El Caballero que Nunca Debió Amarla

Capítulo 5 – El Acero que Pronunció su Nombre

El estallido del cuerno resonó por todo el castillo.

Una nota grave, urgente.
No era la señal de guerra, pero sí la advertencia de un ataque inesperado.

Rowan enderezó la espalda de inmediato.

—Alianne, ven conmigo —ordenó, pero antes de que pudiera tomarla del brazo, cuatro guardias y dos damas de compañía aparecieron corriendo por el pasillo.

—¡Princesa! ¡Debemos llevarla al invernadero occidental, es la zona más segura durante un ataque menor! —exclamó uno de los guardias.

Rowan abrió la boca para replicar, pero Alianne ya estaba siendo rodeada.
No la tocaban, pero se movían como una muralla humana, empujándola suavemente hacia atrás.

—Rowan —susurró ella, estirando la mano hacia él.

Él casi la tomó.
Casi.
Pero una explosión le devolvió la realidad: el portón sur había cedido.

El caballero apretó los dientes.

—Ve. Ahora.

Ella negó con la cabeza, desesperada.

—No te atrevas a—

—Alianne —la interrumpió él, usando su nombre como un último ruego—. No me hagas elegir.

Sus ojos se encontraron un instante.
Un instante que dolió más que cualquier herida.

Luego uno de los guardias tiró levemente del brazo de la princesa.

Y Rowan se dio vuelta para correr hacia el peligro.

🌙

Las puertas del sur estaban abiertas de par en par.
Una docena de mercenarios, no más, pero lo suficiente para causar caos dentro de los muros.

Rowan no pensó.
El deber le encendió la sangre.

Sacó su espada.
El metal cantó al salir de la funda.

—¡Protejan a los civiles! ¡Cierren el portón interno! —gritó mientras avanzaba.

Tres mercenarios lo vieron primero.
Cargaron contra él.

El primer golpe chocó contra su escudo.
El segundo, Rowan lo desvió con un giro.
El tercero… lo recibió en la armadura del hombro.

El impacto fue brutal, pero no mortal.

Respondió con precisión fría:
un corte limpio en el muslo del atacante, un golpe de escudo que mandó al segundo al suelo, y un giro de muñeca que desarmó al tercero.

Rowan respiró hondo.
Su mente estaba afilada, pero su pecho ardía con una sola pregunta:

¿Dónde está ella? ¿Está a salvo?

Un cuarto enemigo apareció desde la puerta lateral.
Demasiado cerca.

Rowan bloqueó.
Chispa de metal.
Dolor en el brazo.

El enemigo era rápido, más que los demás.

Rowan retrocedió un paso.

—¿Buscas a la princesa? —gruñó el mercenario, burlándose—. Dicen que es muy valiosa.

La sangre de Rowan se congeló.
Luego hirvió.

El golpe que dio no fue elegante.
Fue brutal.

El mercenario cayó con un gemido.
Rowan ni siquiera lo volvió a mirar.

Las tropas del castillo llegaron segundos después.
Los mercenarios restantes fueron rodeados; algunos huyeron, otros cayeron.

Rowan se apoyó en una pared, respirando con dificultad.
No por cansancio.
Por miedo.

Un miedo que nunca había sentido antes.

Un soldado se acercó.

—¡Caballero Rowan! ¿Está herido?

—No —respondió él, aunque el hombro le dolía como fuego—. ¿La princesa? ¿Dónde está?

—La escoltaron al invernadero occidental. Está a salvo.

Rowan no esperó más.

Apenas terminó de asegurarse de que el ataque había sido contenido, corrió.
Las botas resonaban contra los pasillos húmedos por la lluvia de la madrugada.
Su corazón golpeaba más fuerte que cualquier metal.

Pasó por torres, escaleras, corredores enteros.

Hasta que por fin llegó al invernadero.

🌙

Los guardias no tuvieron tiempo de detenerlo.
Rowan empujó las puertas de vidrio con un golpe.

El aroma a flores húmedas y tierra perfumada lo envolvió.

Y allí estaba ella.

Alianne.
Con las manos temblorosas.
Los ojos rojos por el miedo reprimido.
Y un grupo de damas intentando calmarla sin éxito.

Ella lo vio entrar.

El mundo entero pareció detenerse.

—Rowan… —susurró, como si pronunciara un milagro.

Él dio dos pasos hacia ella.
Pero se detuvo, recordando su lugar, su rango, su juramento.

Ella no.

Ella cruzó el invernadero en seis pasos desesperados y se lanzó a él, sin importar la armadura, sin importar quién mirara.

Rowan atrapó su cuerpo con los brazos antes de que cayera.
Ella hundió el rostro en su cuello.
Él cerró los ojos, permitiéndose un solo instante de debilidad.

Un instante donde el mundo no existía.
Donde solo podía decir la verdad que siempre callaba:

—Estás a salvo. Estás a salvo, Alianne… —susurró, temblando.

Ella lo abrazó más fuerte.

—Pensé que te perdería —murmuró ella.

—Nunca —respondió él—. Mientras viva, nunca.

Pero ambos sabían que la vida rara vez cumplía promesas tan frágiles.

Y que ese abrazo…
ese abrazo prohibido…

iba a tener un precio.

15/11/2025...




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