Una noche de verano, coronada con la luna creciente apenas visible. La capital Vaitare en las tierras de Lagen, se veía obligada a protegerse por si misma de la oscuridad.
Apoyada por antorchas y faros de aceite, situados en paredes, calles y callejones apasiguaban la penumbra. Gran desventaja para la figura vestida de negro que deseaba escapar, sin importar la luz o la imagen de su rostro forrando cada centímetro de las paredes junto a un "SE BUSCA" y "RECOMPENSA, VIVO O MUERTO" acompañando su retrato. Solo importaba la huida.
Perseguido por cada caballero real, sus paradas por aliento eran cortas y peligrosas, rodeado en todas las ocasiones que era alcanzado entraba cada vez más en la desesperación. Cayendo hasta el punto de saltar contra los adversarios, agitando su espada con la poca cordura conservada en los momentos donde la pelea gobernaba sobre toda alma deseante de una conclusión sin sangre.
Entre los cazadores y la presa no había mucha diferencia, todos hombres, pero lo más importante, antiguos compañeros, protectores del reino. Sin embargo la actual presa había siempre llevado como en estos momentos una máscara sobre su rostro. Actualmente ese objeto en su tés se convirtió en oro, diamantes, privilegios o tutulos, todo lo valioso para la vida mundana, importaba poco como los protegió en el pasado, la gloria y lujo esperaban, y ninguno los dejaría a otro.
La codicia los hizo ciegos e inprodentes se arrojaban sobre su volteo a mejor vida, saltaban hacia delante tan rápido como caía el anterior. Para este caballero perseguido era más fácil correr que matar a los hermanos de la batalla y en cuanto estaban en el suelo los suficientes, usaba las paredes de callejones estrechos ganado altura y saltando a espaldas enemigas para huir lo que sus agotadas piernas aguantaran o sus pulmones le dejaran.
Su cuerpo al limite continuaba su escape consiente del peligro, su armadura ya no soportaría otra pelea, la que siempre resistió golpes, flechas, lanzas y espadas, estaba tan agrietada que un rasguño bastaria para volverla polvo, pero ya faltaba poco las puertas de la muralla estaban a nada.
Este hombre corría cuanto podía aunque trina en mente solo la salida por instinto guió su atención a sus espaldas; nadie lo seguía y esas no eran buenas noticias. Observó claramente a los hombres abrir entre ellos un amplio camino para los caballos, el miedo en los fijitivos era comun, ningún humano puede igualar mucho menos superar el trote de un animal entrenado para el combate, mas no era la criatura la causante del sentimiento sino el jinete: un hombre noble, con edad, experiencia y rango superior al de cualquiera; el gran señor de los caballeros. Alguna ves siguió sus órdenes y eso solo lo hacía más aterrador. Conocer al gran señor no generaba mas que respeto inmenso a su persona y el que su espada este al costado del caballo buscando el cuello buscado era la peor pesadilla de cualquier bandido, tal vez no era como esos ladrones o bandidos comunes, pero sentía justo lo mismo al verle acercarse. Sus pies actuaron individualmente, uno se clavo en el suelo y el otro daba vuelta, pero ambos saltaron al caballo empujando al peligroso jinete.
Robarle el caballo a la peor persona podía ser una locura, pero seria una tontería no pelear por tu vida. Y estupidez seria dejarse gobernar por el pánico cuando el gran señor toma otro corcel para seguir a un criminal.
La atención estaba entre el camino y el perseguidor quien no se rendia ni aunque pasaron la puerta de la capital, mucho menos cuando esta fue perdida de vista. Ninguno podía ver mas que al otro, se veían entre si importando poco el bosque o falta de luz. Esta segera no era obstáculo para quienes conocían los terrenos, pero desgraciadamente solo el mayor de los jinetes lo conocía a la perfección. Por eso al caballero negro no le sorprendió mucho no poder ver acercarse la flecha que derribo a su corcel, aun asi reacio de rendirse continuo corriendo por la senda del bosque. Este camino solo lo llevo a una trampa más grande.
Era bien conocido que a kilómetro y medio se terminaban los terrenos de la capital, marcado su terreno con un río, amplio y traicionero, estas aguas eran la defensa frontal inicial de la capital real, únicamente se podía cruzar por un puente, casi siempre solo lo vigilaba un cobrador de pasaje, pero a este caballero oscuro le esperaban mas hombres de los que había enfrentado en la ciudad, y a sus espaldas el líder de todos ellos. Si se habla de posibilidades considerando la habilidad, tenia más esperanza de pasar por el centenar de soldados que enfrentando al gran señor. Considerando eso, el caballero corrió hacia los cientos al otro lado del rio para desenvainar su espada. No dio ni un respiro o siquiera medio paso, cuando escucho venir desde atrás a los que ya había enfrentado. Internamente se arrepentio de no matarlos.
Cada lado avanzo hacia su enfrente. Rodeado por cada lado camino de espaldas obcerbando mejor como sus perseguidores formaban medio circulo a su alredor mientras se acercaba más al costado del puente de piedra, jamas dejo de ver a las hombre de ningún lado o bajo su espada.
—Ríndete—Dijo, el gran señor justo frente a él. Secundado por sus soldados.
Agitado y atrapado el caballero soltó únicamente una de sus manos del agarre de la espada e hizo hacia atrás su cabello rubio mostrando con mayor claridad su rostro y su sonrisa.
—Me siento apenado—Hizo una reverencia. Su cabello volvía a su frente y gotas de sudor caían al piso iluminadas por los escasos rayos de luna —Se tomo la molestia de acompañarme hasta aquí, que honor—Sus brazos se abrieron a cada lado, haciendo más evidente la arrogancia del acorralado —No tengo manera de darle las gracias por su compañia—Sus bromas solo sobresaltaban las venas de la frente del gran señor, mientras este sin verguenza acariciaba su barbilla perdido en sus pensamientos, pero cuando paso su mano a su mejilla su expresión vario en instantes de tristesa a decisión y en lugar de tocar su rostro directamente tocaba su mascara, muy cerca de su ojo izquierdo.—Tengo que irme— Y salto sobre el pretil de piedra.
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Editado: 22.04.2019