POV. Lyria
El aire huele a flores frescas y especias que perfuman el mercado cercano.
—Su alteza, tiene que dejar de moverse... —dijo Felicia, su voz tan tensa como su expresión. Sus manos temblaban, y no la culpaba; el ánimo en el castillo estaba tan cargado como el cielo antes de una tormenta.
—Lo siento.
—Debe estar emocionada, señorita —intentó animarme Felicia con una sonrisa nerviosa.
—Sí... mucho.
Mis ojos seguían clavados en la torre. Había algo en ella, una nostalgia que no podía explicar. Una ausencia dentro de mí que solo se llenaba cuando la contemplaba, y ni siquiera entonces por completo.
Las ruinas se alzaban como un fantasma, ennegrecidas por el incendio que nadie podía explicar, un fuego que no había dejado ni un solo habitante para contar la historia.
Yo la miraba desde la ventana de mis aposentos mientras una de mis sirvientas me colocaba un velo blanco con sumo cuidado. El tul era ligero, pero me pesaba como una roca en el alma.
POV. Aldric.
—¿Qué son esas campanas? —murmuré, mirando hacia el reino desde la ventana de la torre.
El hechicero, flotando como una sombra burlona, dejó escapar una risa seca.
—Se está casando.
Mi corazón se detuvo por un instante, pero me esforcé por mantener la compostura.
—¿Con quién? —pregunté, como quien mete el dedo en una herida para confirmar que duele.
—Con un hombre de armadura que llora la pérdida de su mejor amigo.
Cinco años. Cinco años desde esa noche.
No me sorprende que me hayan dado por muerto. Después de todo, ¿cómo iban a saber que seguía vivo? Los caballeros hicieron lo imposible por apagar el incendio, pero el hechicero solo lo hizo más intenso, frustrando los desesperados intentos del capitán Kieran por salvarme.
Todavía puedo oír los gritos de Kieran, desgarradores y desesperados, mientras intentaba organizar a los caballeros.
Siempre fue un llorón, pero esa vez no quise burlarme de él.
Solo le pedí una cosa:
—¡Llévatela! —le grité mientras las llamas lamían las paredes—. ¡Ponla a salvo!
Recuerdo su mirada de incredulidad y su reluctancia mientras la subía a un caballo a regañadientes. Ella no dejó de luchar, lanzando insultos y promesas de venganza mientras yo me quedaba atrás.
Hasta hoy me hacen reír cuando las recuerdo.
Al menos tengo la satisfacción de que la princesa se casó con un hombre honorable que la protegerá mientras yo me pudro en la torre tomando su lugar.