POV. Lyria
El sol abrasaba mi rostro con una intensidad casi insultante. Parpadeé un par de veces antes de darme cuenta de algo curioso: la venda que cubría mis ojos había desaparecido.
La luz se filtraba agresivamente, pero lo más desconcertante no era eso. Sentía el peso de algo sobre mi pecho. Y ese algo estaba roncando.
Mi mirada descendió lentamente, confirmando mis sospechas. Allí estaba Aldric, el bufón con la capacidad de ser irritante, durmiendo cómodamente sobre mí.
Su rostro estaba sorprendentemente tranquilo, incluso con el maquillaje corrido que le daba un aspecto más de espectro que de hombre, pero de alguna manera eso no lograba restarle atractivo. Era injusto, realmente.
Mi primer pensamiento fue empujarlo de un golpe, pero algo me detuvo. Quizá eran esos cabellos despeinados o la forma en que sus pestañas descansaban sobre sus mejillas y sus párpados temblaban, como si estuviera soñando.
O quizás, solo quizás, era porque me había sorprendido pensando en él más de lo que me gustaría admitir.
—Eres patética, Lyria —me reprendí mentalmente.
Mis dedos estaban a milímetros de sus labios cuando, como si tuviera un sensor interno, Aldric se despertó de golpe.
—¡¿Qué...?! ¿Dónde está el fantasma? —gritó, sobresaltado, incorporándose tan rápido que casi cae hacia atrás. Sus manos volaron hacia su rostro y su expresión se torció en un pánico absoluto—. ¡No veo nada! ¡Estoy ciego! ¡El maldito fantasma me robó los ojos!
—Aldric, cállate, por favor —dije, intentando calmarlo.
—¡No veo nada! ¡Estoy ciego! ¡Por todos los diablos, Lyria, ayúdame! —gritó, moviendo las manos frenéticamente como si buscara algo a lo cual aferrarse.
Me llevé una mano a la frente, luchando contra el impulso de estrangularlo.
—Estás usando vendas, idiota.
Hubo un momento de silencio. La información finalmente llegó a su cerebro, y con manos temblorosas se quitó las vendas.
Cuando sus ojos finalmente se encontraron con los míos, su expresión cambió por completo. El pánico dio paso a una sorpresa tan pura que me hizo sentir un poco incómoda.
—¿Qué? —espete, irritada por su mirada.
—Son... azules —susurró, como si esas dos palabras fueran toda la capacidad de su cerebro en ese momento.
El bufón no dijo nada más. Simplemente me miró con esos ojos llenos de algo que no quería interpretar. Así que decidí desviar la atención hacia algo menos... incómodo.
—Deja de mirarme así —espeté.
—¿Cómo así? —preguntó, con una sonrisa pedante.
—Como si acabara de crecerme una segunda cabeza.
—Eso sería difícil. Tus ojos... bueno, no voy a mentir. Podría escribir un poema sobre ellos. Quizá dos. Tal vez una novela...
—¡Cierra la boca, Aldric!
El día continuó con un ritmo extrañamente tranquilo. Aldric y yo habíamos llegado a una rutina cómoda y algo disfuncional en nuestra prisión.
—Tú deberías estar agradecida de mi presencia —dijo Aldric más tarde, mientras hojeaba un libro que había encontrado en algún rincón polvoriento de la torre—. Sin mí, estarías hablando con las piedras... porque, honestamente, dudo que el fantasma tenga temas de conversación.
—Oh, por favor —repliqué—. Te he pillado hablar con tu propio reflejo. El encierro te está afectando a ti.
—Es un público mucho más receptivo que tú.
Había algo en su presencia que, para mi disgusto, me resultaba cada vez más cómodo. Su humor, aunque roto, había pasado de ser irritante a una extraña forma de entretenimiento, y su risa... bueno, había algo genuino y contagioso en ella.
A pesar de mis intentos, se me hizo tarea difícil echar a Aldric de mi habitación. El pobre tenía tanto miedo de que el fantasma volviera a aparecer que se negó a despegarse de mí.
Durante la tarde había decidido pasar su tiempo leyendo. Su voz llenó la habitación mientras me recitaba fragmentos de un libro.
—...El valiente caballero se adentró en la oscura cueva, armado solo con su...
—¿Cómo es que un simple bufón sabe leer? —no pude evitar preguntar.
Aldric deshizo su cómoda posición en el sillón, sentado de lado con una pierna encima del reposabrazos, para mirarme con una mordaz intriga.
Se pasó la lengua por los labios antes de responder:
—Mis padres no habían sido los únicos que murieron por la fiebre; crecí en las calles con otro niño hasta los 7 años, donde robábamos para sobrevivir, hasta que un día el rey escuchó sobre nuestros crímenes y ordenó a sus guardias capturarnos.
>>Pero... en vez de encarcelarnos o cortarnos las manos, nos acogió bajo su cuidado y nos educó como a sus hijos, hasta que llegó la edad en la que nos enlistó en sus tropas.
—¿Y pasaste de caballero a bufón? —pregunté, incapaz de ocultar mi desconcierto.
Qué extraño.
Aldric rio con amargura.
—En la prueba final para el título de capitán, no fui capaz de matar a mi mejor amigo. ¡Y tampoco es que como si hubiera sido el caballero más disciplinado!
Su confesión me dejó sin palabras.Había quedado atónita, no podía formular palabras, pues su historia me dejó impactada. Lo peor de todo fue pensar que mi padre fue tan cruel como para criar a dos niños y enfrentarlos años después.
—¿Sigo leyendo? —agitó el libro frente a mí.
Asentí en silencio.
El crepitar del fuego llenó el espacio mientras Aldric continuaba leyendo, una sonrisa se escapó de mis labios. Aldric siempre tenía una forma de hacer que me olvidara, aunque solo fuera por un instante, de mi destino como sacrificio de la torre.
Mi mente vagó hacia pensamientos más oscuros.
¿Realmente valía la pena todo esto?
Mi vida, mi libertad... todo por un reino que ni siquiera me conocía. Suspiré y me acurruqué un poco más cerca del fuego.
Los párpados comenzaron a pesarme. Aldric se levantó, dejando el libro a un lado. Me arropó con una cobija que había estado doblada cerca.