Un grupo de 20 niños se acomodó en una gruta para dormir, allí había camas, baño e instalaciones que les permiten vivir tranquilamente, la comida la encontraban en un gabinete que hacia un sonido dos veces al día para avisarles que ya tenían su almuerzo o cena, pocos se planteaban porque están allí ni que pasa con los que, al cumplir 12 años, desaparecían en un haz de luz, se decía con miedo que eran sus dioses los que le daban lo necesario para mantenerse, y que luego se los llevaban con ellos llegado el momento preciso.
Cada cierto tiempo, fuera de la cueva, los pequeños veían una luz, el mayor de todos salía a buscar al recién llegado, que era un bebé de un año más o menos, que se agregaba al grupo, los más grandes se hacían cargo del infante.
En el día jugaban, también los mayores le enseñaban a los más pequeños lo que ellos sabían, desde hablar a como nadar, no había ningún peligro, a no ser que salieran de una cerca que había alrededor del lugar, hacía un tiempo atrás uno lo había hecho, pero nunca más se le vio, así que nadie más salió por la valla, adentró era un paraíso para ellos.
En este grupo habían 20 niños, Flor era la mayor de ese lugar, tenía 10 años, una noche despertó y vio la luz que aparecía cuando algún bebé llegaba, como era su deber salió a recoger al recién llegado, pero en este caso no había nadie, la luz la envolvió y desapareció.
Luego de un tiempo indeterminado para ella, sintió que la despertaban.
— Oye... ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? — era un niño desconocido para ella.
— No sé... está no es mi comunidad... fui a buscar a uno de los pequeños, pero no había nadie, luego sentí que me envolvía la luz...
— ¿Vivías en otro grupo? — preguntó una niña, ellos pensaban que era los únicos en el planeta.
— Sí, aunque no sabíamos que habían más personas.
— ¿Estás bien? — insistió el joven que le había hablado primero.
— Sí. No me duele nada, soy Flor ¿Y tú?
— Onti, eres rara, no te pareces a nosotros.
La recién aparecida era morena, en contraste con los que la rodeaban que eran rubios y de ojos claros.
— En mi grupo todos son como yo.
— Nosotros pensábamos que no vivía nadie más en este mundo ¿Qué edad tienes?
— Cumplí 10 hace dos días ¿Y tú?
— Mañana cumpló 10.
Los demás del lugar se acercaron a la recién llegada, les llamó mucho la atención su pelo oscuro, y sus ojos negros.
— ¿Por qué los dioses te trajeron? — le cuestionó una de las rubias.
— No lo sé, extraño a mi grupo.
— ¿Habían más de tu edad? — consultó Onti.
— Sí, había dos más que hoy cumplían 10.
— ¿Cuántos era en total?
— Somos veinte.
— También somos veinte, aunque ahora contigo seremos veintiuno.
— Esto es muy raro — dijo una de las niñas, la que le había hecho varias preguntas, que miraba molesta a la morena — ¿Por qué debemos creer que te trajeron los dioses?
— ¿Qué quieres decir? — preguntó uno de 5 años.
— ¿Y qué tal si la mandó un ser de los que nos molestan en los sueños?
Todos se asustaron y se escondieron atrás de Onti.
— No digas tonterías — rebatió el rubio, que era el mayor de todos allí — son los dioses quienes la enviaron — se dirigió a la recién llegada — por mientras dormirás en mi cama, buscaré como acomodarte, todo lo tenemos para veinte personas.
En ese momento la luz que solo había aparecido de noche, envolvió a la que miraba con odio a Flor, para un segundo después desaparecer.
— Elei... ¿Dónde estás? — preguntó una niña de dos años.
Los demás corriendo dentro de un tronco gigante, donde vivían.
— Esperen, tranquilos — Onti trato de calmar a todos.
Una pequeña de unos tres años se cayó pasada a llevar por sus compañeros, Flor la tomó y luego de llevarla a una cama, buscó con que curarla.
— ¿Ella fue quien mató a Elei?
— No fue ella, y no murió, debe haber sido llevada con los dioses, para que siguiéramos siendo veinte.
Los demás no muy seguros se acercaron a Flor, que miraba asustada pensando que la odiarían, por suerte los demás niños decidieron creer que los dioses la habían enviado por algo, así que finalmente la aceptaron.
A las semanas ya el grupo volvió a su rutina, Flor todavía echaba de menos a sus compañeros, pero también pensaba que los superiores eran quienes le habían mandado allí ¿Por qué? No se lo imaginaba.
— ¿Ya te sientes mejor? — Onti siempre andaba cerca de donde estaba la morena.
— Sí, pero igual echo de menos a mis compañeros — suspiró triste — sobre todo a Galy — miró al cielo rememorando muchas cosas.
— ¿Quién es? — preguntó curioso el niño.
— Llegamos al refugio casi juntos... desde que tengo memoria hemos estados... estuvimos juntos.
— Ya veo — se puso molesto — ahora que estas aquí, no debes recordarlo jamás — se fue con el ceño fruncido, pero no sabía por qué.
"No dije nada malo... ¿O sí? — se cuestionó la morena".
El tiempo pasó, la muchacha cumplió doce años, estaba segura que esa noche se la llevarían los dioses, así que se despidió de todos, y se sentó fuera del refugio a esperar.
— ¿De verdad no te importa irte? — Onti se sentó a su lado, los demás se fueron a dormir.
— Es nuestro destino, espero que donde vaya nos veamos de nuevo alguna vez.
— Es que yo... no quiero dejarte ir, me gusta estar a tu lado.
— Nadie puede ir contra los dioses, debemos aceptar sus decisiones, aunque nos duela.
— Si es necesario me enfrentaré a ellos, y ante quien sea... no quiero dejarte ir.
Ella se sonrojó ante esta declaración.
— Yo tampoco quiero separarme de ti... siento algo especial cuando te miró, pero los dioses no lo permitirán, solo uno puede ir en la luz.
— No te separes de mí.
— ¿Resultará?
— Intentémoslo, no quiero perderte.