido desesperado.

Llegué a su habitación sin aliento y golpeé la puerta con una urgencia que no dejaba lugar a dudas mi cobardía.

—¡Lyria! ¡Ábreme!

La puerta se abrió con un golpe, pero antes de que siquiera pudiera entrar, Lyria cubrió mis ojos con una venda.

Cuando volví a sentir los pasos, reaccioné y la cargué para cerrar la puerta tras nosotros. No veía nada, no sabía la ubicación de los objetos como ella, pero creo haber tropezado con su cama.

—¡Ey! ¡EY! Tienes que calmarte.

Mis huesos tiritaban, la piel se puso de gallina y lo único cálido que evitaba que me lanzara por la ventana eran sus manos sosteniendo mi cara.

—Si no lo ves, no te puede hacer nada —murmuró, sus palabras un mantra que intentaba sostenerme.

La puerta se abrió, la frialdad coló en la habitación.

La madera rechinó, paseaba por la habitación.

Me sentía observado, no veía nada, pero lo sentía frente a nosotros, con una reparación ronca.

—Cálmate, Aldric —Lyria me acercó a su pecho.

En este momento, era lo único a lo que podía aferrarme, y no quería morir solo.

—Ya pasará, ya pasará —dijo la princesa, acariciando mi cabeza mientras mi corazón amenazaba con salirse del pecho.

Había un maldito fantasma acosándonos.

Y fui ahí, que me percaté de algo aún peor: ella estuvo 19 años viendo este infierno.




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