La lluvia comenzó sin aviso.
Primero un susurro, luego un golpe suave contra los tejados. Para cuando Alianne salió del salón de música, las ventanas estaban empañadas y el aroma a tierra mojada impregnaba el pasillo.
Rowan estaba allí, como siempre.
Sereno. Inamovible. Una sombra hecha de acero y paciencia.
—Parece que la tormenta decidió quedarse —comentó la princesa mientras observaba la lluvia caer tras el cristal.
—Las tormentas siempre llegan sin pedir permiso —respondió él.
Ella arqueó una ceja.
—¿Hablas de la lluvia… o de mí?
Rowan la miró brevemente. Demasiado brevemente.
Como si temiera que sostener ese contacto un segundo más fuera peligroso.
✨
El guardia encargado del ala norte apareció de pronto.
—Princesa, el pasillo principal está inundado. Necesitamos moverla al ala oeste para evitar riesgos.
Alianne suspiró, resignada a seguir las órdenes del protocolo.
Rowan se acercó.
—Mi princesa, si me permite…
Él extendió su capa, ofreciéndosela para cubrirse. Ella la tomó con delicadeza, pero cuando la tela la envolvió, sintió un calor distinto. Un calor humano.
Él caminó a su lado mientras avanzaban por el corredor.
La lluvia golpeaba los ventanales, iluminándolos con pequeños destellos de plata.
Y entonces ocurrió.
Un trueno retumbó tan cerca que el vidrio tembló. Alianne, que odiaba los truenos desde niña, dio un pequeño salto involuntario y, sin pensarlo, tomó el antebrazo de Rowan.
Sus dedos se cerraron alrededor del metal frío de su armadura… pero él volvió su mano, giró la posición y la tomó con fuerza, cubriendo su temblor con su propia palma.
Alianne tragó saliva.
Rowan la soltó enseguida, como si se hubiera quemado.
—Mis disculpas… no debí…
—No —interrumpió ella, en voz baja—. No te disculpes.
Él levantó la mirada.
Ella estaba demasiado cerca.
Apenas unos centímetros separaban sus respiraciones.
Rowan tensó la mandíbula.
No debía. No podía.
Pero Alianne dio un paso más.
—No soy tan frágil como crees —susurró.
—No pienso que lo seas —respondió él, con una honestidad que la estremeció—. Pero si me permitiera proteger algo… preferiría que fueras tú.
Un trueno volvió a rugir afuera.
Y esta vez, la princesa no se sobresaltó.
No mientras Rowan la miraba así.
🌙
En el ala oeste encontraron refugio. Una sala pequeña, cálida, iluminada por un fuego suave. La lluvia era un murmullo distante.
Rowan cerró la puerta.
Alianne se quitó la capa, todavía húmeda, y su vestido de seda se pegó ligeramente a su piel. No de forma indecorosa… pero lo suficiente como para que Rowan apartara la mirada, rígido.
—No estoy hecha de cristal, Rowan —dijo ella con una sonrisa tímida, acercándose—. No tienes que mirar al suelo cada vez que existo.
Él exhaló, casi derrotado.
—Es más fácil para mí si lo hago.
—¿Por qué?
Rowan levantó la vista. Esta vez sí la sostuvo.
Y algo en sus ojos habló antes que él:
Porque si no te miro, te deseo menos.
Y si te deseo menos, te pierdo menos.
Pero lo único que dijo fue:
—Porque no debo.
Alianne sintió cómo su pulso se aceleraba.
Cómo su pecho se apretaba con una mezcla de tristeza… y un deseo tan nuevo que la tomó por sorpresa.
—¿Y si… yo quisiera que me miraras?
Rowan retrocedió un paso.
—Mi princesa…
Ella también retrocedió, pero hacia adelante. Hacia él.
—Alianne —corrigió—. Si vas a advertirme, hazlo usando mi nombre.
Él cerró los ojos un instante, como si eso fuera una prueba imposible.
—Alianne —murmuró, apenas audible.
El sonido de su nombre en la voz de Rowan la atravesó de un modo que debería haber sido pecado.
La lluvia golpeó fuerte el techo.
El fuego crepitó.
Nadie debía verlos.
Nadie debía saber.
Pero allí estaban:
una princesa demasiado valiente
y un caballero demasiado silencioso…
a un solo aliento de cruzar un límite que ambos habían jurado respetar.
14/11/2025