El Caballero que Nunca Debió Amarla

Capítulo 1 – El Jardín Oriental.

El amanecer apenas comenzaba a deshacerse sobre las torres del palacio cuando la princesa Alianne abrió los ojos. Había dormido mal, inquieta por un presentimiento que no sabía nombrar. Algo en el viento, en el silencio, en la luz… algo en el mundo parecía distinto.

Su alcoba estaba perfumada por el aroma tenue de los lirios que ella misma había cuidado la tarde anterior. Era el único rincón donde se sentía verdaderamente libre: su jardín oriental. Ahí el tiempo se detenía, y las obligaciones reales —banquetes, alianzas, compromisos forzados— dejaban de perseguirla.

—Hoy no será diferente —murmuró mientras se apartaba el cabello del rostro, intentando convencerse.

Pero lo sería.

🌙

A la misma hora, a las puertas del palacio, Sir Rowan desmontó de su caballo. Su armadura llevaba aún marcas de la campaña reciente: un arañazo profundo en el peto, una abolladura en la hombrera. Nada que un herrero no pudiera arreglar… pero él sabía que las verdaderas grietas estaban dentro.

Se arrodilló cuando el capitán de la guardia se acercó.

—Sir Rowan, bienvenido a Lysavel. A partir de hoy, servirás como guardián personal de la princesa Alianne.

Rowan inclinó la cabeza, disciplinado.

—Cumpliré mi deber.

Pero en su pecho algo se tensó, como si un hilo invisible hubiera sido jalado desde algún lugar del palacio. Como si alguien —a quien aún no conocía— hubiera pronunciado su nombre sin voz.

Alianne caminó por el pasillo de mármol que conducía al jardín oriental. La luz temprana se filtraba por los ventanales, tiñendo la piedra de un dorado suave. Era su momento favorito del día, antes de que los consejeros y las damas de compañía empezaran a recordarle quién debía ser.

Empujó la puerta del jardín, respirando profundo.

El aire estaba fresco, pero no frío. Las rosas, aún cerradas, despertaban. Las fuentes murmuraban. Y el viento… el viento soplaba hacia ella, como si la recibiera.

—Buenos días, mi princesa —dijo una voz detrás de ella.

Alianne se volteó, esperando ver a uno de sus guardias habituales.

Pero no.

En la entrada del jardín, erguido como una sombra de acero bañada por el sol naciente, estaba él.

Era alto, más que los demás caballeros. Su armadura, aunque marcada por la guerra, brillaba bajo la luz. Su mirada, profunda y oscura, contrastaba con la serenidad del jardín. Y aun así, había en él algo silencioso… vulnerable, incluso.

Durante un instante, ninguno habló.
El mundo se quedó quieto.
Las rosas dejaron de moverse.
El viento, caprichoso, se detuvo entre ellos.

Luego Rowan inclinó la cabeza.

—Soy Sir Rowan. He sido asignado como su guardián personal… si me permite acompañarla.

Alianne sintió un temblor leve en las manos. No sabía por qué. Tal vez era su presencia. O la forma en que sus palabras, tan formales, parecían ocultar un peso que no era simple obediencia.

—Bienvenido a mi jardín —respondió ella, con una cortesía casi tímida.

Rowan avanzó un paso, y el sonido de su armadura rompió la quietud del aire.

Fue entonces cuando Alianne sintió que su vida acababa de cambiar.
No por lo que él había dicho, sino por lo que no dijo.
Por lo que su mirada le prometió sin intención.
Por algo que se sembró entre ellos, invisible y peligroso.

Algo que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentar.

🌙

Y desde lo alto de una torre, como testigos silenciosos, los dioses de Lysavel observaron el primer hilo del destino entrelazarse.

Un hilo dorado.
Hermoso.
Irrompible.
Y condenado.

13/11/2025




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